De izquierda a derecha, Carlos Fernández Hernández, moderador, Albert Cortina, Pablo López Simón, José Luis Cordeiro y Francisco Manuel Jiménez Aguilera. Foto: Confilegal.
¿Salvar al ser humano o reinventarlo? La batalla ética del transhumanismo
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30/4/2025 05:40
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Actualizado: 29/4/2025 14:07
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En un futuro no muy lejano, tal vez seremos capaces de descargar nuestra mente en una máquina, erradicar el envejecimiento o potenciar nuestras capacidades cognitivas hasta límites insospechados.
Pero, ¿seguiremos siendo humanos si dejamos atrás nuestras limitaciones naturales? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar por trascender la condición humana?
Estas preguntas, tan fascinantes como inquietantes, centraron el debate de la mesa redonda «Neurotecnología y Humanismo: Preservando la dignidad del Individuo», celebrada en el marco de la jornada «Los Neuroderechos a debate», organizada por la Fundación Zaballos para la Defensa de los Derechos Fundamentales.
Moderada por el jurista y divulgador Carlos Fernández Hernández, la sesión contó con la participación de algunas de las voces más relevantes y provocadoras del panorama nacional e internacional: el jurista Albert Cortina, el escritor y profesor Pablo López Simón, el ingeniero y vicepresidente de la Asociación Transhumanista Mundial José Luis Cordeiro, y el jurista y filósofo Francisco Manuel Jiménez Aguilera.
Una ética para la era del Homo Sapiens aumentado
Desde el primer momento, quedó claro que la discusión superaba el ámbito técnico o jurídico: estaba en juego la propia definición de qué significa ser humano en un mundo donde las capacidades naturales podrán ser mejoradas, manipuladas o incluso reemplazadas.
Albert Cortina, autor del libro «Transhumanismo, la ideología que desafía la fe cristiana», advirtió que el transhumanismo no es simplemente una corriente tecnológica, sino una auténtica ideología que desafía los principios fundacionales de la dignidad humana.
«El riesgo no es sólo perder el control sobre las tecnologías, sino también sobre nuestra propia naturaleza», señaló. Para Cortina, la humanidad debe resistirse a la tentación de redefinirse como «proyecto de ingeniería», recordando que «no todo lo que es técnicamente posible es éticamente aceptable».
Cortina llamó a establecer un «cordón ético» en torno a los desarrollos de neurotecnología, y a construir un consenso internacional sobre los «neuroderechos» como nuevos derechos humanos emergentes, que protejan la identidad, la privacidad mental, la autonomía individual y la capacidad de autodeterminación cognitiva.
«No se trata de negar el progreso, sino de asegurar que la tecnología sirva al ser humano, y no al revés», concluyó, en una intervención cargada de advertencias y apelaciones a la responsabilidad colectiva.
Transhumanismo optimista: la muerte de la muerte
Frente a la visión crítica de Cortina, José Luis Cordeiro desplegó una defensa apasionada del transhumanismo como «la gran oportunidad de la historia humana». Cordeiro, conocido por su provocador lema «La muerte de la muerte» –así se titula su libro, traducido a múltiples idiomas, incluidos el ruso y el chino– aseguró que estamos a punto de lograr el rejuvenecimiento biológico y la erradicación de la vejez como «enfermedad».
«En veinte años, el envejecimiento será reversible. Quien quiera morir, que muera; pero quien quiera vivir, debe tener derecho a hacerlo», afirmó con rotundidad. «Y la gente podrá hacerlo a través de la Seguridad Social».
Cordeiro criticó duramente a Europa y a España por «sobre-regular» las tecnologías emergentes, lo que, en su opinión, está condenando al continente a la irrelevancia frente al dinamismo de Estados Unidos y China. «Esta es la gran oportunidad de la historia. Si podemos ser más inteligentes, debemos ser más inteligentes y mejores. Y si optamos por vivir, debemos vivir», afirmó.
Para añadir, a continuación: «Mientras aquí nos enfrascamos en debates burocráticos, en Asia y América están construyendo el futuro», lamentó. Y lanzó una advertencia directa: «Si no lideramos la revolución biotecnológica, otros lo harán, y nos convertirán en sus clientes o en sus subordinados».
Cordeiro incluso apeló a un nuevo derecho humano: el derecho a no envejecer, a vivir indefinidamente, si la ciencia lo permite.
La distopía del control mental
El escritor Pablo López Simón, profesor asociado del IE Business School y autor de la novela distópica «OCMO«, añadió un matiz sombrío al debate: el riesgo de que la fusión entre mente humana y tecnología no se traduzca en emancipación, sino en control.
«La posibilidad de intervenir directamente en los procesos mentales abre la puerta a una nueva forma de totalitarismo», advirtió. Para López Simón, si no se establecen salvaguardias claras, los avances en neurotecnología podrían ser utilizados por gobiernos o corporaciones para manipular pensamientos, emociones y decisiones.
«La última frontera de la libertad humana es la mente. Si la cruzamos sin garantías, no seremos más libres ni más poderosos; seremos esclavos felices de un sistema que conocerá nuestras pulsiones mejor que nosotros mismos», advirtió.
En su opinión, uno de los riesgos más graves es la desigualdad que puede derivarse de estas tecnologías: «¿Qué ocurrirá si sólo una élite privilegiada puede permitirse potenciar sus capacidades mentales? Nos dirigimos hacia una humanidad de dos velocidades».
López Simón concluyó su intervención con una reflexión provocadora: «¿Seremos nosotros quienes usemos la tecnología, o será la tecnología la que termine usándonos a nosotros?».
Neuroderechos: el derecho a seguir siendo humanos
El jurista y filósofo Francisco Manuel Jiménez Aguilera intervino para recordar que «no todo puede ni debe ser dejado al mercado o a la voluntad individual». Desde su perspectiva, el papel del Derecho es precisamente proteger a la persona frente a los riesgos de cosificación y alienación.
«Los neuroderechos deben ser elevados a la categoría de derechos fundamentales», defendió Jiménez Aguilera. En su opinión, el derecho a la identidad mental, a la privacidad neuronal, a la autonomía cognitiva y a la integridad psíquica deberán ocupar un lugar central en las futuras constituciones.
«El reto es construir un humanismo jurídico para la era de la inteligencia artificial y las neurotecnologías», subrayó. Y recordó que «la dignidad humana no depende de nuestra eficiencia, ni de nuestra inteligencia, ni de nuestra longevidad: es un valor intrínseco que debe ser protegido frente a cualquier tentación de instrumentalización».
Entre la promesa y el abismo
A lo largo de la mesa redonda, surgieron reflexiones de gran calado: ¿podemos confiar en que las tecnociencias serán utilizadas para el bien común, o es inevitable que sean cooptadas por intereses económicos o geopolíticos? ¿Podemos regular eficazmente un proceso de aceleración tecnológica sin precedentes? ¿Seremos capaces de definir unos límites éticos comunes a nivel global?
Para acabar, José Luis Cordeiro insistió en que «el miedo al progreso es el mayor enemigo de la humanidad» y que «la regulación excesiva es, en el fondo, miedo disfrazado de prudencia».
Albert Cortina, en cambio, alertó contra «el mito de la neutralidad tecnológica» y recordó que «toda tecnología lleva implícita una visión del ser humano y de la sociedad».
Pablo López Simón cerró su intervención con una pregunta inquietante: «¿Seremos nosotros quienes usemos la tecnología, o será la tecnología la que termine usándonos a nosotros?».
Francisco Manuel Jiménez Aguilera enfatizó sobre la idea de que el Derecho debe ser el instrumento que preserve la condición humana frente a los riesgos de cosificación, en un escenario donde el poder tecnocientífico puede sobrepasar fácilmente los límites éticos tradicionales.
La jornada dejó claro que estamos ante un cruce de caminos: podemos utilizar la neurotecnología para ampliar la libertad, el bienestar y las capacidades humanas; o podemos abrir la puerta a nuevas formas de dominación y desigualdad.
En última instancia, como recordó Carlos Fernández Hernández en su cierre, «no se trata sólo de qué tecnologías seremos capaces de desarrollar, sino de qué clase de humanidad queremos construir».
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