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Y Trump, y tal y tal

Y Trump, y tal y tal
Jesús Gil y Donald Trump, dos estilos de personas muy parecidos, con problemas similares con la verdad.
11/11/2016 06:57
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Actualizado: 05/11/2020 13:08
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Miss Marple, el personaje de la anciana detective creado por Agatha Christie, decía que siempre asociaba el carácter de las personas que investigaba con las de Saint Mary Mead, el pueblecito inglés en el que residía, porque las conocía muy bien. Eso le ayudaba a comprenderlas y a desentrañar los asesinatos a los que se enfrentaba.

A mí, tengo que reconocerlo, me pasa lo mismo que a Miss Marple con una persona: Donald Trump, el presidente electo de los Estados Unidos.

Desde que lo vengo siguiendo tengo la certeza de que se parece a un personaje que conocí bien en el pasado: Jesús Gil y Gil, exalcalde de Marbella y expresidente del Atlético de Madrid, ya fallecido.

Y no hablo de oído ni de hemeroteca sino que compartí vehículos, mesas, horas de conversación con él, y hasta un viaje a Gibraltar para verse con el entonces ministro principal de la colonia, Joe Bossano.

La verdad es que no me resultaría nada extraño ver a Trump como protagonista de una versión estadounidense de «Las noches de tal y tal», el programa que protagonizó Gil en 1991 en Tele 5, en el que aparecía metido en un jacuzzi rodeado de jóvenes exuberantes en bikini opinando del mar y de los peces.

El apellido de «tal y tal» se lo puso Valerio Lazarov, entonces presidente de la cadena, porque Gil solía terminar muchas de sus frases con esa coletilla.

Donald Trump y Jesús Gil comparten ese mismo carácter provocador, racista, machista, excéntrico, insultón  egocéntrico y bocazas.

La incontinencia verbal es la marca de ambas casas, y eso seduce -¡y de qué manera!- a una buena porción del electorado. De la misma manera que las películas de Adam Sandler en Estados Unidos o de Santiago Segura, en España.

La sal gorda siempre tiene su público.

Basta recordar algunas de las frases de Trump durante la campaña electoral: «Es algo de sentido común prohibir el ingreso de los musulmanes a Estados Unidos», o «cuando México nos envía a su gente, no nos envía a la mejor. No los envía a ustedes. Ellos envían gente que tiene muchos problemas, y ellos traen esos problemas consigo. Están trayendo drogas. Están trayendo crimen. Son violadores. Y algunos, asumo, son gente decente». 

Sobre las mujeres (en 2005): «Cuando eres una estrella, te permiten hacer lo que quieras. Puedes hacer lo que quieras. Agarrarlas por el coño… Puedes hacer cualquier cosa…».

De Ariana Huffington afirmó: «Es poco atractiva, tanto dentro como fuera. Entiendo perfectamente porqué su exmarido la dejó por un hombre; tomó una buena decisión».

O «Todas las mujeres de ‘El aprendiz’ (programa sobre emprendedores que presentó en una cadena de televisión) flirteaban conmigo consciente o inconscientemente. Eso es lo que se esperaba».

Además, para Trump, la verdad no es relevante ni importante.

Al contrario, como Joseph Goebbles, el ministro de propaganda de Adolf Hitler, piensa que una mentira que se repite mil veces se convierte en verdad, como cuando dijo -no una vez, sino varias- que Obama no podía ser presidente porque no había nacido en Hawai, como todos sabemos, territorio estadounidense: «Una ‘fuente extremadamente creíble’ se ha puesto en contacto con mi oficina para decirme que el certificado de nacimiento de Obama es un fraude».

Su opinión sobre los políticos, asimismo, es contundente: «Son unos estúpidos» y «Uno de los problemas clave hoy es que la política es una desgracia. La buena gente no entra en el gobierno».

Y sobre los periodistas: «La prensa política está compuesta de las personas más deshonestas».

A la prensa, Jesús Gil, no dudó en llamarnos «hijos de puta» y en afirmar que «La prensa es carroña que ha hundido España».

Gil tenía el mismo objetivo que Trump: «ser presidente del Gobierno para limpiar España».

Admiraba a «Franco, a Jesús y al Che Guevara». Pero «sólo» consiguió ser alcalde de Marbella, eso sí, con mayorías aplastantes.

Podría haber llegado a más con su partido, el Grupo Independiente Liberal (GIL), pero como recuerda Juan Luis Galiacho, autor de «Jesús Gil, el gran farsante», «el sistema le cortó las alas cuando comenzó a tener relaciones con Gibraltar y a expandirse por Ceuta, Melilla y otras ciudades».

En lo único que se diferencia Gil de Trump es en que el español no tenía la fijación que tiene el estadounidense por «los culos» y las curvas, aunque sí que hacía gala de su machismo, como cuando le dijo al árbitro francés Michel Vautrot, después de perder un partido, «es un maricón y será recompensado en su afición pederasta».

O, «si me fueran los tíos, Futre [el entonces capitán y goleador del Atlético] sería mi novio».

Lo de Jesus Gil eran los negocios, el éxito social, el dinero. «Que se mueran todos aquellos a los que les jode que yo sea rico y el Atlético líder», o, como le dijo al que sería su sucesor, Julián Muñoz, «Yo llegué millonario a Marbella y tú estabas tieso».

A lo que la popularidad ayudaba bastante: «Con la popularidad que tengo podría ser Dios» o «Soy el nuevo opio de pueblo».

Trump, por su parte, lo dice, al estilo Frank Sinatra, a su manera: «Lo más bello de mí es que soy muy rico».

El sexo, para Gil, a diferencia de Trump, no tenía interés. Aquello se quedó en los años 50 y 60, cuando era joven y solía fardar de cochazos.

La incontinencia verbal del desaparecido alcalde de Marbella fue legendaria -lo mismo que la de Trump ahora, quien, con toda seguridad, a los medios nos dará muchos «días de gloria»-, sobre todo en relación al color de la piel de los semejantes.

«Los negros del Ajax… Eso parecía el Congo, dicho con todos los respetos. Mirabas a un lado y había cuatro negros calentando, mirabas a otro y había cinco y en el campo otros tres», dijo en una ocasión.

Y en otra: «Salían negros de todas partes como si fuera una máquina de churros».

Algo que intentó arreglar «en inglés» en una rueda de prensa. Inglés macarrónico: «If I say black, no problem, but if I say black black black, is very bad…», que libremente se podría traducir por «Si digo negro, sin problema, pero si digo negro, negro, negro, es muy malo».

Trump, el pasado mes de febrero, evito tres veces -contadas- criticar al racista blanco y exlíder del Ku Kux Klan, David Duke, que dijo a la audiencia de su programa de radio, que votar por otro candidato diferente a Trump sería «una verdadera traición a nuestra herencia».

El magnate-presidente, además, ha sido acusado por trabajadores de color de sus casinos, en Atlantic City, Nueva Jersey, de racismo a lo largo de los años.

Los que conocen a Trump dicen que el estadounidense es una fuerza de la naturaleza. Cuando quiere algo, va a por ello.

Cambiemos el apellido Trump por el de Gil y el resultado de la ecuación sería exactamente el mismo.

¿Cómo?, ¿de qué manera? Da la lo mismo, el caso es conseguirlo.

El fin justifica los medios, que diría Maquiavelo. ¿Y cuál es ese fin o fines? El poder, el dinero y el sexo.

La vieja historia de siempre, el círculo sin fin en el que se mueve la humanidad desde que comenzó a poblar este planeta en el principio de los tiempos.

Y es que hay cosas que nada cambian, aunque las disfracemos de otras.

Donald Trump y Jesús Gil no son calcos pero se parecen mucho, aunque hay una cosa que jamás podrá tener el español: el maletín con los códigos de lanzamientos de los misiles nucleares.

Eso es lo único que me da miedo. Seguro que a Miss Marple le pasaría lo mismo.

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