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Opinión | De «bromance» a «guerra civil»: cómo la pelea entre Trump y Musk sacude al Partido Republicano

Opinión | De «bromance» a «guerra civil»: cómo la pelea entre Trump y Musk sacude al Partido Republicano
El presidente Donald Trump y el empresario Elon Musk a cara de perro en una imagen generada por IA. Jorge Carrera Doménech, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos y consultor internacional, explica las claves de este divorcio al estilo guerra de los Rose que ha acabado con un "bromance" que prometía mucho más.
08/6/2025 05:40
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Actualizado: 07/6/2025 21:22
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Lo que comenzó como una potente y estratégica alianza política se ha convertido en un amargo espectáculo de ataques personales y amenazas multimillonarias.

La ruptura entre Donald Trump y Elon Musk (exvotante demócrata), dos de las figuras más impredecibles y disruptivas del planeta, es mucho más que un drama pasajero en redes sociales: es un sismo que amenaza con fracturar los cimientos del Partido Republicano, redibujar su futuro financiero y poner a prueba la lealtad incondicional de su base.

La relación, que alguna vez fue descrita como un «bromance» (término informal en inglés compuesto de «bro», hermano/amigo, y «romance»), vio a Musk convertirse en un «aliado simbólicamente potente» de Trump, un puente entre el populismo de MAGA («Make America Great Again», hacer que América vuelva a ser grande) y el poder innovador y financiero de Silicon Valley.

El magnate tecnológico respaldó públicamente a Trump, asistió a sus mítines e invirtió una asombrosa suma de al menos 250 millones de dólares en su campaña de 2024, convirtiéndose en el «mayor donante de campañas presidenciales» de ese año.

A cambio, Trump le dio a Musk un lugar privilegiado en su círculo íntimo, nombrándolo colíder del recién creado y controvertido Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), una iniciativa que prometía reestructurar el gobierno con la agilidad de una «startup» tecnológica.

Pero la alianza, construida sobre intereses mutuos y egos colosales, se hizo añicos con una velocidad pasmosa. El detonante fue la crítica mordaz y pública de Musk a la pieza legislativa estrella de Trump, la «One Big Beautiful Bill».

Musk no se contuvo y la calificó de «abominación repugnante», un monstruo legislativo que, según él, dispararía la ya abultada deuda nacional. El conflicto escaló en cuestión de horas desde un desacuerdo político a un terreno personal y brutal, revelando la fragilidad de su pacto.

La «One Big Beautiful Bill Act» (la gran y hermosa ley), ha sido el detonante que ha hecho volar por los aires el «bromance» de Trump y Musk. Fue aprobada por la Cámara de Representantes de los Estados Unidos el 22 de mayo de 2025, con una votación muy ajustada de 215 votos a favor, 214 en contra y 1 presente .
Actualmente, el proyecto de ley está siendo debatido en el Senado, donde enfrenta divisiones internas entre los republicanos y críticas por su impacto fiscal. Es una ley que busca implementar una amplia reforma fiscal, reducir el gasto público y modificar programas sociales clave. Foto: Casa Blanca.

El choque de egos y billeteras

La disputa degeneró en una guerra de «destrucción mutua asegurada», donde cada uno utilizó sus armas más poderosas. Trump, ejerciendo la autoridad del Despacho Oval, amenazó con «terminar los subsidios y contratos gubernamentales de Elon», apuntando directamente al corazón del imperio de Musk: las miles de millones de dólares en contratos federales que sostienen a empresas como Tesla y, especialmente, SpaceX, una pieza clave en la infraestructura espacial y de defensa de Estados Unidos.

La amenaza tuvo un efecto sísmico e inmediato: las acciones de Tesla se desplomaron, borrando 150 mil millones de dólares de su valor de mercado en un solo día y contándole a Musk 34 mil millones de dólares de su patrimonio personal.

Musk contraatacó desde su propio feudo: la plataforma X.

Acusó a Trump de «ingratitud» y, en un movimiento calculado para causar el máximo daño, lanzó una afirmación explosiva: que Trump está «en los archivos de Epstein» y que esa es la «verdadera razón por la que no se han hecho públicos».

Aunque no existe evidencia que implique a Trump en actividades ilegales, la mera mención del nombre de Epstein es un veneno político. La acusación fue un arma arrojadiza que los demócratas recogieron al instante, exigiendo la publicación inmediata de todos los archivos.

Jeffrey Epstein fue un financiero estadounidense conocido por sus vínculos con la élite y por liderar una red de abuso y tráfico sexual de menores. El reciente conflicto entre Elon Musk y Trump ha reavivado el interés sobre el vínculo entre Epstein y el presidente. Musk acusó públicamente a Trump de figurar en los archivos del financiero suicidado, aunque sin aportar pruebas concluyentes. Grabaciones inéditas y testimonios han mostrado que la relación social entre ambos fue estrecha durante una década, aunque Trump se distanció de Epstein años antes de que estallara el escándalo judicial. Foto generada por IA.

La lealtad a prueba: ¿Trump o el dinero?

La pelea ha forzado a los republicanos a elegir un bando, y los resultados son un claro reflejo del poder en el partido actual.

Una encuesta de YouGov del 6 de junio de 2025 mostró que, si bien la mayoría de los estadounidenses no apoya a ninguno de los dos, una «abrumadora mayoría» (71%) de los votantes republicanos se puso del lado de Trump.

Solo un mísero 6% respaldó a Musk. Esto demuestra que, a pesar de sus miles de millones y su colosal influencia mediática, para la base republicana, la lealtad al líder del partido es un valor que el dinero no puede comprar.

El liderazgo del partido se encuentra en una posición delicada y casi imposible.

El presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, intentó minimizar la disputa, pero también envió una advertencia inequívoca a Musk que resonó como un decreto: «No dude y no cuestione y nunca desafíe al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump… Él es el líder del partido».

Esta situación ha creado una nítida «prueba de lealtad a Trump» que define no sólo la jerarquía, sino también los límites de cualquier disidencia interna.

«Trump y Musk deberán convivir, por más que a Bannon le pese, porque el entorno político y económico no les dejará otra opción. No será fácil, pero no tienen alternativa».

Las grietas internas y las consecuencias futuras

Más allá del espectáculo público, la disputa ha expuesto y profundizado las divisiones ideológicas que han estado latentes dentro del Partido Republicano durante años.

Fractura fiscal: La crítica de Musk a la «Big Beautiful Bill» por su impacto en la deuda ha dado voz y un inesperado megáfono a los republicanos fiscalmente conservadores, como los senadores Rand Paul y Mike Lee.

Esta facción, a menudo marginada por el ala más populista del partido, ahora se siente envalentonada, complicando la aprobación de la ley en un Senado con una mayoría republicana muy estrecha.

El líder demócrata de la Cámara, Hakeem Jeffries, aprovechó la oportunidad para describir la situación, no sin cierta satisfacción, como una «guerra civil republicana».

El agujero financiero: Musk, sintiendo que ya ha «hecho suficiente», ha declarado que reducirá drásticamente su gasto político en el futuro. Esta decisión podría «alterar los futuros esfuerzos republicanos» y deja «en duda» una promesa de 100 millones de dólares para las cruciales elecciones de mitad de mandato de 2026.

El partido se enfrenta ahora a la precariedad de haber dependido de un solo megadonante, un recordatorio de los riesgos de supeditar la financiación a los caprichos de individuos volátiles.

Curiosamente, algunos republicanos parecen indiferentes, argumentando que «mientras un candidato tenga el aval de Trump… no hay que preocuparse si Elon gasta 5 millones de dólares», una señal de que la bendición del líder se considera más valiosa que el dinero.

La ‘derecha tecnológica’ en duda: La alianza de Trump con Musk fue vista como una puerta de entrada a la ‘derecha tecnológica’ de Silicon Valley, un sector rico en recursos e innovación.

Sin embargo, las duras represalias financieras sufridas por Musk sirven como una escalofriante advertencia para otros líderes tecnológicos que consideren involucrarse en política.

La percepción de que una administración puede usar su poder para la «retribución o venganza» podría enfriar drásticamente futuras alianzas y donaciones, creando un muro de desconfianza entre el partido y un sector clave de la economía.

Un regalo para los demócratas: La oposición demócrata se ha «deleitado» con la disputa, explotándola estratégicamente para resaltar el caos republicano.

Han amplificado las críticas de Musk al proyecto de ley y han utilizado la acusación sobre los archivos de Epstein para poner al Partido Republicano a la defensiva, pintándolos como un partido dividido e incapaz de gestionar sus propias alianzas.

UM MICROCOSMOS DE LOS DESAFÍOS DEL PARTIDO REPUBLICANO

En definitiva, la pelea entre Trump y Musk es un microcosmos de los desafíos que enfrenta el Partido Republicano en el siglo XXI.

Ha expuesto la tensión entre el populismo arrollador de Trump y el conservadurismo fiscal tradicional, ha revelado la naturaleza frágil de las alianzas políticas modernas y ha demostrado que en la era de la política personalista, ni siquiera un aliado multimillonario está a salvo de la ira del líder del partido.

La forma en que el partido navegue las consecuencias de esta violenta ruptura determinará su cohesión, su viabilidad financiera y su éxito en los años venideros.

Pero lo más grave es que esta disputa no solo sacude al Partido Republicano; es un escaparate global de las debilidades sistémicas de EE.UU. en el siglo XXI.

Es también el resultado de un liderazgo errático, incapaz de rodearse de aliados sólidos y coherentes.

Ahora se enfrenta a una realidad con una lógica implacable: Musk quiere cobrar, y su apoyo nunca fue gratuito. La pelea ha estallado por razones puramente personales e interesadas.

Aun así, los egos en juego son tan desmesurados que ninguno puede permitirse una guerra fratricida abierta. Trump y Musk deberán convivir, por más que a Bannon le pese, porque el entorno político y económico no les dejará otra opción. No será fácil, pero no tienen alternativa.

Mientras la Administración se enreda en batallas personales y venganzas políticas, China avanza metódicamente en su objetivo de desplazar a EE.UU. como potencia hegemónica.

La erosión de la credibilidad financiera, la pérdida de influencia diplomática y la parálisis gubernamental alimentan la narrativa del «declive estadounidense» y fortalecen a Pekín.

La forma en que EE.UU. resuelva esta crisis definirá no solo el futuro del partido en el poder, sino su capacidad para liderar un mundo cada vez más escéptico de su estabilidad y competencia.

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