Una detención nada ejemplar
El autor de esta columna es socio director de Luis Romero Abogados y doctor en Derecho.

Una detención nada ejemplar

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05/10/2020 06:46
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Actualizado: 04/10/2020 23:22
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Cuando repasaba mi agenda a última hora de la mañana en la sala de juntas del despacho de la calle Villanueva, atendí la llamada de mi secretaria en la que me informaba que el hijo de un político de Lanzarote nos requería urgentemente para asistir a su padre, detenido por la UCO en la isla en una macrocausa por corrupción.

Pedí a mi compañera Ana que tomara el primer avión a Arrecife desde Barajas pues yo debía atender a primera hora del día siguiente un caso en los juzgados de Plaza de Castilla.

Después, yo sustituiría a Ana cuando ella hubiese asistido al cliente en la diligencia de declaración ante la Guardia Civil y yo me haría cargo de asistirlo ante el juez de instrucción.

Como es costumbre, se informó al familiar del detenido del importe de la transferencia que debería ordenar a la cuenta del bufete antes que nuestro departamento de administración se pusiera en contacto con la agencia de viajes, recibiendo rápidamente el justificante de la transacción bancaria.

ERA LA OPERACIÓN JABLE-CASO UNIÓN

Fue en el restaurante mirador del Gran Hotel de Arrecife cuando mientras esperaba a mi colega para que me ilustrase sobre el caso y sus gestiones, pude informarme en los periódicos locales sobre la operación dirigida por el juez Romero Pamparacuatro, la Operación Jable-Caso Unión.

La portada de todos los periódicos insulares estaba ocupada por las imágenes y textos referidos al caso, con fotos de los detenidos, nombres, cargos, delitos y otros detalles ampliados en las primeras páginas del interior.

Me llamaba la atención que en ese texto estuviese publicado parte del expediente judicial que era secreto (al menos para los abogados).

Es más, en varias de las fotografías que se referían a la detención de mi cliente, aparecía el mismo custodiado por agentes de la UCO con chalecos antibala y metralletas delante de su casa, con toda la prensa debidamente convocada allí y cámaras de distintas televisiones.

Estas escenas demostraban que aquel juez estrella, la Fiscalía Anticorrupción de Las Palmas y la UCO, no ayudaban a respetar los derechos del detenido contemplados en el artículo 520 del Código Penal en cuanto a que la detención de cualquier ciudadano debe ser lo menos perjudicial para su persona, reputación y patrimonio.

El secreto del sumario contrastaba con la publicidad dada no solamente a la detención de nuestro defendido sino al caso judicial en su conjunto.

Así, fui conociendo cómo importantes cargos públicos y políticos de la isla habían sido detenidos y muchos de ellos estaban en prisión por presuntos delitos de cohecho, tráfico de influencias, prevaricación, negociaciones prohibidas, entre otros delitos contra la administración cometidos por funcionarios y políticos.

Me llamó especialmente la atención el caso de la ex alcaldesa de Arrecife, casada, con hijos, con domicilio conocido y medios de vida suficientes, que había ingresado preventivamente en prisión por, entre otras causas, recibir (presuntamente) de una empresa contratista con el ayuntamiento, un reloj Rolex y un viaje de lujo a Marrakech.

Pensaba en su familia y en ella, cómo se sentiría en su celda de la prisión de Tahiche esos días con la incertidumbre de no saber cuándo volvería a estar con los suyos.

NO SE CUMPLÍAN LOS REQUISITOS DE PRIVACIÓN DE LIBERTAD

Pensaba en la injusticia de una privación de libertad que en mi opinión no cumplía con las exigencias y requisitos contemplados en la Ley de Enjuiciamiento Criminal desarrollados por la jurisprudencia, ya que el motivo más reiterado casi siempre era el riesgo de fuga unido a las altas penas que podrían recaer en caso de condena, además del peligro de destrucción de pruebas, reiteración de la conducta delictiva, etc.

Pero como abogado defensor, veía claramente que la ausencia de antecedentes penales, el domicilio conocido, su arraigo social, familiar y laboral, tener medios económicos suficientes, y que los delitos y las cuantías no eran tan graves, debían inclinar la balanza a favor de la libertad provisional de la alcaldesa, toda vez que el supuesto riesgo de fuga es de una apreciación muy subjetiva e imaginaria, difícil de argumentar teniéndose en cuenta sus circunstancias personales; la reiteración delictiva no sería propia de un cargo público vigilado desde entonces en cada paso que diese; la destrucción de pruebas no podría argumentarse dado que tras meses de averiguaciones sigilosas, pocas pruebas quedaban por unir a la causa, al menos las más importantes; y respecto al alcance de las penas, casi todas las personas detenidas podrían ir a la cárcel en cualquier caso medianamente importante, además que la presunción de inocencia debería ser respetada mientras no hubiera una sentencia firme.

Cómo no, habría sido posible fijar una fianza que hubiera permitido eludir la prisión preventiva.

Esos argumentos a buen seguro serían aplicables en su mayor parte a nuestro cliente, de cuyo caso solo sabía lo leído en los periódicos a falta que la abogada de mi bufete me pusiera al día de lo que el cliente le habría contado, pues sobre el expediente judicial poco podría ilustrarme dado el secreto decretado.

ENCONTRONAZO CON LA GUARDIA CIVIL

Al sentarse a mi mesa Ana, en una hora ya tardía para comer pero en la que podíamos tomar algún tentempié divisando unas preciosas vistas del mar y la isla desde muchos pisos de altura, mi compañera me contó el encontronazo que había tenido con los miembros de la benemérita en el cuartel.

Cuando tocaba atender al detenido y antes de pasar al mismo para el acto de la declaración, un agente bien fornido advirtió a la penalista que tuviese cuidado con lo que iba a decir y aconsejar a su cliente (sic), y que no fuera por el mismo camino que los abogados de Canarias que acababan de salir tras haber asistido a otro detenido; que se limitara a efectuar las preguntas correspondientes cuando le llegara su turno.

Todo ello en un tono estridente y un tanto amenazador, sobre todo al asegurarle que le denunciarían si osaba aconsejar a su patrocinado para que no declarase ante ellos.

Tras oír pacientemente a los agentes de la autoridad, la letrada les contestó:

“Miren ustedes, en primer lugar, como abogada sé muy bien cómo debo actuar. En segundo lugar, dadas las circunstancias, voy a aconsejar a mi cliente desde el primer momento que no declare ante ustedes, pues hay secreto de las actuaciones y además debemos hablar antes con él para aconsejarle lo que sea preciso una vez nos narre lo que tenga a bien”.

Tras escuchar vociferar de nuevo al agente, se inició la diligencia y mi compañera hizo lo que todo buen penalista debe hacer.

UNOS CALABOZOS QUE SE ASEMEJABAN A MAZMORRAS, INSALUBRES

Tras el acto de declaración sin declaración, hablaron ambos y el investigado le describió las telarañas colgando del techo de su celda, el polvo por todas partes y su problema de claustrofobia por el que podría tener importantes mermas en su salud si su puerta permanecía cerrada.

Nuestro defendido podía acreditar su padecimiento con informes médicos.

Mi compañera de bufete quedó más tranquila cuando el cliente le informó que los agentes habían permitido que la puerta de su celda permaneciese abierta y se habían portado muy bien con él a pesar de las condiciones inhumanas de los calabozos, la pésima limpieza y lo lúgubre de ese casi abandonado edificio.

Pero hete aquí que esa mañana lo habían visitado por una parte el juez (no es lo habitual) y por otra, algún agente de la UCO que le advirtió que si no “colaboraba” la puerta podría cerrarse.

Ante este serio aviso, mi cliente quedó muy preocupado y sofocado pues cuando sufría episodios de claustrofobia, comenzaba a sudar, tenía mareos, le subía la tensión y se sentía tan mal, que si hubiese una ventana al lado intentaría escapar por ella.

Afortunadamente, esa amenaza no se cumplió.

Ana se marchó para el aeropuerto rumbo a Madrid y yo me quedé meditando ante los amplios ventanales que brindaban unas hermosas vistas del océano atlántico.

Iría a los juzgados sobre las siete de la tarde, hora que habían indicado los agentes como la más probable para conducir allí a nuestro cliente.

Al entrar a la amplia habitación con cristales de suelo a techo viéndome rodeado de mar por todas partes, recordé mis dos estancias anteriores en ese hotel defendiendo otros casos.

Llamé a mi familia además de ponerme en contacto con los despachos de Sevilla y Madrid, revisando mis correos y mensajes.

EN SEDE JUDICIAL CON MI DEFENDIDO

En el paseo hacia la sede judicial fui pensando en la estrategia que habría de aconsejar a mi defendido en su declaración, pues para facilitar la libertad provisional era fundamental declarar ante un juez y un fiscal tan justicieros, a tenor de las noticias que aparecían en la prensa local.

Tras hablar con los funcionarios y esperar largamente en un banco de los modernos juzgados, salí unas dos horas más tarde hacia mi hotel ya oscureciendo.

El juez había decidido posponer la declaración a primera hora de la mañana siguiente, cuando según mis cálculos habrían pasado ya las 72 horas de detención.

El magistrado había decidido dormir un poco pues en los días anteriores las declaraciones se desarrollaban hasta altas horas de la noche, como el día que enviaron a prisión a la ex alcaldesa a las cinco de la madrugada tras una larga declaración.

Por la mañana, muy temprano, dado que me habían citado a las 08.00 horas, me levanté, me duché y desayuné, optando por dejar mi carrera en paralelo a la costa para finales de la tarde ya que mi vuelo saldría para Sevilla al día siguiente.

Llegué con tiempo al edificio funcional de la sede penal y de nuevo me hicieron esperar, advirtiéndole a los funcionarios que necesitaría tiempo para entrevistarme con mi cliente previamente a su declaración pues era la primera vez que hablaría con él y dado que las actuaciones eran secretas poco sabía sobre el caso.

Por fin, me hicieron pasar a los calabozos de los detenidos, que para mi sorpresa no estaban tan mal y malolientes como los de Sevilla o Madrid, aunque es la regla general en casi todos los juzgados y dependencias policiales, con mención especial a Marbella, donde la última vez que bajé a sus sótanos el hedor nauseabundo casi provocaba nauseas y solo mi vocación de abogado defensor me permitió estar ahí metido varios minutos.

Mi nuevo cliente, a pesar de las circunstancias, no estaba muy bajo de ánimo aunque confesaba no haber dormido mucho, yo tampoco.

Me habló de su vida en la política y en la empresa.

Sus pesares provenían de su condición de socio de una empresa adjudicataria en la que sus socios ya habían pasado por su calvario, permaneciendo uno de ellos en Tahiche.

TENÍA MIEDO DE IR A PRISIÓN

Confesaba tener miedo de ir a prisión pues había varios imputados en la cárcel, alguno de los cuales conocía muy bien.

Pensaba que no tendría que haber sido detenido y a pesar de su edad y experiencias vividas fue una sorpresa inolvidable para él ser despertado con porrazos en la puerta de su casa y voces a través de megáfonos hacía solo unas horas mientras dormía plácidamente en su residencia.

Como no, mayor aún fue su desconcierto tras comprobar desde una de las ventanas mientras se procedía al registro de su domicilio, que había muchas cámaras y periodistas en la calle, algunos vecinos miraban hacia arriba y multitud de agentes de verde con chalecos reflectantes rodeaban su casa junto a los vehículos policiales.

¿Qué había hecho? ¿En qué lo habrían querido implicar terceras personas? ¿Habría firmado algún documento sin tener que hacerlo?

No se podía explicar cómo estaba en pijama en su casa con unos invitados que no esperaba esa mañana.

También me relató las condiciones de su celda, coincidentes con la descripción de mi colega, así como las advertencias de un guardia por si decidía no prestar declaración ante ellos.

Me felicitó por lo profesional que había sido Ana y los consejos y atenciones con él. Pero lo más importante es que estaba muy tranquilo ante la inminente comparecencia.

El interrogatorio fue como ambos esperábamos a pesar de haber tenido yo que advertir al juez que no hiciera tantas referencias a Tahiche, el nombre de la cárcel a la que podría ser enviado si el Fiscal solicitaba como medida cautelar la prisión provisional, pues era habitual que el juez de instrucción acordase la prisión preventiva si el fiscal así lo sugería.

Efectivamente, tanto por el tono inquisitivo  de algunas preguntas como por la reiteración de las mismas, hube de solicitar al magistrado que el interrogatorio fuese un poco más amigable y tuviese en cuenta las circunstancias anímicas de mi patrocinado dadas las incomodidades de aquel cuartel viejo abandonado donde había pasado ya dos noches unido a sus problemas previos de salud.

En cierta medida, me hizo caso Su Señoría.

Las preguntas sobre adjudicaciones de obras, contratos, relaciones con sus socios, responsabilidades de cada uno, transacciones, se repitieron una y otra vez, además de las referidas a otros cargos políticos y públicos.

Observé tras una hora y media de declaración al menos, cómo el joven fiscal entregaba al instructor un «pos-it» que había cumplimentado momentos antes, siendo leído de un vistazo por el juez.

Unos minutos después, Su Señoría nos confiaba que tenía una llamada importante relacionada con el caso y por ello tendríamos un receso en la declaración.

Salió el juez, salió el fiscal, y mientras, mi cliente y yo aprovechamos para conversar sobre cómo iba la declaración, siendo evidente la principal preocupación de mi representado.

EL INTERROGATORIO

Se le escaparon unas lágrimas afirmando que sabía que iba a ir a prisión aunque se sentía inocente.

Al momento, entró en la sala el fiscal dirigiéndose a mi:

– Señor letrado ¿Podría salir un momento, por favor?

– Mire, señor letrado, no es mi costumbre solicitar medidas cautelares para los detenidos si no veo indicios suficientes. Yo no pensaba solicitarlas para su cliente pero si sigue sin colaborar, me lo pensaré -me decía en el estrecho pasillo mientras el juez debería estar entretenido aún en esa oportuna llamada.

– ¿A qué se refiere usted con que no está colaborando? ¡Está respondiendo a todas las preguntas del juez!

– Pues mire usted, es que no está dando datos sobre sus socios que sabemos que están muy implicados y eso no va a ayudarle.

– Pues, señor fiscal, mi cliente está declarando lo que sabe y lo que concierne a él mismo. Y le advierto que no concurren las circunstancias que determina la ley para acordar prisión provisional.

– Bueno, bueno, entre usted, hable con su cliente y adviértale. Tienen tiempo para hablar tranquilamente.

– Comprendí entonces el sentido de ese “pos-it” entregado momentos antes por el acusador público al juez investigador.

Incluso pensé, pensando mal, que quizás lo habrían hecho otras veces esos días de detenciones masivas.

Trasladé a mi cliente el contenido de la conversación con el ministerio público y rompió a llorar de nuevo, afirmando que sabía que iba a ir a la cárcel.

Yo le dije que siguiera en la misma línea y que yo confiaba en el recto proceder que habría de tener el juez.

Momentos después, respiré tranquilo al conocer el auto de libertad provisional que me había entregado el funcionario y fui partícipe de la euforia de mi defendido al abrazarme ya en libertad.

El fiscal no solicitó la prisión provisional finalmente. Misión cumplida.

Esa tarde, oscureciendo ya, troté junto a la muralla de piedra volcánica mirando al mar del que provenía una brisa refrescante, sucediéndose mis pensamientos sobre mis próximos planes.

Poco después cenaría con mi cliente al aire libre en un restaurante dentro de un castillo en una noche con una temperatura ideal.

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