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Opinión | La aleatoriedad

Opinión | La aleatoriedad
El magistrado Miguel del Castillo dirige su columna a una diputada aclarando lo que son los jueces. Foto: Confilegal.
12/1/2024 06:30
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Actualizado: 12/1/2024 08:31
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Excma. sra. Diputada

Ando algo atribulado, más bien apenado, por el sentido de algunas expresiones dirigidas por usted hacia parte de mis compañeros y compañeras de la carrera judicial.

Lógicamente me refiero a aquellos sintagmas de los que se desprende su indisimulablemente crítica opinión sobre un sector profesional al que pertenezco desde hace casi veinte años.

Sí, es cierto, la política bebe del mensaje, de la frase directa, del atajo mediático, del imprescindible exceso verbal que taladre la sordera de tantas almas…, pero, de corazón, me pregunto constantemente, mientras paseo en silencio por un rincón de la costa mediterránea en el que vivo (costa maravillosa que compartimos) qué razones pueden conducir a una persona aparentemente formada y con experiencia en la vida como usted, a imprimir a sus palabras un tono tan sumamente hostil hacia un conjunto de profesionales a los que es posible que no conozca demasiado bien.

Me gustaría saber con cuántas juezas ha hablado en su vida. No es un reproche, no, es una pregunta desde la más absoluta ansia de conocimiento.

Casi el sesenta por ciento de la carrera judicial son mujeres. Las que pertenecen a mi generación, que es casi la misma que la suya, han vivido su adolescencia y juventud, y se han desarrollado como personas, en un entorno que, al menos a priori, no debería diferir tanto del suyo.

Hemos crecido en democracia.

Lo que le quiero transmitir es que la mayoría de ellas, al igual que los hombres que conformamos este gremio, o poder, como prefiera, han nacido involuntaria y aleatoriamente en un estado que recibe el nombre de España (ni usted ni yo le hemos puesto el nombre).

También que, procedentes en su inmensa mayoría de la clase media, o baja, como usted o como yo, no deben estar demasiado de acuerdo con una versión tan crítica o incluso cruel como la que se desprende de cada una de sus intervenciones, cuando de definir a la carrera judicial española se trata.

Camino, camino… y trato de comprender qué ha ocurrido en su caso. Quién le ha transmitido esas ideas frente a cuya subyacente animadversión no es sencillo reaccionar como juez, como no es fácil sentirse ajeno.

Imagínese que se dijera por un juez del Tribunal Supremo, o un portavoz de una asociación judicial, constantemente, que todos los políticos son fachas, o corruptos…

Es que no puedo entenderlo, y le pido disculpas. He tardado un mes en reaccionar. Y me esfuerzo, créame, en ponerme en su lugar. Es decir, en la conciencia de una persona que nace, al igual que yo, donde le toca, como en realidad todos los seres vivos del universo ( este es el único límite de la ciencia: decidir nacer, al menos por primera vez…).

UNA PROFESIÓN QUE NO TIENE IMPLICACIONES POLÍTICAS

En fin. Nacimos, usted, yo, y una mayoría de la carrera judicial, sin pedirlo, entre el 70 y el 90, nadie nos ha regalado nada, ni a usted ni a mí, pero le puedo asegurar que, si de jueces se trata, la inmensa mayoría somos bastante ajenos a los posicionamientos políticos, sobre todo a los extremos.

En realidad somos “ajenos” por definición, porque la profesión, que es muy dura, que no la regalan, así lo exige, y, en general, en este mundo, en el de la Justicia, en el que como en todo hay excepciones, le repito, los que desempeñan cualquier función –ya no solo los jueces- no son individuos designados a dedo o por razón de su adscripción ideológica.

Tenemos los mejores fiscales, letrados, funcionarios… es un gran patrimonio, y no solo en el área de la Justicia, precisamente porque el acceso se basa en pruebas objetivas y de esfuerzo.

De hecho España es uno de los estados del mundo donde resulta más duro acceder a la función pública de Justicia. Intente aproximarse a esa parcela de funcionamiento del estado. Se lo garantizo.

Y aún así, una y otra vez siento que quiere que muchas personas me/nos perciban como prevaricadores. Pero… ¿por qué nos insulta tanto? Por favor. Debería conocernos uno por uno, se lo digo con absoluta sinceridad y respeto. También a la mayoría de los magistrados y magistradas del Tribunal Supremo. ¿Los conoce? ¿Conoce el Derecho? De verdad, no lo sé.

Así, cavilando, me figuro que acaso lo que a usted le molesta o daña moralmente es que los jueces no le dan siempre la razón a quienes defienden una determinada opción ideológica como la suya, exteriorizándolo a través de hechos propios, visibles y punibles.

Puedo comprender su sensación.

LA CONVIVENCIA EN PAZ NO SE PRODUCE POR NATURALEZA O SIMPLE ANHELO IDEALISTA

A mí la Audiencia Nacional me desestimó un recurso en relación con el que estaba convencido de que llevaba razón. Y yo era y soy juez. Es normal que frustre. En ese sentido es fácil ponerse en su lugar.

Y por supuesto, está en su derecho. Pero creo que hay que profundizar algo más y no permanecer anclado a la emoción. Entender, en un sentido amplio, que la convivencia pacífica y equilibrada de la humanidad, o de un sector de la misma, no brota espontáneamente de las aceras.

Me tiene que ayudar a transmitirle esto, seguramente. Los seres humanos, desde hace varios siglos, en determinadas y privilegiadas ubicaciones del globo muy singularmente, hemos ido perfilando un esquema de sociedad en el que, en síntesis, las reglas básicas son predeterminadas, y en el que quien las contraviene responde o debe responder en los términos que prevén las propias leyes, y responder con fundamento en la decisión de un tercero imparcial cuya legitimidad nace de su extraordinaria formación y experiencia jurídica, aplicando normas previamente aprobadas democráticamente.

No puede ser de otra manera, salvo que aboguemos por la aniquilación del Estado de Derecho.

Sería mucho peor lo contrario, ¿no lo cree? ¿no lo ve? En relación con la independencia…imagínese una Catalunya así, independiente, en que todas las regiones, localidades, pueblos, espacios geográficos… no supieran a qué atenerse, pues toda acción objetiva y externa encaminada a independizarse de la República fuera perfectamente legal y de imperativa asunción por la Generalitat, solo en virtud de una declaración o de cualquier votación espontánea, sin capacidad de respuesta por el Gobierno ni la sociedad…

¿No se da cuenta de que la convivencia en paz no se produce por naturaleza o simple anhelo idealista? Ojalá fuera así.

Se desprende del análisis de la historia, del estudio de la filosofía, del derecho, de la sociología, y, en definitiva, de la experiencia.

La libertad no es un don o patrimonio colectivo. Pertenece a cada uno. Como los derechos. No existe el “derecho de un pueblo” -frase jurídicamente casi cancerígena y muy peligrosa- sino los derechos singulares de cada uno de los habitantes que lo integran, que tienen límites tasados en los derechos de los demás. Eso es un derecho. Lo otro no, aunque se le llame igual. El derecho y la voluntad de hacer el bien no son lo mismo.

Y, voy más allá… si reconocemos un derecho compartido, como el de un pueblo, ¿no piensa que habríamos adicionalmente de adentrarnos en el debate de a qué colectivos reconocemos el derecho, y a cuáles no…?

¿Lo ve? Si abstraemos al derecho de su titularidad imperativamente individual engendramos inseguridad jurídica, y espacio para la arbitrariedad y el caos (¿por qué no reconocer la independencia de una comunidad de vecinos malagueña respecto a Andalucía, si basta con que la mayoría así lo vote? ¿por qué no reconocer la independencia de Sant Gervasi respecto a Barcelona si la mayoría así lo desea y expresa en un referéndum…? ¿Por qué no reconocer bastando una mera consulta la independencia de Valle de Arán respecto a Catalunya?).

Y es que nunca sabré qué significa el derecho de un pueblo. Nadie me lo ha sabido explicar.

Seguramente no soy capaz de explicarme yo tampoco. Lo que intento decirle es que lo que aprecio, y reitero que lo digo desde el máximo respeto, es, sí, una intención legítima por su parte, y seguramente una buena voluntad o intención de mejora, también, por su parte, para con personas que aleatoriamente han nacido más cerca de usted que otras, pero que no conduce a sana consecuencia, porque no es sostenible para cada momento de la historia y para cada lugar del mundo.

¿Qué haría usted en la república de Catalunya? ¿Elegiría a los jueces en función de su ideología, afinidad o simple cariño en lugar de en atención a su esfuerzo y sacrificio? ¿Crearía un Tribunal Supremo Penal (el Civil ya lo tienen prácticamente) cuyos miembros serían designados a dedo? ¿Cómo se prevendría ante declaraciones de independencia de cualquier barrio, pueblo, municipio o región ? ¿Cómo ? ¿A través de un Ministerio del Interior sin más?

Estoy seguro de que no, y de que en el fondo no pensamos tan distinto.

Es que no encuentro respuestas saludables a tantas preguntas, y me da miedo que siga pensando que algunas de sus opciones de convivencia son mejores que aquellas que la historia ha demostrado más útiles y beneficiosas para la humanidad, a pesar de imperfectas.

Y volviendo al sentido de sus frecuentes intervenciones públicas, no comparto, en síntesis, que la condición de mejorable de nuestra Justicia desde el punto de vista de su independencia sea confundida con su condición de despreciable o prevaricadora.

NO NOS GUSTA A LOS JUECES LA VISIÓN EXTREMA DE LOS ASUNTOS

Como en la temperatura, hay grados… Por favor, por favor, conozca a juezas y jueces de cualquier parte de España. Venga al sur, por ejemplo a Marbella.
A mí me parece que algunas cosas puede que no se las hayan explicado bien del todo.

No nos gusta a los jueces la visión extrema de los asuntos. Lo comprobará si algún día conversamos. Esa visión nace muy habitualmente de odios, rencores, y semillas de pensamiento que muchas personas, generación tras generación, cultivan en mentes ajenas, con riesgo de putrefacción, para así justificar una existencia propia e inconformista en el sentido endeble y vitalmente poco rentable de la palabra.

En definitiva, quería decirle que me da pavor que detrás de mensajes encaminados a desprestigiar a Jueces o Fiscales se encuentre, con carácter preeminente, un instinto improductivo y destructivo para el largo plazo que, tanto a usted como a mí, como al resto de españoles y/ o catalanes – maldita sea, ¿quién invento la conjunción adversativa…?- nos perjudique, sin necesidad, cuando la inmensa mayoría respetamos la diferencia, e incluso en muchos casos, como a mí me ocurre, la admiramos.

Y es que al final el tema del respetable sentimiento o emoción nacionalista debe tocarse, aunque solo un poco. Creo ya haber dicho, y en esto seguramente discrepamos, que todos nacemos donde nos toca.

Quiero decir, que nacemos donde nacemos, y somos personas iguales o deberíamos serlo con independencia de ese factor, que es absolutamente aleatorio. Esta verdad creo que es afirmable en cualquier rincón del mundo, o debiera serlo, en cualquier etapa de la historia.

Fíjese, cerca de mí ahora mismo hay una persona cuyos abuelos tuvieron tres descendientes. Uno de ellos permaneció en Andalucía, otro marchó a Madrid, y otra vivió -y sigue residiendo- en Barcelona.

Es curioso cómo los acentos de cada nieto o nieta se corresponden con los acentos habituales de cada autonomía o región. También varía la personalidad y el apego al terreno….

Y es sencillo inferir que los acentos serían distintos si la elección de residencia por parte de cada uno o una de los hermanos y sus respectivos cónyuges hubiera sido otra…

Si hubieran preferido quedarse, o irse todos a Madrid, o al noreste

Muchas veces me pregunto si aquel que se afana en reforzar en su conciencia lo que de los demás le diferencia jamás presta atención a esta circunstancia. La aleatoriedad.

Mas sé que somos lo que somos, más que aquello que nos digan que debemos ser.

¿Lo ha pensado? A mi juicio – igual perdido – cada persona se construye desde dentro tratando de descubrir y valorar lo que en común tiene con las demás, sin menoscabo de su dignidad.

Y su dignidad profunda no es ni ha sido atacada desde que nació, créame. Ni la mía. Ojalá se diera cuenta. Por eso sueño que esta batalla infinita y muda que es ser español o ser en España no está perdida, si sigo queriendo pertenecer a lo mismo que usted, y usted a lo que yo, de modo que así, ambos, unidos por lo que nadie nos ha enseñado, seamos más grandes, más fuertes, y sí, más libres…

Esa es la auténtica libertad, la que nace de la seguridad que proporciona saberse perteneciente a una comunidad de afectos, objetivo al que debe aspirar cada ser humano, persiguiendo que esa comunidad sea lo más amplia posible, y no luchando toda la efímera vida por reducirla, en detrimento de tanta belleza como la que nos rodea, esa que debiéramos aprovechar en beneficio de ambos.

Toda alternativa a lo anterior, estoy seguro, aboca a la impotencia y a la frustración, en el mejor e los casos. Se acabará dando cuenta.

Termino, ya, resumiéndole, que si le remito esta carta a una diputada es porque me planteo cada día, ya casi minuto, por qué tanto afán en deslegitimar, o en propiciar que un segmento de la población que le apoya a usted opine que los jueces y juezas de España, incluida Catalunya, después de someterse a las pruebas más duras del mundo, renunciamos como seres desprovistos de inteligencia a toda la formación jurídica, cultural e intelectual adquirida, y preferimos autoproclamarnos idiotas o seres instalados en la mediocridad.

¿Le parece lógico?

Me despido. Una vez más transmitiéndole mis más sinceras disculpas. Ojalá me comprendiera. Si no, no pasa nada.

Mi juzgado está en Marbella, acaso pudiéramos hablar, y así usted me podría explicar con fundamento, por favor, en la razón, y no en lo que le han transmitido otros ni en la emoción aleatoria, lo que seguro aún debo conocer más profundamente para comprender un instinto que desde hace unas semanas percibo tan hostil.

Un saludo.

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