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Opinión | CDL: Los consejos de Montesquieu para sobrevivir al Derecho de Inglaterra y Gales

Opinión | CDL: Los consejos de Montesquieu para sobrevivir al Derecho de Inglaterra y Gales
Sobre estas líneas, Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu, sobre el que versa, en parte, la columna de Josep Gálvez, abogado español y "barrister" en Londres. Foto: JG.
03/9/2024 05:37
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Actualizado: 03/9/2024 01:28
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Tras las vacaciones de verano, volvemos a las andadas con el derecho inglés y sus particularidades, que ya sabemos que son muchas y algunas bastante rebuscadas. Porque, en definitiva, las leyes no dejan de ser un reflejo de sus gentes, de una sociedad y de su tiempo, que, según decía Jorge Manrique, si fue pasado, fue mejor.

Para ello, nos vamos a principios de noviembre de 1729, con el frío de antes, cuando Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu —ya saben, el de la separación de poderes— llegó finalmente a Londres, la cual compararía directamente con París, señalando que, mientras la capital francesa era “una ciudad hermosa con algunas cosas algo feas”, la del Támesis “es una ciudad horrible con algunas cosas muy hermosas”.

De hecho, en sus escuetas “Notas sobre Inglaterra”, el filósofo se despacharía a gusto sobre su experiencia británica, advirtiendo desde un buen principio que “no hay nada tan espantoso como las calles de Londres. Están muy sucias; su pavimento está tan mal cuidado que es casi imposible ir en carruaje, y hay que hacer testamento antes de subirse […] Estos carruajes chocan contra los agujeros de las calles y dan sacudidas que hacen temblar la cabeza.”

Así, será durante su estancia de casi dos años en Inglaterra cuando Montesquieu tendrá la ocasión de comprobar de primera mano cómo son los ingleses y sus particulares costumbres, primero escuchando las amargas quejas de sus paisanos franceses establecidos en aquellas tierras: “Dicen que no pueden hacer amigos; que, cuanto más tiempo se quedan, menos amigos tienen; y que sus cumplidos son recibidos como insultos.”

Y es que estaba claro que, entonces como ahora, las diferencias entre ambos países eran más que notables, sobre todo por el carácter británico, y por ello se preguntaba el galo: “¿Cómo pueden los ingleses gustar a los extranjeros cuando ni siquiera se gustan entre ellos? ¿Cómo se nos podría invitar a cenar cuando ni siquiera se invitan entre ellos?”

LA REGLA DE ORO DE MONTESQUIEU 

Así de resignado, el padre de la división de poderes concluía con una regla de oro que nunca falla cuando nos encontramos en una jurisdicción extranjera: “Uno visita un país para caer bien y ser respetado allí, pero esto no ocurre necesariamente, y en ese caso, se tiene que hacer como ellos; vivir para uno mismo, como ellos hacen».

Por ello, advierte Montesquieu: «Al final, hay que tomar cada país como es: cuando estoy en Francia, me llevo bien con todo el mundo; en Italia, halago a todo el mundo; en Alemania, bebo con todo el mundo; pero en Inglaterra, no me llevo bien con nadie«.

Es decir, recomienda hacer aquello que en la segunda parte del Quijote se resumía magistralmente como “Cuando a Roma fueres, haz como vieres”.

Pero, ¡ay!, parece que estos consejos, que son más viejos que el hilo negro, se olvidan por algunos abogados cuando traspasan las fronteras, seguramente creyendo que todo el monte es orégano, que los ‘solicitors’ son como procuradores o que los ‘trusts’ son fideicomisos.

Así que, oiga, aquí paz y después gloria.

Y es que el ego del personal se resiste a admitir que las leyes, y sobre todo las costumbres en el extranjero, son muy distintas, sobre todo allende los mares, y que un abogado español en Tailandia, pues, pinta más bien poco o directamente nada, por muy guapo que sea o muchos bigotes que pueda portar.

Sobre todo cuando, además, no se tiene muy bien cogido el acento del país de marras porque aunque nosotros estemos convencidos que lo estamos haciendo de fábula, es muy posible que no sea así.

A pesar de sus esfuerzos, el mismo Montesquieu no tenía un buen nivel de inglés, provocando más de una situación embarazosa, como aquella anécdota apócrifa según la cual, en una ocasión, el francés se fue a ver al famoso Duque de Marlborough en el bellísimo Palacio de Blenheim, muy cerca de Oxford:

Así nos cuenta que “antes de ir a visitarlo, memoricé todas las frases útiles que había podido aprender en inglés y, mientras recorríamos las habitaciones de su mansión, las empleé todas en hablar con el Duque.

«Pues bien, llevaba casi una hora hablándole en inglés cuando Marlborough se giró y me dijo: ‘Señor, por favor, hábleme en inglés, porque no entiendo el francés’».

Eso mismo pasa en el ámbito del derecho cuando nos encontramos al otro lado de nuestras fronteras, donde instituciones y prácticas se confunden con una lengua extranjera, nuestro acento nos delata irremediablemente y, además, todo lo que parecía ser familiar no es más que un mero espejismo.

EL DERECHO INGLÉS NO ES PARA MI

Por eso, los tozudos intentos de “españolizar” los procesos ingleses, por ejemplo, considerando los ‘pre-hearings’ como si fueran simples audiencias previas o tratando de ejecutar sentencias que no son firmes, suelen acabar en auténticos dramas jurídicos, económicos y también personales.

Sobre todo cuando la comodidad de los códigos patrios deja paso a sesudas sentencias, y las sentencias a una vieja tradición o una práctica no escrita de la que no se tiene ni remota idea, dando lugar a auténticos peligros con toga, ya que siguen con aquello de “pues en mi pueblo las cosas se hacen así”, al mejor estilo del inmortal Paco Martínez Soria.

Y si no, que se lo cuenten a los que aún tratan de ejecutar la sentencia española del ‘Prestige’ o impedir que se ejecuten los laudos arbitrales que condenan al Reino de España, especialmente tras las últimas decisiones que afectan a AENA en el aeropuerto de Luton, por poner un par de ejemplos.

En fin, nosotros volvemos la semana que viene con nuevos casos y sentencias, nuevas curiosidades y anécdotas, algunas tan antiguas pero tan vigentes al mismo tiempo como la que reflejó Montesquieu en sus “Notas sobre Inglaterra” al advertir escandalizado sobre un fenómeno que seguramente les sonará:

“Los jóvenes caballeros ingleses se dividen en dos categorías. Algunos de ellos saben mucho, porque pasaron mucho tiempo en la universidad, lo que les ha dado un aire incómodo, como si tuvieran algo de lo que avergonzarse. Mientras que los otros no saben absolutamente nada, no tienen la menor vergüenza y son los jóvenes de moda del país.”

En fin, ya saben, desconfíen de tanto “experto” de pacotilla que campa a sus anchas por las redes sociales o por la televisión y hagan uso del sano escepticismo, la mejor vacuna para los tiempos que corren, que no son los mejores para la lírica, como cantaban Golpes Bajos.

Hasta entonces, mis queridos anglófilos.

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