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Opinión | El contexto de las palabras de Robles sobre Venezuela y su dictadura explica su sentido
15/9/2024 05:35
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Actualizado: 14/9/2024 19:01
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Yo estuve allí y fui testigo de la intervención de Margarita Robles, ministra de Defensa, en la presentación del libro de Julia Navarro, «El niño que perdió la guerra», que tuvo lugar el pasado jueves en el Ateneo de Madrid.
Julia Navarro y Margarita Robles son muy amigas desde hace más de veinte años, este es un hecho básico que explica, en parte, el contexto de lo sucedido.
La escritora siempre dice –en privado y en público– que Robles es su «talismán», que le da mucha suerte. Ha presentado las diez últimas novelas que ha publicado. Todas han funcionado como un tiro. Lo que constató el editor de Plaza y Janés, David Trías, también presente en el acto.
El libro, según los que lo han leído, es muy bueno. La también escritora y periodista, Inés Martín Rodrigo, cuya intervención abrió el evento, lo calificó como «la mejor de todas las novelas que ha escrito hasta ahora».
Es una historia que transcurre entre 1938 y 2007, entre España y Rusia, y que supone «un aldabonazo en la conciencia de todos», subrayó.
Una historia sobre dos mujeres, una rusa y otra española, atrapadas en dos sistemas dictatoriales, uno comunista y otro fascista.
«Los regímenes totalitarios, se pinten de rojo o de azul son la cara y cruz de la misma moneda», afirmó después Julia Navarro. «No hay un totalitarismo que sea mejor que otro».
Robles, para quien no la conozca, es una mujer apasionada y amiga de sus amigos, entre los que Julia Navarro ocupa un lugar muy especial. Siente una gran admiración por ella, por su talento, por su capacidad para contar historias que conmueven y que contienen en sus entrañas lo más preciado, la verdad.
UN AMBIENTE CASI ÍNTIMO, ENTRE AMIGOS
La presentación que hizo Margarita Robles, visiblemente impresionada por la historia, estuvo cargada de mucha pasión, pero también muy deslabazada, a veces inconexa. Sin leer nada. Según le salía de dentro.
El salón de actos del Ateneo estaba lleno hasta el gallinero, principalmente de amigos de ambas. El ambiente era casi íntimo.
Robles habló de las mujeres que sufren en las guerras, de los totalitarismos, de las dictaduras que arrasan con todo y ahogan a sus ciudadanos hasta crear diásporas.
Recordó –literalmente– «a los hombres y mujeres de Venezuela que han venido a salir de su país precisamente por la dictadura que tienen». Lo que provocó el aplauso de los presentes.
Fue una simple referencia.
Cuando pronunció esa frase todos los periodistas presentes sabíamos que se montaría después. Yo, personalmente, tuve muy claro que abriría con ello una de las dos noticias que publiqué al día siguiente sobre este acto.
La propia Margarita Robles tuvo que tener conciencia de ello. Sus palabras salieron de su boca a guisa de lectora impresionada e impactada, reivindicadora de la igualdad, de la democracia y del feminismo. Se expresó como lo que era en ese momento, la ciudadana Robles.
La mayor parte de su intervención recordó las tragedias que están sufriendo las mujeres afganas, «a las que han hecho que desaparecieran del mapa», las ucranianas, las africanas…, todas ellas víctimas de regímenes totalitarios. Era ilógico que dejara fuera a las venezolanas, estando como está la cosa.
En ningún caso su opinión podía suponerse que fuera la opinión del Gobierno, que acababa de traerse a España a Edmundo González, el presidente electo de Venezuela.
Pero es que así son las cosas cuando se tiene un puesto de esa importancia, y más en un mundo polarizado como este. La persona en esa responsabilidad tiene puesto el traje de ministro desde que se levanta hasta que se acuesta. Y sus palabras se entienden hechas, en todo momento, de esa guisa.
Al día siguiente, a primera hora de la mañana, su colega, el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, fue entrevistado en Radio Nacional de España, en un intento de apagar el incendio político y diplomático provocado que después se ha desatado.
Conociéndola, tengo la absoluta seguridad de que sus palabras adolecieron de intención alguna. Fue el fruto de su apasionamiento.
A toro pasado, reflexionando, de poder volver atrás en el tiempo, no habría hecho referencia alguna sobre el régimen venezolano. Muchos de los presentes, amigos, lo habrían entendido. Quizá haber llevado un guión escrito habría ayudado.
Porque en frío, en modo ministra de Defensa, Robles jamás habría dicho lo que dijo.
Se dejó llevar por la sensación de que estaba en casa, entre amigos, inconsciente de que sus palabras podrían tener el efecto de granadas de mano sobre las relaciones diplomáticas entre España y Venezuela. Lo que ha sucedido.
Por eso, para entender lo sucedido el contexto es esencial.
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