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Opinión | Titanes en la cuerda floja: ¿quién tiene la red de seguridad más fuerte, EE.UU. o China?

Opinión | Titanes en la cuerda floja: ¿quién tiene la red de seguridad más fuerte, EE.UU. o China?
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos y consultor internacional, explica en su columna que en la guerra comercial y económica que enfrenta a EE.UU. con China la resiliencia tecnológica y política será la clave para definir al vencedor. Sobre estas líneas, el presidente estadounidense Donald Trump y el líder chino Xi Jinping, echando un pulso imaginario. Foto: Confilegal.
17/4/2025 05:35
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Actualizado: 18/4/2025 01:08
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La relación económica entre Estados Unidos y China ha dejado de ser una simple competencia comercial para convertirse en el epicentro de una rivalidad estratégica que definirá el siglo XXI.

Lo que empezó con disputas arancelarias bajo la primera Administración de Donald Trump amenaza ahora con escalar hacia un conflicto mucho más profundo, abarcando desde el liderazgo tecnológico hasta la reconfiguración de las cadenas de suministro globales.

Con propuestas sobre la mesa que sugieren aranceles de incluso más del 200 % sobre bienes chinos y la creciente utilización de controles sobre tecnologías críticas y materias primas, la pregunta ya no es si habrá fricción, sino quién está mejor preparado para resistir una guerra económica prolongada y multifacética.

A primera vista, la narrativa podría inclinarse hacia la formidable maquinaria estatal china.

Acostumbrada a dirigir su economía con mano firme, capaz de absorber costos económicos y suprimir el disenso interno con una eficacia que las democracias occidentales no pueden igualar, China parece tener una ventaja inicial en la capacidad de «soportar el dolor».

Su gigantesca base manufacturera, sus enormes reservas de divisas (superando los 3 billones de dólares) y su dominio casi monopolístico en el procesamiento de minerales críticos esenciales para la tecnología moderna le otorgan herramientas poderosas para capear el temporal e incluso tomar represalias estratégicas.

Mientras Estados Unidos se prepara para el impacto inflacionario directo que unos aranceles masivos tendrían sobre sus consumidores –un veneno político en una sociedad sensible a los precios–, China enfrenta sus propias presiones deflacionarias, lo que paradójicamente le da más margen para absorber «shocks» de precios sin desestabilizar su macroeconomía a corto plazo.

Además, China ha jugado hábilmente sus cartas en la diversificación. Mientras EE.UU. recentraba sus cadenas de suministro regionalmente, apoyándose fuertemente en México y Canadá bajo el USMCA, China tejía una red mucho más amplia a través de la ASEAN (su principal socio comercial), la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) y el RCEP.

«Si bien China puede tener la capacidad de aguantar más tiempo en la trinchera inicial, Estados Unidos posee las herramientas para rediseñar el campo de batalla. La verdadera pregunta no es quién sangrará primero, sino quién sanará más rápido y se fortalecerá en el proceso».

Esta amplitud geográfica le proporciona un colchón considerable contra la presión bilateral estadounidense.

Sin embargo, esta aparente fortaleza a corto plazo, esta capacidad de aguante, ¿es sinónimo de resiliencia a largo plazo?

Considero que mirar solo la capacidad de absorber el primer golpe es una visión miope. La verdadera resiliencia no reside únicamente en la dureza, sino en la capacidad de adaptarse, innovar y superar las debilidades estructurales.

Y es aquí donde el panorama se vuelve mucho más complejo y, potencialmente, más favorable, no sin algunas reservas, para Estados Unidos a medio y largo plazo.

Bajo la superficie del crecimiento reportado por China, existen grietas estructurales significativas que una confrontación económica prolongada podría ensanchar peligrosamente.

La crisis latente en su sector inmobiliario, la montaña de deuda oculta en los vehículos de financiación de gobiernos locales (LGFV) que eleva la deuda pública real a niveles comparables o superiores a la estadounidense, y una persistente debilidad en la demanda interna son vulnerabilidades fundamentales.

El modelo de crecimiento chino, aún muy dependiente de la inversión y las exportaciones, lucha por reequilibrarse hacia el consumo, y las presiones deflacionarias son un síntoma de esta dificultad.

EL TALÓN DE AQUILES DE CHINA

Pero la vulnerabilidad más crítica, el verdadero talón de Aquiles estratégico de China, reside en la tecnología. A pesar de sus impresionantes avances en áreas como 5G, vehículos eléctricos e inteligencia artificial aplicada, China sigue dependiendo crucialmente de la tecnología occidental –principalmente estadounidense y de sus aliados– en nodos fundamentales: los semiconductores de vanguardia, el software avanzado y los equipos de fabricación de chips (como la litografía EUV).

Los controles de exportación implementados por EE.UU. ya están mordiendo, y una escalada en este frente podría estrangular las ambiciones tecnológicas chinas y frenar su ascenso en la cadena de valor, un objetivo central de su estrategia nacional («Made in China 2025», «Doble Circulación»).

La autosuficiencia tecnológica es la meta, pero el camino es arduo y lleno de obstáculos impuestos externamente.

Frente a esto, Estados Unidos, aunque enfrenta sus propios demonios –una polarización política preocupante, una elevada deuda pública explícita y la sensibilidad al «shock» inflacionario inmediato–, posee activos estructurales formidables para el largo plazo.

Su ecosistema de innovación sigue siendo el más dinámico y profundo del mundo, liderando en investigación fundamental y tecnologías de vanguardia. Su relativa autosuficiencia en alimentos y energía le otorga una seguridad básica de la que China carece (siendo el mayor importador mundial de alimentos y dependiente de importaciones energéticas).

Más importante aún es la capacidad de adaptación inherente a su economía de mercado y su sistema institucional. Aunque el proceso sea a menudo caótico y políticamente contencioso, EE.UU. ha demostrado capacidad para reorientar estrategias (Ley CHIPS, Ley de Reducción de la Inflación) y reconfigurar cadenas de suministro (el auge de México como socio comercial es prueba de ello).

El estatus del dólar como moneda de reserva mundial y la profundidad de sus mercados de capitales le otorgan una flexibilidad financiera que, a pesar de la deuda, sigue siendo considerable.

Finalmente, su red de alianzas con otras economías avanzadas (UE, Japón, Corea del Sur, Australia a través del G7, Quad, TTC, IPEF) proporciona una plataforma para la coordinación estratégica, especialmente en el crucial frente tecnológico, algo que la red china, más enfocada en el Sur Global y en relaciones a menudo transaccionales (BRI, BRICS+), no puede replicar fácilmente en términos de capacidad tecnológica conjunta.

¿QUIÉN PARPADEA PRIMERO?

Entonces, ¿quién parpadea primero? A corto plazo, la presión sobre los precios y el consumo podría hacer que la política estadounidense sea la primera en sentir la tensión. La capacidad de China para capear este temporal inicial, gracias a su control estatal y sus herramientas económicas, es innegable. Podría parecer que China tiene la ventaja en una guerra de desgaste.

Sin embargo, opino que esta es una visión incompleta. Una guerra económica de esta magnitud no es un «sprint», sino un maratón. La resiliencia a largo plazo no la define quién recibe el primer golpe sin caer, sino quién puede levantarse, adaptarse y seguir avanzando tecnológicamente.

En este sentido, las vulnerabilidades estructurales de China, especialmente su dependencia tecnológica y los desequilibrios internos, representan un riesgo estratégico mayor a medida que el conflicto se prolonga y se centra en los puntos de estrangulamiento tecnológico.

Pero atención, el desafío para Estados Unidos no es solamente económico o tecnológico en su raíz, sino político.

¿Podrá superar su polarización interna para mantener una estrategia coherente a largo plazo? ¿Podrá gestionar los costos económicos iniciales sin sacrificar las inversiones necesarias en reindustrialización e innovación? ¿Logrará movilizar y coordinar eficazmente a sus aliados tecnológicos y políticos, a los que por ahora parece estar dispuesto a tratar con escaso respeto?

Si Estados Unidos logra alinear su potencial –su innovación, sus recursos, sus alianzas y su flexibilidad adaptativa– con una voluntad política sostenida, considero que tiene una mayor capacidad no solo para resistir, sino para remodelar el panorama económico a su favor en el largo plazo.

La fortaleza de China reside en su capacidad de control y de soportar el dolor; la fortaleza potencial de Estados Unidos reside en su capacidad de cambio y de liderar la próxima ola tecnológica.

UNA PRUEBA DE SISTEMAS

La confrontación económica entre EE.UU. y China es, en última instancia, una prueba de sistemas. Uno basado en el control centralizado y la movilización masiva; el otro, en la innovación distribuida y la adaptación (a veces desordenada) del mercado.

Si bien China puede tener la capacidad de aguantar más tiempo en la trinchera inicial, Estados Unidos posee las herramientas para rediseñar el campo de batalla. La verdadera pregunta no es quién sangrará primero, sino quién sanará más rápido y se fortalecerá en el proceso.

Sin embargo, esta dinámica no opera en un vacío político.

El análisis sugiere que la mayor fortaleza potencial de Estados Unidos reside en su capacidad de adaptación, innovación y, crucialmente, en la movilización de sus alianzas tecnológicas.

Pero esta fortaleza es inherentemente frágil y depende enormemente de la coherencia estratégica y la estabilidad política interna. Aquí es donde un factor como el regreso de Donald Trump, con un estilo de liderazgo caracterizado por ser excesivamente disruptivo, altamente polarizador a nivel doméstico, propenso a la improvisación estratégica y con un demostrado desdén por las alianzas tradicionales, podría alterar drásticamente el cálculo.

Un enfoque de estas características tiende a exacerbar las propias vulnerabilidades estadounidenses identificadas: la polarización interna dificultará la implementación sostenida de políticas industriales a largo plazo.

La improvisación en política exterior y comercial no solo podría generar nuevos «shocks» económicos internos, sino que, fundamentalmente, mina la confianza de los aliados clave (Europa, Japón, Corea del Sur).

Sin una coordinación estrecha con ellos, la eficacia de los controles de exportación tecnológicos –el arma más potente de EE.UU. contra los cuellos de botella chinos– se puede diluir significativamente. Alienar a los socios estratégicos es, en la práctica, desmantelar una de las ventajas comparativas más importantes de Estados Unidos frente a China.

En tal escenario, la resiliencia comparativa puede inclinarse decisivamente hacia China, no tanto por un fortalecimiento intrínseco de Pekín, sino por un debilitamiento autoinfligido por parte de Washington.

La capacidad de China para mantener un rumbo estratégico fijo, a pesar de sus rigideces, contrastaría con una política estadounidense errática y aislada. Por lo tanto, la respuesta a quién se fortalecerá en el proceso dependerá crucialmente no solo de las capacidades económicas y tecnológicas inherentes, sino de si el liderazgo político en Estados Unidos es capaz de forjar consensos internos, mantener una estrategia coherente y cultivar, en lugar de dinamitar, sus alianzas tradicionales.

Un fracaso en este frente político podría, irónicamente, entregar a China la ventaja estratégica que sus propias debilidades estructurales le negarían de otro modo. Y cada día que pasa las probabilidades de ese fracaso parecen aumentar.

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