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El triunfo de Donald Trump supone el fracaso de la «casta», del «establishment»

El triunfo de Donald Trump supone el fracaso de la «casta», del «establishment»
Donald Trump y Hillary Clinton han protagonizado una de las campañas electorales más sucia de la historia de los Estados Unidos.
13/11/2016 06:59
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Actualizado: 13/11/2016 14:00
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Estos días se ha hablado mucho de la sorprendente victoria de Donald Trump sobre Hillary Clinton en la elecciones a la Presidencia de Estados Unidos.

Los críticos, analistas y comentaristas no salían de su asombro. Y qué decir de los responsables de las cientos de encuestas publicadas sobre tan magno evento que no han acertado, ni de lejos, con el resultado final.

Lo cierto es que el sistema de elección de Estados Unidos es muy complejo, ya que los votantes estadounidenses no votan directamente a los candidatos, sino que este se realiza por un sistema indirecto a través los llamados «electores», hasta conformar los 538 que conforman el Colegio Electoral. El candidato que obtiene la mayoría, 270 votos, gana las elecciones, pero esa no es la única explicación.

La ciudadanía está desencantada con los representantes tradicionales de la clase política, incapaces de dar solución a sus problemas cotidianos (paro, crisis económica, política migratoria, reforma sanitaria, globalización del mercado, etc..).

La política actual se ha transformado en un arte escénico y teatral más que discursivo. Importa más el efecto, la empatía con el receptor, que la coherencia interna de los razonamientos políticos. Cada vez más, el qué (la esencia) del discurso se pone al servicio del cómo (las apariencias), para conseguir su objetivo: el poder.

Y esto es algo que Donald Trump ha sabido entender muy bien.

Ha sido capaz de ir adaptando su discurso en cada Estado, diciendo a la gente lo que quería oír. Y para ello no ha dudado en mentir, asegurar una cosas y días después decir  lo contrario. De hecho, hoy en día, los vaivenes programáticos durante la campaña hacen difícil augurar cómo va a ser su programa de gobierno a partir del 20 de enero, cuando se convierta el presidente número 45 de Estados Unidos.

Sin embargo, pese a ser un millonario excéntrico, con tintes xenófobos y racistas, ha sido capaz de llegar mejor a la gente de clase media baja que su oponente, la demócrata Hillary Clinton. Trump ha demostrado en sus discursos que es capaz de ponerse en el lugar de los demás y empalizar con el electorado. Y los votantes así lo han manifestado en las urnas.

A Hillary, la mayoría de los estadounidenses la identifican con el «establishment«, el poder establecido. Entendiendo este término tal y como lo hace Owen Jones, en su libro «El establishment. La casta al desnudo», es decir, «como el vehículo institucional e intelectual que utiliza una élite adinerada para defender sus intereses».

La buena relación de Clinton con el mundo de las grandes empresas de Wall Street la han convertido en el arquetipo de las élites políticas dominantes, algo que han atacado tanto su rival en las primarias, el senador Bernie Sanders, -quien afirmó durante el debate en las primarias que»Clinton representa al ‘establishment’, yo a los estadounidenses ordinarios»- como el candidato republicano a la presidencia, Donald Trump, quien ha prometido repetidamente en campaña ‘drenar la ciénaga’ del establishment de Washington, en clara referencia a los que apoyaron a Clinton.

Y ese ha sido uno de los grandes problemas de Hillary, en los casi 30 años que lleva en el mundo de la política: nunca ha conseguido encajar con las clases medias y bajas, pese a intentarlo. Lo intentó primero como esposa del gobernador Bill Clinton, en Arkansas, luego como primera dama, y más tarde como senadora y secretaria de Estado.

Sin embargo, no lo ha logrado.

Por eso Clinton lideró y ganó en las grandes ciudades del país (Washington D.C, Filadelfia, Miami, Atlanta, Columbia…). Trump no consiguió ganar en ninguna ciudad de más de un millón de habitantes, sí consiguió la victoria en prácticamente toda la América rural y en las ciudades más pequeñas, como se veía gráficamente al observar el mapa de los resultados electorales del pasado 8 de noviembre.

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Resultados de las últimas elecciones presidenciales en los Estados Unidos del pasado 8 de noviembre.

En estas elecciones hemos podido contactar también cómo la forma de hacer política ha cambiado y cada vez más, se incorporan las campañas negativas para desprestigiar al oponente.

Para ello existen dos fórmulas: la investigación de la oposición, que consiste en hacer acopio de información para contraatacar, llegado el caso, o, simplemente, como medio disuasorio; y la evaluación de vulnerabilidad o búsqueda de información sobre el candidato propio para descubrir posibles problemas en su vida 0 y su comportamiento (antes de que adversario lo haga).

En el enfrentamiento entre Trump y Clinton, estas campañas negativas han sido una constante (filtración de correos, investigaciones del FBI, denuncias por abusos sexuales, la revelación de una grabación con comentarios lascivos….).

Estas campañas negativas no vienen solo de los partidos políticos, los medios de comunicación juegan un papel importante, haciéndose eco de aquellos mensajes negativos sobre el candidato que no apoya el grupo empresarial que controla el medio.

Porque no hay que olvidar que los medios, -los propietarios de los medios-, sí tienen una ideología y, fundamentalmente, intereses en uno u otro candidato.

Y es que como dijo el expresidente Harry S. Truman -lo que Hillary Clinton repetía incansablemente en las primarias presidenciales de 2008-: “Si no aguantas el calor, sal de la cocina”.

Los candidatos y sus asesores deben soportar la presión mediática durante toda la campaña y después.

Ahora la política es una «campaña permanente«, y los políticos deben responder ante la opinión pública.

Muy pronto el nuevo inquilino de la Casa Blanca se dará cuenta que una cosa son las promesas electorales (derogar la reforma sanitaria que ha proporcionado seguro médico a veinte millones de estadounidenses que no tenían ninguno o la construcción de un muro en la frontera con México, por ejemplo), y otra, muy distinta, convertirlas en realidad.

Los asesores de Trump ya empiezan a cuestionarse, sin haber empezado a gobernar, cómo hacer frente a la pérdida de millones de clientes de las compañías aseguradoras, cómo controlar la avalancha de personas sin seguro que acudirán a las salas de emergencia de los hospitales para la atención básica, si se suprime la reforma sanitaria de Barak Obama, o cómo empezar a tramitar las deportación de dos millones de inmigrantes con cargos criminales, que anunció el presidente electo en su campaña.

Ya se verá.

Si algo ha dejado claro Donald Trump durante su campaña es que con él todo es posible. Es todo un maestro en decir algo y lo contrario con el paso del tiempo. Ahora dispone de cuatro años al frente de la Casa Blanca.

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