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La insoportable levedad de la independencia judicial

La insoportable levedad de la independencia judicial
La Justicia lleva en su mano izquierda la balanza, símbolo de la equidad, y en la derecha la espalda, el símbolo de la fuerza para imponer sus decisiones; Ana Blanco, la autora de esta columna, es abogada y socia directora de Vázquez de Prada Abogados.
19/10/2018 06:15
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Actualizado: 18/10/2018 23:25
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La independencia del poder judicial es esencial para el buen funcionamiento del Estado de Derecho.

Solo en las sociedades democráticamente enfermas los jueces se mueven al vaivén que tocan el poder o las masas, porque nos ha costado muchos siglos y se cortaron muchas cabezas en la revolución francesa para lograr engrasar la maquinaria de la división de poderes que asegure la libertad y la mejor justicia.

Porque la justicia absoluta no existe, y a la ciudadanía le corresponde presionar al poder legislativo a través del consenso en el parlamento, mientras la libertad de prensa nos informa de lo que está ocurriendo y los jueces “intentan” aplicar las leyes de una forma justa. No olvidemos que la justicia absoluta no existe.

Hace escasos meses pudimos asistir al “linchamiento” popular del juez que dictó el voto discrepante del caso de “la manada”, con quien no estoy en absoluto de acuerdo,  pero a quien aplaudo por haber tenido la valentía de emitir un pronunciamiento tan escrupulosamente estudiado y tan impopular, por el que se le ha insultado, vituperado y denostado hasta los límites de la injusticia.

También el juez Llarena sufrió los ataques de independentistas descontentos, que le increparon, amenazaron e insultaron mientras cenaba, y tuvo que salir escoltado por la policía mientras los improvisados “escrachistas”  golpeaban su coche al  más puro estilo “Siciliano”, y el Ministerio del Interior tuvo que reforzar el servicio de escoltas para miembros de la Judicatura.

En el mismo orden de cosas, se ha intentando tumbar a la ministra de Justicia por unas desafortunadas, o acaso intolerables, conversaciones privadas con el excomisario Villarejo y el exuez Garzón, mientras la entonces Fiscal en ejercicio, según dicen los diarios, revelaba una vena homófoba o dudosamentente ética.

Y no es que sea grave lo que se habla en una conversación privada sino con quien se habla, porque el relajamiento de la conversación denota gran cercanía y, aunque yo creo a la ministra, somos pocos los que lo hacemos.

Por eso debemos terminar con esa puerta giratoria por la que transitan jueces y fiscales de la política a la toga y tiro porque me toca. No olvidemos que la justicia no solo debe ser imparcial sino parecerlo, y resulta algo chocante, más que nada porque la política suele ser de derechas o de izquierdas pero nunca imparcial, y eso está feo en un juez o un fiscal porque genera desconfianza.

No niego que el ego de los jueces a veces me crispa, y en la arena del litigio me enfrento a ellos con facilidad, pero me preocupa la “violencia” anti poder judicial que corre en los tiempos que vivimos, y me preocupan los juicios mediáticos financiados por el poder y el dinero, o los que sin estar financiados alientan a las masas enfurecidas a salir a la calle pidiendo sangre, porque me asusta que los jueces tengan miedo y dicten sentencias de protección.

Como me dijo una juez el otro día: “Señora letrada, tiene usted derecho a recurrir, que sea la Audiencia Provincial la que decida, yo no”.

Que en un Estado de Derecho la independencia judicial se vea afectada por el populacho es muy grave, y es peligroso que los jueces tengan miedo de resolver según su “sano juicio” y comiencen a resolver según “juicios mediáticos”,  porque como dijo Platón “no hay mayor injusticia que la justicia aparente”  y en la justicia la apariencia tiene que ser tan importante como la esencia.

Porque la verdadera magia del Estado de Derecho radica en que jueces y justiciable puedan manifestar su discrepancia y su opinión, siempre que lo hagan desde el estudio concienzudo del caso concreto y de las leyes.

Y la magia de la Justicia radica en que el propio sistema de recursos permita que un mismo asunto  pueda ser revisado en distintas instancias, Audiencia Provincial, Tribunal Supremo, Tribunal Constitucional, y Tribunal Europeo de Derechos Humanos, rectificando errores.

Y aunque puede haber fallos en el sistema, no se me ocurre otro sistema mejor, porque no necesitamos “inquisidores populares” ni juicios mediáticos dictados desde el conocimiento del hecho y el desconocimiento del derecho.

LA VOZ DE LA CIUDADANÍA

Tampoco se puede silenciar la voz de la ciudadanía, porque la justicia emana del pueblo, y si los justiciables claman por un endurecimiento de la ley o protestan pos su aplicación, están en su derecho, siempre recordando que los jueces no hacen las leyes,  sólo las aplican con mejor o peor tino.

Pero a veces son los jueces los que inician el linchamiento público de los investigados, con las detenciones, en sus hogares, de personas que habrían ido a declarar por su propio pié, o la exhibición de los detenidos ante los medios, puesta en escena que acostumbramos a ver en la televisión con demasiada frecuencia.

Por eso la Justicia debe ser silenciosa y cauta, huyendo de la publicidad, porque la presunción de inocencia implica el derecho a ser tratado como inocente hasta que una sentencia firme diga lo contrario, a que las investigaciones sean secretas para no  quebrantar el honor  del investigado, a que sea la acusación quien demuestre la culpabilidad. Y, ante la mínima duda absolver, porque no se puede condenar por intuición y, aunque sea deleznable la calaña del enjuiciado y en nuestro fuero interno el convencimiento de su maldad  sea extremo, surge la presunción de inocencia como  la mayor garantía de un estado de derecho.

Los fallos de los Tribunales están para acatarlos, con la libertad de criticarlos si se discrepa, una libertad que debe ejercerse desde el conocimiento y nunca desde la ignorancia, porque la ignorancia disfrazada de justicia y pulverizada a través de la televisión en formato “gran hermano”, adormece a la ciudadanía transformándola en verdugo de sus propios intereses.

Si no nos gustan las leyes deberemos cambiarlas, pero la presunción de inocencia no puede bailar al son del clamor popular, porque esa presunción de inocencia aplicable también a los jueces, es igual para todos, y es lo que nos diferencia de sistemas dictatoriales en los que se presume la culpabilidad de los discrepantes.

Por eso aplaudo la real independencia de los jueces valientes y les animo a seguir en la brecha, porque entiendo la insoportable levedad de la independencia judicial,  y no me gustaría estar en su lugar.

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