Firmas

Opinión | Sabiondos

Opinión | Sabiondos
Javier Junceda, jurista, abogado y profesor universitario, refiere cómo "el letrado" o el "doctor" Google está induciendo a muchos a creer que saben más de la cuenta en cuestión legal. Recomienda confiar en los profesionales de la abogacía, que sí que saben. Foto: JJ.
03/3/2025 05:35
|
Actualizado: 02/3/2025 22:59
|

Quienes acumulamos años en el foro podemos hacer libros con las anécdotas protagonizadas por algunos clientes, en sus visitas al despacho. 

Vizcaíno Casas lo hizo en su insuperable “Historias puñeteras”, incluyendo sucesos tronchantes en estrados. 

Muchas de estas simpáticas crónicas nacen del desconocimiento del derecho, reforzado hoy tras los correspondientes paseos por don Google, lo que provoca en determinados usuarios del abogado unos cacaos mentales sobresalientes.

Cuando alguien recibe notificaciones con contenido jurídico no sabe muy bien si le tocó la lotería o si tiene que ingresar en prisión, leí o escuché por algún lado. 

Y puede que sea así.

Pero, como ahora todos tenemos en el móvil el acceso inmediato al saber universal, cualquier término se lleva al buscador y de repente comienza a reproducirse en pantalla una pesadilla aún más compleja de interpretar para el interesado, repleta de datos legales de cualquier país mezclados y convenientemente recocinados.

Justo es reconocer que la práctica totalidad de los clientes confían plenamente en sus letrados, en cuyas manos depositan sus asuntos y no se complican más la vida. 

Pero siempre hay quien se cree no ya en posesión de la verdad, sino en su propiedad, y no tiene el menor empacho en enmendarle la plana al lucero del alba.

Estos son los que suelen protagonizar los momentos más cómicos en la vida del abogado, por el pisto que se dan en contraste con los disparates que a veces sueltan en las consultas.

«NÚCLEO CESANTE», «COSTES», «PREVALICAR»

Son los que, por ejemplo, piden con insistencia que se incluya el “núcleo cesante” en las demandas de responsabilidad patrimonial. 

O que se esté al tanto de la fecha para interponer el “sustancioso”, no vaya a ser que les impongan “costes”. 

Al contencioso también lo he escuchado denominar “sentencioso”. 

Y “célula urbanística”, al documento que acredita las condiciones para edificar en un solar, aunque sean facilitadas en formato “Autocar” (AutoCAD). 

Si se deniega algo, desde luego es serio indicio de que se puede estar “prevalicando”. 

Un compañero tiene un cliente que no para de llamarle para que su asunto penal lo articule en torno a la figura del “dolo abuso”, inédita categoría que se le escapó incluir a Roxin en sus tratados y que parece evocar una especie de intencionalidad sobrehumana de delinquir.

Otro me comenta que está harto de escuchar el dichoso “habas corpus” o “Corpus Christi”, el régimen de “gastanciales”, las fincas “extropiadas”, las partidas de nacimiento que deben ser “litorales”, o, en fin, las firmas de documentos con huella “genital”. 

Y por ahí seguido.

TODÓLOGOS

Los todólogos que perpetran estas erudiciones acostumbran a contar con algo más que el graduado escolar o ciclos de “información profesional” (sic). 

Tal vez por eso se ven en la obligación de dominar las ciencias que en el mundo existen, lo que ahora consideran factible gracias a los programas que permiten acceder a conocimientos por internet. 

Lo que sucede es que, si se carece de nociones elementales de lo que sea, la catástrofe esperable es de órdago: como la que nos montamos cuando consultamos en la red unos síntomas sin tener ni idea de medicina, que siempre acabamos considerando una enfermedad letal.

 El letrado Google, en definitiva, cuanto más lejos, mejor.

Y el doctor Google, también. 

Confíese en el profesional, que ya sabe lo que tiene que saber y asume su responsabilidad por hacerlo. 

Y, por favor, seamos prudentes y no “kanicazes” a la hora de hablar de asuntos especializados con nuestros abogados, cuenten o no con despachos de estilo “manimalista”, porque nadie puede saber de todo en esta vida y a veces se mete uno en berenjenales que acaban en anecdotarios reconvertidos en soberbios “estupidiarios”.

Otras Columnas por Javier Junceda:
Últimas Firmas