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Los españoles constitucionalistas somos como judíos en la Cataluña de hoy

Los españoles constitucionalistas somos como judíos en la Cataluña de hoy
14/11/2018 15:46
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Actualizado: 14/11/2018 21:00
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La versión de esta estrella de David con la bandera de España y la palabra «Español» en el centro resume muy bien el clima que han conseguido crear los separatistas catalanes en esa Comunidad Autónoma entre todos aquellos que no piensan como ellos y que no secundan su idea de «república».

Una «república» más cerca del fascismo clásico que de la democracia constitucional.

Y a las pruebas escritas me remito: la llamada Ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la república, una mini «constitución» que fue aprobada por el Parlament que presidía Carme Forcadell, el 7 de septiembre del año pasado, en la que la división de poderes dejaba literalmente de existir.

Los nazis obligaron a todos los judíos alemanes a coserse una estrella de David amarilla en sus ropas con la palabra «Jude», judío. De esa forma diferenciaron a esta etnia como seres inferiores, a los que había que exterminar.

Terminaron haciéndolo con seis millones de judíos. ¿Y por qué? Porque se consideraban étnicamente superiores.

Ellos, los alemanes, eran «el verdadero pueblo elegido».

Lo mismo está sucediendo en estos momentos en Cataluña, donde desde el separatismo existe una suerte de idea de superioridad sobre todo lo español.

Por eso, los españoles y catalanes constitucionalistas somos como judíos en la Cataluña de hoy.

¿De verdad que a estas alturas del siglo XXI todavía hay gentes que se creen superiores a otras? ¿De verdad es esto posible?

A mí cuando se me ponen en «modo ser superior» siempre les recuerdo que todos los seres humanos compartimos un antepasado común, nuestra tatataratatataratatatra abuela Lucy, el primer homínido que comenzó a caminar sobre dos piernas hace 3,5 millones de años. Y que es tan abuela suya como mía.

Reconozco que las tesis del filósofo alemán Friedrich Nietzsche, con su teoría del super hombre y los hombres borrego, calaron en su tiempo, sobre todo en la Alemania nazi, donde comenzaron acosando a los ciudadanos alemanes que eran judíos para crear un clima de inseguridad y de terror entre todos ellos. Un recurso muy efectivo para la conquista del poder.

En Cataluña son los españoles catalanes no independentistas el objetivo de este tipo de acosos.

Y en especial los 800 jueces y magistrados y los casi 400 fiscales que sirven a la democracia en esa Comunidad Autónoma.

El último ataque tuvo lugar la madrugada de hoy contra el domicilio de uno de ellos.

Uno que particularmente odian: el domicilio del magistrado Pablo Llarena, en Sant Cugat del Vallès, Barcelona, del que hemos informado en Confilegal.

Un grupo de «cachorros» de las juventudes de la CUP (Candidatura de Unidad Popular), Arran, lanzaron varios cubos de pintura amarilla contra el portal y el telefonillo del portal del edificio en el que vive con su mujer y sus hijos. Y lo subieron a Twitter de después, para que todo el mundo supiera que saben donde viven su familia y él y que podrían hacer más.

El mensaje implícito es aterrador: «Sabemos dónde vives. Hoy hemos venido con pinturas, pero mañana podríamos venir con pistolas o con navajas. Podemos llegar a ti, a deshora, sin protección y con impunidad. Podemos matarte».

Ese mismo terror -este provocado por ETA y sus satélites políticos- provocó la diáspora del País Vasco de casi 200.000 personas, según un estudio de Julio Alcaide, estadista y economista, titulado «Evolución de la población española del siglo XX».

¿Tendremos que volver a proteger con guardaespaldas a los jueces, magistrados y fiscales, que sirven en Cataluña, como se hizo en Euskadi durante años? Me temo que sí.

Pero la respuesta del estado de Derecho no puede ser el silencio.

El escritor, filósofo y político británico Edmund Burke dijo en el siglo XVIII que «Lo único que se precisa para que el mal triunfe, es que los hombres buenos no hagan nada».

Los buenos, ante este estado de cosas¡, no se pueden quedar cruzados de brazos.

No podemos, ni debemos. Por el bien de la democracia y del estado de derecho.

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