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Hermes y la justicia del siglo XXI

Hermes y la justicia del siglo XXI
Fernando Pinto Palacios es magistrado y doctor en Derecho.
21/2/2016 14:05
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Actualizado: 21/2/2016 14:06
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En el año 1993 el jurista y filósofo belga François Ost publicó un artículo en la revista «Doxa» en el que analizaba tres modelos de juez.

Su estudio partía de una opinión publicada tres años atrás en la Revista de la Escuela Nacional de la Magistratura de Francia en la que se concluía que no existía ninguna definición inequívoca sobre el juez contemporáneo al tratarse de una profesión «multiforme y pluralista».

Según Ost, en la historia se habían desarrollado tres modelos de juez.

El primero de ellos sería el «juez Júpiter», dios supremo de los romanos. Simboliza el poder soberano que impone sus decisiones de manera autoritaria. No busca el diálogo ni la persuasión.

Se limita a identificar la norma válida a aplicar y a verificar que los hechos en- juiciados se subsumen en su contenido.

El segundo modelo sería el «juez Hércules», un semidios conocido por sus hazañas, que representan la victoria del alma humana sobre las debilidades.

Este segundo modelo de juez pone los pies en la tierra. Se ve envuelto en mil controversias de la más diversa naturaleza. Está presente en todos los frentes: media en asuntos familiares, evita la liquidación de una empresa en situación de insolvencia, autoriza una transfusión sanguínea cuando el paciente no puede consentir o resuelve un conflicto entre empresarios y trabajadores.

Aunque aplica la ley, debe acudir a los principios para resolver los casos difíciles, aquellos que no encajan con la estructura rígida de las normas.

Por último, el tercer modelo es el «juez Hermes». En la mitología, este dios orientaba a los viajeros en las encrucijadas cuando se extraviaban en ellas; protegía los caminos, el comercio y las artes; servía de enlace entre el mundo de los hombres y el de los dioses.

Este nuevo juez del siglo XXI debe ser –según François Ost- «el mediador universal, el gran comunicador». Consciente de la complejidad de la sociedad contemporánea y del ordenamiento jurídico, busca soluciones que, partiendo de las normas vigentes, den la justicia más adecuada al caso concreto.

Hace más de doscientos cincuenta años, Montesquieu dijo que los jueces eran «la boca que pronuncia las palabras de la ley… un ser inanimado».

De acuerdo con este planteamiento, el juez sería una máquina parlante a través de la cual se aplica la ley sin que tenga ninguna relevancia el tiempo en el que vive, sus experiencias y su cultura.

Este modelo se encuentra en la actualidad totalmente desfasado. Vivimos en una sociedad compleja en constante proceso de cambio debido a la reciente crisis económica que ha supuesto un incremento de las demandas de justicia de la ciudadanía.

Al igual que otros sectores, el Poder Judicial ha tenido que adaptarse a un nuevo escenario lleno de complejos retos.

Basta señalar, en este sentido, las investigaciones iniciadas por causas de corrupción, la defensa de los consumidores en las ejecuciones hipo- tecarias o la ingente tarea de reorganizar las empresas en situación de insol- vencia.

A pesar de este esfuerzo, no son pocas las personas que, después de verse involucradas en el sistema judicial, sienten que se trata de algo ajeno a ellos que discurre, en definitiva, entre jueces, abogados y procuradores.

Y, lógicamente, esto redunda en una cierta «sospecha» hacia la labor de los tribunales.

INSATISFACCIÓN

Los datos, en este sentido, son reveladores. Según la Quinta Edición de la Encuesta Social Europea (2010-2011), casi un 25 por ciento de la población entrevistada consideraba que los tribunales españoles estaban haciendo mal su trabajo y un 33,32 por ciento entendía que no lo hacían ni bien ni mal.

En cambio, en Dinamarca, Noruega y Suecia, el porcentaje de satisfacción de la ciudadanía con la labor de la Justicia superaba el 71 por ciento.

Es posible que el siglo XXI nos traiga nuevos modelos de afrontar la di- fícil tarea de hacer justicia.

Uno de los retos será, sin duda, hacer comprender al ciudadano que este servicio público pretende mediante la aplicación de la ley aprobada por todos en el Parlamento que se realice la paz social.

Para cumplir esta labor, debemos ofrecer al ciudadano una respuesta comprensible y, en la medida de lo posible, con la mayor agilidad que permita la complejidad del asunto.

Se trata de un proyecto conjunto que involucra a toda la sociedad pues son muchas cosas y demasiado importantes las que están en juego.

Ya lo decía el humanista español Luis Vives allá por el siglo XVI: «Desterrada la justicia que es vínculo de las sociedades humanas, muere también la libertad que está unida a ella y vive por ella».

 

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