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Opinión | Europa ante el espejo energético: ¿gigante despierto o coloso con pies de barro?

Opinión | Europa ante el espejo energético: ¿gigante despierto o coloso con pies de barro?
Jorge Carrera Doménech es abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos y consultor internacional, abordo el apagón del pasado 28 de abril desde una perspectiva europea; la importante. Foto: Confilegal.
04/5/2025 00:45
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Actualizado: 05/5/2025 00:54
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La Unión Europea, ese ambicioso proyecto de paz y prosperidad construido sobre las cenizas de la guerra, se mira hoy en un espejo que le devuelve una imagen inquietante: la de su propia vulnerabilidad energética.

Acostumbrados a pensarnos como un faro de integración y vanguardia, la reciente crisis energética, culminada simbólicamente por el traumático apagón que sumió a la Península Ibérica en la oscuridad en abril de 2025, nos obliga a una introspección incómoda.

¿Es el aclamado Mercado Único, pilar de nuestra competitividad, un gigante robusto capaz de navegar las turbulentas aguas del siglo XXI, o se tambalea sobre unos cimientos energéticos frágiles y fragmentados?

La respuesta, lejos de ser simple, dibuja un panorama complejo donde los innegables avances conviven con debilidades estructurales que no podemos seguir ignorando. 

Durante décadas, hemos perseguido el ideal de una Unión Energética: un espacio donde la electricidad y el gas fluyan sin trabas, garantizando seguridad, precios competitivos y la necesaria transición hacia un futuro verde. Hemos tejido redes, acoplado mercados y visto florecer las renovables.

Sin embargo, bajo esta superficie de progreso, la realidad es tozuda. La integración, seamos sinceros, sigue siendo una asignatura pendiente.

La fragmentación persiste, visible en los exasperantes retrasos en la aplicación de normativas ya acordadas, en mercados de balance que no acaban de despegar y en la falta de liquidez de los mercados a plazo, tan necesarios para guiar las inversiones millonarias que exige la descarbonización.  

INFRAESTRUCTURAS

Y luego están las infraestructuras, esa columna vertebral que debería sostener nuestro sistema energético común, pero que se revela dolorosamente incompleta. Existe un consenso abrumador sobre la necesidad urgente de invertir masivamente en redes, interconexiones y almacenamiento.

Las cifras que maneja la Red Europea de Gestores de Redes de Transporte de Electricidad (ENTSO-E) son elocuentes y hablan de cientos de gigavatios de nueva capacidad necesarios para 2040 y 2050.

Sabemos que cada euro invertido en estas arterias energéticas rinde más del doble en eficiencia del sistema. Sin embargo, la cruda realidad es que muchos Estados miembros aún no cumplen los modestos objetivos de interconexión fijados para 2020, y la Península Ibérica sigue siendo, en gran medida, una «isla energética», una condición cuya peligrosidad quedó patente en aquel fatídico abril.

«El apagón ibérico fue una advertencia severa, un recordatorio de que construir un gigante requiere algo más que voluntad: necesita cimientos sólidos, arterias robustas y, sobre todo, una visión verdaderamente compartida que anteponga el interés común a los egoísmos particulares».

Los permisos se eternizan, la financiación tropieza y la aceptación local se convierte en un campo de minas. Es la gran paradoja: las herramientas más potentes para fortalecer el mercado y nuestra resiliencia colectiva son rehenes de inercias y obstáculos eminentemente nacionales.  

Aquí entramos en el terreno resbaladizo, pero ineludible, de la geopolítica interna de la Unión. ¿Hasta qué punto los intereses nacionales, legítimos en su origen pero a menudo miopes en su perspectiva, frenan la construcción de esa red común eficiente que tanto necesitamos?

El eterno debate sobre la interconexión entre Francia y España es un caso de estudio paradigmático. Desde el sur de los Pirineos, se percibe una resistencia histórica de París a abrir las puertas a la abundante y barata energía solar ibérica, una resistencia que muchos interpretan como un velado proteccionismo de su potente sector nuclear.

TENSIÓN ENTRE LO NACIONAL Y LO COMUNITARIO

Más allá de las justificaciones técnicas, a veces complejas, flota la sospecha de que las infraestructuras energéticas se utilizan también como instrumentos de estrategia nacional, priorizando la defensa de campeones domésticos sobre la optimización del sistema europeo en su conjunto.

Esta tensión entre lo nacional y lo comunitario se manifiesta también en la proliferación de los llamados Mecanismos de Capacidad. Concebidos para garantizar la seguridad del suministro en un sistema con creciente peso de renovables intermitentes, corren el riesgo de convertirse en trajes a medida para subsidiar tecnologías o empresas nacionales, a menudo fósiles, distorsionando el mercado único y levantando barreras encubiertas al comercio transfronterizo.

La Comisión Europea vigila, impone condiciones, pero la diversidad de diseños y la persistencia de ayudas que chocan con los objetivos climáticos revelan un campo de batalla donde la soberanía energética nacional (consagrada, no lo olvidemos, en los Tratados ) a menudo prevalece sobre la lógica integradora.

Y así llegamos al apagón ibérico de 2025.

Más allá del análisis forense de los segundos fatídicos – la oscilación fatal, la pérdida masiva de generación (¿solar, quizás?), la caída en picado de la frecuencia en un sistema con una alarmante falta de inercia por la alta penetración renovable instantánea – el incidente fue una brutal llamada de atención.

Fue el síntoma de una enfermedad más profunda. Expuso las consecuencias del aislamiento energético, la urgencia de adaptar nuestras redes y nuestra operativa a la realidad de las renovables variables, y la insuficiencia de la coordinación cuando el sistema se ve sometido a un estrés extremo.

El sistema europeo, diseñado para resistir la caída de un elemento (N-1), se vio superado por un evento complejo en una región vulnerable y poco apoyada desde el exterior por falta de capacidad de interconexión. El apagón no fue un accidente imprevisible; fue la consecuencia lógica de un desarrollo asincrónico entre la instalación masiva de nueva generación y la adaptación del sistema para gestionarla con seguridad.  

REFORMA ESTRUCTURAL DEL MERCADO ÚNICO

Ante este diagnóstico, la necesidad de una reforma estructural del Mercado Único, con la energía en su epicentro, es un clamor. Figuras del calibre de Enrico Letta y Mario Draghi nos han advertido: sin una integración mucho más profunda en sectores clave como la energía, las finanzas o las telecomunicaciones, la competitividad europea seguirá languideciendo.

Los precios de la energía, persistentemente más altos que los de nuestros competidores globales, son un lastre para nuestra industria. La reciente reforma del diseño del mercado eléctrico (EMD), con su énfasis en proteger a los consumidores y fomentar contratos a largo plazo como los PPA o los CfD bidireccionales, es un paso en la buena dirección, pero ¿será suficiente?.  

Las propuestas están sobre la mesa: avanzar hacia subastas regionales de renovables, crear ventanillas únicas para agilizar infraestructuras críticas, reforzar el papel de la Agencia de Cooperación de los Reguladores de la Energía (ACER), armonizar requisitos técnicos para la estabilidad de red o incluso vincular fondos europeos al progreso real en la integración energética.

El consenso sobre el «qué» hacer parece amplio. El gran interrogante, como tantas veces en la historia de la construcción europea, reside en el «cómo» y, sobre todo, en la voluntad política real para llevarlo a cabo.  

Superar la inercia, vencer las resistencias nacionales, acordar un reparto justo de los enormes costes de la transición y simplificar la jungla regulatoria requiere un liderazgo audaz y una visión compartida que vayan más allá de los ciclos electorales y los intereses cortoplacistas.

Requiere entender que la energía no es un sector más, sino la savia que alimenta nuestro proyecto común.  

El espejo energético nos devuelve una imagen compleja, llena de luces y sombras. Hemos demostrado una notable capacidad de adaptación ante las crisis, pero las grietas estructurales son profundas.

El apagón ibérico fue una advertencia severa, un recordatorio de que construir un gigante requiere algo más que voluntad: necesita cimientos sólidos, arterias robustas y, sobre todo, una visión verdaderamente compartida que anteponga el interés común a los egoísmos particulares.

La pregunta ahora es si seremos capaces de aprender la lección y actuar con la determinación que la hora exige, antes de que el coloso descubra, demasiado tarde, que sus pies siguen siendo de barro. El futuro de nuestra prosperidad y autonomía estratégica bien puede depender de ello.  

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