Koldo García con su protector, el exministro de Transportes, José Luis Ábalos. Foto: EP.
Koldo vomita lealtad y rencor: llama “amargados de mierda” a Cerdán y a su socio por irse de juerga “gastándose la pasta”
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16/6/2025 05:35
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Actualizado: 16/6/2025 00:15
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A Koldo García, antiguo escudero del exministro Ábalos —un ministro que acabó siendo más lastre que lanza—, le hervía la sangre por dentro y no precisamente de nobleza. “Amargados de mierda”, escupía por el móvil, con la misma elegancia de un sargento de reemplazo tras media botella de Veterano.
Se refería, con particular delicadeza, al exnúmero tres del PSOE, Santos Cerdán, y a un empresario de su corte, ambos pillados en Madrid de juerga en juerga, vaciando copas y carteras ajenas como si no hubiera mañana.
“Qué asco me dan”, añadía Koldo, “necesitan mierda para ser felices”. Todo muy edificante. Se lo dijo a su mujer, que aún creía que el cinismo de su marido tenía algo de romántico.
Este diálogo de sainete cutre lo recoge, con amor burocrático, la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil en un informe que no desentonaría en la estantería entre Quevedo y Valle-Inclán.
Quinientas páginas donde la podredumbre huele hasta a través del papel. El magistrado del Supremo recibió el paquete con manos de cirujano y nariz de carnicero. Resultado: Cerdán dejó su cargo en el PSOE y posiblemente hoy su acta de diputado. Como si la renuncia de un peón cambiara el tablero.
Los investigadores, que no creen en hadas ni en la limpieza del poder, trazaron el deterioro de la santa trinidad de la corrupción doméstica: Koldo, Ábalos y el infame Cerdán.
Según los agentes, Koldo profesaba una “fuerte lealtad” a Ábalos —fuerte como la del perro al amo que aún le da sobras—, y eso incomodaba a Cerdán, que habría tratado de sabotear la relación entre ambos. Intrigas de pasillo, puñaladas de moqueta.
Koldo, que además de rencor acumulaba apodos como quien colecciona cicatrices, se refería al empresario Joseba Antxón Alonso Egurrola como Gui, Guipo o Guipúzcoa, según el día. “El hijo de puta de Santos con Guipo, de fiesta en fiesta, gastándose la pasta”, le escribía a su esposa. Amor y resentimiento conyugal, en versión WhatsApp.
La mujer, más lúcida que muchos analistas políticos, le advertía que “el pequeño” —alias de Cerdán, por tamaño o por talla moral, quién sabe— solo quería sonsacarle información.
“Para venderte”, concluía ella, con más visión de juego que muchos ministros de verdad. “Al menos Barriguitas te trata mejor”, remató, en referencia a Ábalos, apodado así con la ternura que solo la ironía permite.
“Mucho mejor”, concedía Koldo, con la resignación del perro fiel que aún cree que el amo le dará las sobras si ladra fuerte.
El drama siguió su curso como en toda buena tragicomedia. Cerdán volvió a liársela, según Koldo. “Todos son unos hijos de puta”, se lamentaba con la amargura de quien ya intuye su caída.
Cerdán, por lo visto, se iba de comida con Ábalos y Guipúzcoa. “A Barriguitas no le conviene juntarse con Guipo”, opinaba la esposa. “Me la pela. Como si se mueren”, zanjó Koldo, fiel a su estilo: grosero, honesto, brutal.
Dos opciones, le ofreció su mujer: “O Santos es tonto o quiere joderte la relación con Barriguitas”. “Las dos cosas”, respondió Koldo. Y añadió que Cerdán “está rabioso” con su cercanía al ministro. Rabia de perro viejo, en política la más peligrosa.
Pero lo mejor, como siempre, estaba por llegar.
En otro episodio digno de sainete, Koldo y Ábalos se confesaban miserias como dos soldados derrotados al calor del último cigarro.
El ministro sin cartera —y casi sin dignidad— reconocía ir “con 50 euros toda la puta semana”. Un tipo que había gestionado miles de millones hablando de miseria como un jubilado maltratado por la pensión. “Lo estoy estirando que te cagas”, decía, como si la virtud estuviera en la ruina.
Koldo, magnánimo en su miseria, le ofrecía su plan: pedirle a Santos “dos obras”. Medio kilo limpio. Y la mitad, prometía, para el ministro. “La otra mitad para mis gastos”. El negocio redondo: comisiones, fidelidad y una hipoteca por pagar.
Ábalos, mientras tanto, confesaba que su hijo le daba 1.000, 4.000 euros, según el día. “Me he fundido mucho”, decía, como si se hablara de habanos y no de dinero público.
Solo en alquileres, aseguraba, se había gastado “un huevo”. Koldo calculaba: 470.000 euros en dos años. Cifra precisa. El infierno, como siempre, está en los detalles.
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