Alonso se apunta un tanto con la inauguración, frente a los Juzgados de Plaza de Castilla, de un espacio «coworking»
El decano Alonso durante las palabras de inauguración que pronunció. A su lado, Celso Rodríguez Padrón, presidente del TSJM, Yolanda Ibarrola, consejera de Justicia de la CAM, María Jesús del Barco, decana de los Juzgados de Madrid, detrás de ella, Gabriel María de Diego Quevedo y otros invitados.

Alonso se apunta un tanto con la inauguración, frente a los Juzgados de Plaza de Castilla, de un espacio «coworking»

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21/3/2019 06:15
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Actualizado: 21/3/2019 01:45
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A mí, personalmente, lo de llamar «coworking» (traducido es trabajo en equipo) al centro de trabajo compartido para abogados que el Colegio de Madrid inauguró ayer en un edificio frente a los Juzgados de Plaza de Castilla, es lo que más me chirría.

Quizá por la moda tonta que tenemos de inundar el español con palabras inglesas como si con ello eleváramos el valor o la importancia de la cosa.  Sobre todo los que no hablan inglés, que son los que más abusan de ellas.

Dicho esto, hay que reconocer que el decano José María Alonso se ha apuntado un tanto público.

No va hacer como Cristiano Ronaldo cuando mete un gol, porque ni tiene la edad ni el temperamento, pero bien podría ensayarlo en la soledad de su despacho decimonónico del Colegio.

Razones tiene.

Porque la cosa está bien, hay que decirlo. Y no es publicidad. Al César lo que es del César.  

Esos 1.038 metros cuadrados de que consta el centro de trabajo compartido se han organizado de una forma inteligente, con 6 despachos individuales en los que los abogados que lo precisen pueden recibir a sus clientes, en vez de llevárselos al bar de la esquina, al VIPs o al hall del hotel de la esquina.

Y eso se agradece. Ya me lo han dicho varios letrados.

Como también se agradecen las 3 mesas redondas y la amplia zona, con más de 40 puestos de trabajo para que cualquier colegiado pueda ganarse el pan con el sudor de su frente con más facilidad.

Hay que reconocer que en el Colegio de Abogados de Madrid (ICAM) le han echado pensamiento, materia gris, a la cosa que, además, es asequible. Hay para todos los bolsillo.

De acuerdo con Silvia Prieto, directora de actividades colegiales del ICAM, la iniciativa se ha puesto en marcha en solo dos meses y medio y en un enclave estratégico.

En el núcleo de la jurisdicción civil -son tres edificios distantes apenas 300 metros- y en el que también se encuentran los Juzgados de Instrucción y los calabozos.

Para rematarlo, los señores letrados también cuentan con una cafetería, gestionada por Mallorca.

Casi nada.

José María Alonso tras desvelar la placa que marca el acto de inauguración; en el centro de la foto, con gafas, Ignacio Monedero, de quien también habla este artículo.

Era una promesa que la candidatura de Alonso había hecho en las elecciones que le dieron la victoria.

Y su materialización ha gustado. Prueba de ello es la inauguración que se llevó a cabo ayer por la tarde con gran éxito de asistencia de público y autoridades.

La cosa, como se dice en la calle, casi petó.

A la misma asistieron el flamante nuevo presidente del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, Celso Rodríguez Padrón, la consejera de Justicia de la Comunidad de Madrid, Yolanda Ibarrola, la presidenta del Consejo General de la Abogacía Española, Victoria Ortega, el decano del Colegio de Procuradores de la capital del Reino, Gabriel de Diego Quevedo, la decana de los Juzgados de Madrid, la «vecina» María Jesús del Barco, y toda la Junta de Gobierno del ICAM junto a muchos invitados.

Pero había sitio de sobra.

¿Por qué digo esto?

Porque la rigidez de la secretaria del decano, Pilar de Torres, estuvo a punto de dar al traste con lo que fue un acto redondo al tratar de impedir que el anterior vicedecano del Colegio, Manuel Valero, asistiera al acto porque el aforo estaba completo, como ya le había dicho el día anterior por teléfono.

Valero había sido invitado por la diputada Ángela Cerrillos.

Con ella había quedado en la puerta, pero antes de que ella llegara lo hizo otro diputado, Ignacio Monedero, que se lo llevó del brazo para dentro.

Fue la firmeza del señor diputado Monedero -«¡entra porque viene conmigo!»- y el temor a que allí se montara lo que no debía, lo que hizo recular a la señora De Torres y dejó expedito el paso a Valero. 

Y no fue el único caso, según nos han informado.

Tamaña rigidez, en estos actos, no es de recibo.

Y mucho menos que una empleada del Colegio le discuta en público una decisión a un diputado, miembro de la Junta de Gobierno, elegido por sus iguales. Por mucho que sea la secretaria del decano.

Ya sé que estas palabras van a escocer.

Soy consciente.

Pero los hechos son los hechos. Y nos dedicamos a contar lo que ocurre, previa verificación, porque ese es nuestro oficio.

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