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¿Es rentable recurrir a las acusaciones de juego sucio en las elecciones al ICAM?

¿Es rentable recurrir a las acusaciones de juego sucio en las elecciones al ICAM?
Colegio de Abogados de Madrid, en la calle de Serrano. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.
27/11/2017 14:51
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Actualizado: 27/11/2017 17:17
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Desde mi punto de vista, no. Y tampoco desde la visión de la mayor parte de los 70.000 colegiados -ejercientes y no ejercientes- con derecho a voto en las elecciones del próximo 13 de diciembre.

La mayor parte de ellos, y hay que decirlo con claridad, pasan de ir a votar. No ayuda, es cierto, el periodo tan restrictivo de 5 días para solicitar el voto por correo. Tampoco el hecho de que la votación tenga lugar en el Hotel Novotel Center, en el 53 de la calle O’Donnell de Madrid.

Un poco alejado del centro, se quejan algunos.

La mayoría de los colegiados pasaron de votar. En 2008 lo hicieron apenas un 10 por ciento; en 2012 la participación subió a un 13,9 por ciento. O lo que es lo mismo, casi 9.000 votantes.

¿Y por qué sucede esto? Respuesta: no se sienten identificados con el Colegio.

Están colegiados porque no les queda otra para ejercer la profesión, por una parte, y porque la Mutualidad hace bien su trabajo, de cara a la futura jubilación.

Pero poco más.

Si mañana se aprobara el congelado anteproyecto de Ley de Servicios y de Colegios Profesionales que el ministro de Economía, Luis de Guindos, tiene en su cajón, muchos de ellos abandonarían el ICAM.

Y buena parte de los 83 colegios de abogados de toda España tendrían que echar el cierre.

Este es un hecho incontestable, que reconocen todos los candidatos a los que, desde Confilegal, hemos entrevistado.

El desafío, ahora, en 2017, consiste en reinventar el Colegio de Abogados de Madrid.

Reformularlo de arriba a abajo, para convertirlo en un colegio de servicios que de soluciones prácticas para la miriada de colectivos que forman parte de él.

Que confiera un valor imprescindible a la cuota que pagan religiosamente sus colegiados.

Sólo encarando esa realidad el Colegio podrá sobrevivir al meteorito, en forma de anteproyecto de Ley de Servicios y de Colegios Profesionales, que tarde o temprano impactará contra su superficie y que cambiará el mundo en que ha vivido el ICAM en los últimos 500 años como cambió el de los dinosaurios hace 65 millones de años.

Lo que han hecho unos, y las propuestas que ahora plantean, y lo que ofrecen el resto de los candidatos es una buena base para el debate: solucionar el problema de MUSA, proteger y potenciar el turno de oficio, ayudar a los más jóvenes a encontrar su lugar bajo el sol…

Pero nadie ha ido más allá. Nadie ha puesto sobre la mesa como tiene que ser el Colegio de Abogados de Madrid dentro de 20 años, qué nuevos servicios deben ponerse en marcha, que reformas habría que implementar, qué rumbo, en suma, habría que tomar desde ya para encarar la que se avecina.

Porque se avecina. La clave está en aportar nuevo valor.

Las elecciones están discurriendo en el cortoplacismo y en las denuncias de juego sucio, por parte de unos y de otros, en los últimos días.

Que si cuentas de twitter con perfiles falsos, que terminan en denuncias en los tribunales y que no sirven más que para alimentar titulares de periódicos, que si uso supuestamente fraudulento de la base de datos del colegio, que si captación de votos en discotecas y uso de mensajeros, que si financiación ajena y extraña.

Todo esto, a los medios nos viene de película. Porque vivimos de los conflictos.  Y si el circo en vez de tener una pista tiene tres, pues mejor que mejor. A más follones más lectores.

Si Nicolás González-Cuéllar enfila a José María Alonso, y, además, en términos periodísticamente dramáticos, es noticia. Y también lo es si Alonso le responde y más si Javier Íscar entra en el totum revolotum.

¿Y qué decir si Manuel Valero tira de «su libro» y empieza a desgranar las supuestas irregularidades cometidas en el seno del Colegio en los últimos 5 años? O si Luz Elena Jara relata las incongruencias de las diferentes Juntas de Gobierno de los pasados 10 años.

La cosa, hay que reconocerlo, está movida. Pero invita para nada a ir a votar.

El y tú más y lo que se percibe como juego sucio y denuncias de escándalos que no terminan de materilizarse no apela a desplazarse el 13 para votar a esa «jaula de grillos» [la definición no es mía sino de un abogado].

«¿Para qué? ¿Qué saco yo con eso?», me han dicho tres colegiados en los últimos dos días.

Esto es muy grave. Porque no es la primera vez que lo he escuchado desde el comienzo de la campaña.

El debate que se celebró en la Biblioteca del Colegio de Abogados de Madrid, la pasada semana, no ayudó a animar a la participación, en absoluto.

Es cierto que hay mucho en juego.

Nada más y nada menos que el decanato y la Junta de Gobierno del primero de los colegios de abogados de España, y el primero de los colegios profesionales de Europa -en número de colegiados-. Las elecciones son a vida o muerte. Lo sé.

También que son muchos los destinos personales los que están en juego. Pero por encima de todos esos intereses está el del Colegio mismo.

Su propia supervivencia.

Y el meteorito del anteproyecto de Ley de Servicios y de Colegios Profesionales , aunque en un cajón, sigue su singladura pacífica, hasta que un día inesperado haga acto de presencia en el horizonte, porque políticamente venga bien a un partido con mayoría holgada en el Gobierno. Que ocurrirá.

Europa lo demanda, ¿no? Dirán.

Entonces no habrá tiempo para hacer nada.

Sólo quedará rezar para que el Colegio de Abogados de Madrid no se extinga como los dinosuarios.

Sólo rezar.

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