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Abogacía y dinero, una relación de amor y odio

Abogacía y dinero, una relación de amor y odio
29/12/2019 00:00
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Actualizado: 29/12/2019 00:00
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Es fácil para los filósofos enriquecerse, si quieren, pero no es eso por lo que se afanan».–Aristóteles, «Política», I, 11, 1259a.

Hay una abogacía mercantilista que ama el dinero y hay otra abogacía de pobres que no lo ama, y a veces hasta lo odia.

Pero las dos abogacías lo necesitan por igual, al compartir sus practicantes el pequeño vicio burgués de comer todos los días.

Ninguna de las dos abogacías, a tenor de lo que hay escrito sobre el tema, ha reflexionado profundamente sobre el particular y simplemente parecen reaccionar a un entorno histórico e influencias religiosas que les hacen ver el problema de ganar dinero desde uno u otro punto de vista.

Las consecuencias son obvias.

Hay una abogacía que gana dinero y otra abogacía que apenas gana para sobrevivir, viviendo incluso de forma precaria.

Podríamos decir que la abogacía que gana dinero obedece al esquema de la abogacía de negocios, de inspiración anglosajona y norteeuropea, y la abogacía que no lo gana responde al esquema de abogacía de pobres, de influencia católica dominicana y que predomina en los países mediterráneos e hispanoamérica.

Si nos remontamos a la protoabogacía europea que podía existir antes del siglo XVI, la  influencia de la tradición religiosa judeocristiana y musulmana era la que determinaba su ejercicio, entre otras cosas al tratarse de una sociedad donde el poder religioso determinaba la justicia.

Curiosamente es una orden mendicante, la de los predicadores o dominicos, en el siglo XIII, la que monopoliza el desarrollo teológico.

Esta teología determinaba que el dinero debía utilizarse en su justa medida por el pueblo llano, condenandose el lujo excesivo y la usura, aunque esto no fuera así para los estamentos nobiliarios y eclesiásticos.

Todo ello se justificaba en las traducciones que de Aristóteles hizo en primer lugar Ibn Rushd (Averroes) en el siglo XII y cuyos comentarios y reflexiones utilizó Tomás de Aquino, dominico también, en el siglo XIII.

Es decir, la interpretación de la obra de Aristóteles, pasada por el crisol religioso islámico en primer lugar y posteriormente dominico, sirvió de base para determinar la ética que sustanciará el concepto jurídico y moral del arte de ganar dinero.

Las tesis de Aristóteles fueron así extrapoladas desde el periodo clásico de la antigua Grecia a la realidad dogmático religiosa de la Edad Media europea, añadiendoles la concepción teológica que determinaba lo permitido y lo prohibido por derecho divino.

Es cierto que Aristóteles en su «Política» reflexiona sobre la actividad crematística (χρηματιστική) que se traduce generalmente por el arte de adquirir dinero, y aunque en principio parece haber una valoración moral entre las distintas formas de ganar dinero, ya sea por intercambio directo o a través de la actividad comercial, y crítica esta última,  no parece percibirse en su obra una condena, odio o rechazo hacia el dinero per se como el que los pensadores de la orden fundada por Domingo de Guzmán le atribuyeron.

La única valoración moral la realiza en lo referente a convertir el afán de ganar dinero en una meta por sí misma, que haga olvidar a quien a ella se dedica, el resto de los aspectos de su actividad doméstica y política.

Es obvio que en aquella Grecia la actividad comercial era muy respetada.

Así, tanto en su «Política» como en la «Ética a Nicómaco» deja apuntado que el problema que nos plantea el ganar dinero es en relación a determinar la pasión con la que nos dedicamos a ella, la forma de hacerlo y la cantidad que necesitamos, o que queremos.

Todo más o menos normal para esa protoabogacía europea educada bajo la dirección de la Iglesia de Roma, hasta que el papa Giovanni di Lorenzo de Medici, León X, decidió construir la Básilica de San Pedro.

Para ello necesitaba dinero, mucho dinero.

En realidad no se necesitaba, pero era el deseo del papa construir esta magna obra, y tenía que justificarlo religiosa y  jurídicamente.

Iniciaron entonces los dominicos una campaña de venta de indulgencias para financiar este proyecto, ya que el ganar dinero para los dominicos no era un problema, siempre y cuando se llevase a cabo dentro de una misión religiosa.

LA REFORMA, EN EL ORIGEN DEL CAMBIO DE MENTALIDAD

Pero cuando este proyecto de la venta de indulgencias llegó a la rica Sajonia, donde predominaba la actividad comercial de una incipiente burguesía adinerada, y no queriendo la misma desprenderse de su capital, consultaron con el teólogo Martín Lutero si dichas indulgencias eran o no de acuerdo a Derecho, divino por supuesto.

Lutero declaró la invalidez de la venta de indulgencia para regocijo de sus feligreses, colgando sus 95 tesis en la puerta de la iglesia.

Era un miércoles 31 de octubre de 1517, y así comenzó la Reforma.

Con la Reforma, la crematística, o el arte de ganar dinero, se consolidó sociopolítica y culturalmente, afectando  a la configuración del Derecho y su defensa en los países del Norte de Europa.

El distanciamiento de la Iglesia de Roma y sus tesis había comenzado, y la actividad comercial en dichos países determinó una cultura donde ganar dinero era considerado no sólo positivo sino necesario, y muy deseable, para el desarrollo sociopolítico de sus estados.

Así la abogacía del norte de Europa y la anglosajona, sobre todo la estadounidense, que seguiría algunos siglos más tarde, adopta esta concepción de ganar dinero como un arte deseable y necesario, distinto a la abogacía mediterránea, que seguía estando muy sometida a las tesis dominicas donde la pobreza era virtud.

El problema está planteado desde entonces.

¿Que diría Aristóteles hoy?

A mí me gustaría pensar que la práctica de la abogacía despreocupada por ganar dinero entronca con la de la filosofía de la Grecia aristotélica.

Y no quiere decir ello que quienes se dedicaban a la filosofía fuesen incapaces de ganar dinero, simplemente no era su afán hacerlo.

Así, nos cuenta Aristóteles en su «Política» la historia de Tales de Mileto, y cómo la gente se burlaba de sus reflexiones inútiles, hasta el punto que de tanto pensar en la astronomía y mirar las estrellas a veces tropezaba y se caía.

La historia de Tales se narra para ilustrar un importante punto en relación a la actividad crematística:

«Como se le reprochaba por su pobreza lo inútil que era su amor a la sabiduría, cuentan que previendo, gracias a sus conocimientos de astronomía, que habría una buena cosecha de aceitunas cuando todavía era invierno, entregó fianzas con el poco dinero que tenía para arrendar todos los molinos de aceite de Mileto y de Quíos, alquilando por muy poco porque no tenía ningún competidor. Cuando llegó el momento oportuno, muchos los buscaban a la vez y apresuradamente, y él los alquiló en las condiciones que quiso, y, habiendo reunido mucho dinero, demostró que es fácil para los filósofos enriquecerse, si quieren, pero que no es eso por lo que se afanan. Así se dice que de esta manera Tales dio pruebas de su sabiduría.» Anécdota de las prensas de aceite, en Aristóteles, «Política», I, 11, 1259a.

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