Firmas
¿Parto doctoral o tesis subrogada?
19/9/2018 06:15
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Actualizado: 19/9/2018 01:08
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Quienes hemos pasado por la defensa de una tesis doctoral, conocemos algo de qué va esa copla. Y el peculiar contexto en que se suele desarrollar en España.
Para emprender esa odisea aquí no bastan la inquietud intelectual o una sana ambición por el conocimiento, sino que deben sortearse adicionalmente diferentes escollos de carácter coyuntural, de mayor a menor alcance dependiendo del protagonista, como siempre sucede por estos pagos.
Al margen de la búsqueda y aceptación de la dirección del trabajo por alguien propicio y con ganas de ayudar a ahuyentar esos fantasmas, está la enrevesada regulación de estos estudios superiores, cambiante de un centro a otro y con neuróticas alteraciones normativas con ocasión de cada llegada al Ministerio de un nuevo inquilino.
Si a esto añadimos el fulanismo que preside esta cuestión, tan vinculada a la subjetividad -o arbitrariedad- especialmente en ciertas enseñanzas, se compartirá entonces que la materia doctoral precisa de una buena tesis que la analice, si tal empresa alguna vez supera los obstáculos previstos para que eso suceda.
El que asuma el desafío doctoral en nuestro país debe llegar, pues, con la mochila bien cargada de paciencia y de altas capacidades de aguante ante inconvenientes sobrevenidos que poca relación guardan con la ciencia, sino con la condición humana cuando es retorcida.
Nada que ver con lo que disfrutan aquellos otros aspirantes al blasón doctoral que cuentan con algún relieve o una conveniente agenda de contactos, que de repente ven despejadas todas sus incertidumbres procedimentales o propiamente científicas a cambio de incorporar a quien lo facilite al generoso banco de favores dispuesto al efecto, un do ut des típico de España como la tortilla de patatas.
De lograr esquivar estos inconvenientes de partida, al doctorando le quedará por delante una extenuante y dilatada lucha consigo mismo y con incierto pronóstico, traducida en inagotables horas de pesquisa documental, de estancias fuera de casa, de desgaste de retinas y de infinidad de borradores desechados, hasta dar con un producto capaz de satisfacer no solo los estándares de calidad establecidos, de suyo volubles, sino sobre todo su amor propio.
Y para ese recorrido no cabe más que estar bien pertrechado de reciedumbre para sobrellevar la solanera bajo el flexo, porque estamos ante un poderoso esfuerzo interior, indelegable en terceras personas.
Esto, que reconocemos bien los que hemos tratado de doctorarnos como ‘Dios manda’, no se aplica en cambio a los que se acercan a este título para metas distintas a la superación personal.
Aquí se sitúan los que buscan por encima de todo satisfacer finalidades ajenas a la investigadora, en especial exhibir este grado en lides políticas, empresariales, funcionariales o de simple postureo social.
Los que pretenden ser doctores para esos adjetivos propósitos, y solo para eso, nunca han dejado de ensayar marrullerías de lo más diverso, desde el recurso al negro definido por el diccionario como aquella persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro, hasta el atajo posibilitado por el plagio, que por muchas aplicaciones informáticas que se inventen encontrará fórmulas para sobrevivir, porque forma parte de la picaresca nacional.
No se sigue de lo anterior que el doctorado sea un coto reservado para los que procuran continuar la carrera académica: de hecho, las memorias confeccionadas por los profesionales resultan a menudo de una calidad soberbia, superiores incluso a las de muchos de los que aspiran a ingresar en los cuerpos docentes.
SE CUELAN PERSONAJES QUE ENCARGAN PROYECTOS DOCTORALES
Lo que sucede es que dentro de esos colectivos se suelen colar personajes que persiguen ante todo el fin justificador de medios, para lo cual no vacilan en captar voluntades, encargar en la plaza proyectos doctorales ya encuadernados o defraudar trapaceramente en los procedimientos establecidos para obtener el timbre de honor del máximo reconocimiento académico, sin dominar por supuesto la materia de que se trata.
En el fondo, lo que anhelan estos sujetos es una transfusión de sangre erudita que rebasa en desfachatez al dopaje del ciclista de alta competición, porque en este caso quien lo recibe no sabe ni montar en bicicleta.
A este escenario se suma, en fin, el consabido asunto de las influencias, característico también de nuestros centros superiores de estudio. Aunque los protocolos de revisión por pares consigan desactivar la tupida red clientelar en cada disciplina, o que la sometida al doble ciego funcione, no suele desaparecer la recomendación más o menos velada o sencillamente descarada en favor de quienes no logran culminar con éxito su objetivo doctoral.
Esto nunca se aplica a las memorias bien hechas y con años de elaboración, sino a las que no llegan a la consideración de aseaditos trabajos escolares y firman como autores los enchufados de turno.
Por más que se sucedan normas y más normas sobre esta materia, solamente contando con personas inmunes a estas presiones al otro lado del mostrador doctoral se pueden enfrentar, una tarea no siempre sencilla, singularmente en ámbitos poco impermeables como el universitario, y mucho más en instituciones regionales o privadas, tan sensibles por su reducida dimensión al favoritismo en su versión positiva o negativa.
Si la tesis es para el doctorando normal un doloroso parto sin epidural y con pesado embarazo de más de nueve meses, sin embargo para estos otros caraduras el sistema les privilegia permitiéndoles injustamente disfrutar de una plácida y rápida gestación doctoral subrogada previo paso por caja o por otras recompensas inconfesables que afloran con el tiempo para conseguir lo que de otro modo sería imposible.
Porque hoy, claro, cuando natura non dat, ya vemos que a veces sí praestat.
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