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Abogacía: ¿Qué está haciendo nuestro 1 por ciento?

Abogacía: ¿Qué está haciendo nuestro 1 por ciento?
León Fernando del Canto es abogado español y "barrister" en Londres; dirige el bufete Delcanto Chambers. @DelCantoChamber
30/3/2020 06:35
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Actualizado: 30/3/2020 01:35
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Apenas me enteré de las crisis del petróleo de 1973 o la del 77. Mi abuelo repetía: “¿Crisis?, ¿que crisis?. Para crisis la del 1939. ¡Esa sí fue una crisis!. Casi 20 años. No tenéis ni idea de lo que es una crisis”.

Mi madre asentía con esa resignación, mezcla de desinformación y obediencia, tan característica de su generación –la de la postguerra.

Con 52 años ahora y habiendo sobrevivido a las crisis de 1992 y la del 2008, parece que pueda oír a mi abuelo, desde el otro lado, decir, esta vez: “¡Os vais a enterar lo que es una crisis!”.

Las crisis son jodidas y no pienso edulcorar este momento crisis ni un ápice.

Todavía recuerdo en 2008 tanto imbécil traduciendo 危机 (Wei Ji) como oportunidad, obviando que según quienes saben mandarín significa crisis.

¡Que despropósito!, y a la vez, que cantidad de patrañas somos capaces de ingerir en momentos de crisis.

No señores, una crisis no es una oportunidad. Una crisis es una crisis y una oportunidad es una oportunidad. Punto.

Etimológicamente, la crisis señala una situación que nos separa de lo que teníamos; una pérdida.

Vamos, que no es nada deseable.

Nos vamos a ir enterando en las próximas semanas de lo que realmente significa.

La crisis es, por tanto, una situación mala. Ni en mandarín, ni en ningún otro idioma deja de ser lo que es: una situación jodida.

Si preferimos el inglés, «fucked-up», «emmerdes», en francés, «di merda» en italiano, en alemán «der Scheiße», o en euskera «kaka zaharra»; es cuestión de gustos y nacionalidad.

Pero una crisis es una situación fea.

Quizás porque estamos en casa, y no en una UCI o en una morgue improvisada, habrá quien piense que esto no será para tanto.

Pero no nos engañemos, ni nos dejemos narcotizar. La crisis del coronavirus, que acaba de empezar, ya está siendo muy dura para demasiadas personas.

Hay gente muriendo, hospitalizada, perdiendo sus trabajos y una forma de vida, que posiblemente no recuperaremos en años. La abogacía ni es una excepción ni está al margen.

Vale que la situación está jodida y se hace muy cuesta arriba. La desinformación es grande y la salida ni siquiera se atisba.

Ningún gobierno da pie con bola, miles de empresas están cerrando y millones de personas quedándose sin trabajo.

Esto es muy duro, y desesperante, pero abogados y abogadas elegimos una profesión que se dedica a afrontar crisis.

Nuestro quehacer es responsabilizarnos con la ciudadanía y el Estado de Derecho y no contribuir a inflamar la situación.

Un momento de crisis, un estado de alarma, no es momento para atacar a quienes tratan de mantener el barco a flote, ni para no hacer nada.

La abogacía no para. Seguimos estando presentes. Nuestros bufetes están abiertos y seguimos defendiendo los derechos de nuestras representadas y representados.

Colectivamente, abogadas y abogados, somos el 1% de la población activa española.

Un colectivo pequeño, pero con 250.000 profesionales, ejercientes o no, somos una pieza clave para ayudar en esta crisis.

TENEMOS QUE PREGUNTARNOS SI QUEREMOS SER PARTE DEL PROBLEMA O DE SU SOLUCIÓN

Deberíamos pensar seriamente si con nuestras acciones estamos ayudando a que esta profesión sea socialmente útil y económicamente viable. Tenemos que preguntarnos si queremos ser reconocidos como parte del problema o de su solución.

La gran mayoría opinamos que la abogacía tiene la obligación de ofrecer alternativas o propuestas ante esta crisis.

Nadie espera que nos pongamos a explicar cómo arreglar el problema epidemiológico, o conseguir más ventiladores para las UCIs. Tampoco que interpretemos las estadísticas o que le digamos al gobierno como manejar los recursos sanitarios.

Sin embargo, algunos todólogos letrados y togados partidistas andan por ahí inflamando la opinión pública con sus conjeturas.

No, esa gente no son compañeros, ni ayudan a la ciudadanía en estos momentos. Tampoco hacen nada por mejorar la abogacía que con tanto esfuerzo defendemos la mayoría.

La abogacía está muy presente, lista para responder a las necesidades de la ciudadanía y el gobierno que la representa.

Defendiendo los derechos de todos y todas y exigiendo que se cumplan las obligaciones que nos hemos dado a través de la Constitución.

Eso si, no vamos a dejar nuestro pensamiento crítico y seguiremos manteniendo que la abogacía institucional, que ya estaba en crisis antes de la crisis, lo sigue estando. Pero estos no son momentos para hacer leña del árbol caído, sino para fortalecer nuestro trabajo colectivamente.

Hablo aquí de fortalecer nuestra colaboración y compañerismo, nuestros despachos y nuestras asociaciones. Y también de apoyar aquellas iniciativas realistas que puedan tener los colegios.

Tenemos mucha gente que nos necesita y tenemos vehículos para hacerlo virtual y presencialmente, cuando proceda. Tenemos también buenos canales para seguir en contacto, redes sociales, listas de correo, y en tiempos de confinamiento, algún que otro café o cerveza virtual.

Muchas compañeras y compañeros, además de seguir asistiendo a clientes y ofreciendo nuestra ayuda en lo que podemos, seguimos trabajando en proyectos clave para cuando termine la fase aguda de la crisis.

Por ejemplo, siguiendo algunas de las iniciativas del Primer Congreso de la Abogacía Independiente (Córdoba) promovido por Abogacía en Red, o colaborando con la Asociación Libre de Abogados y Abogadas

A pesar de la dureza de la situación, anima ver un colectivo pequeño, pero decisivo, que rema hacia delante, y que además mantiene viva una  #abogacíacrítica y propositiva.

Y precisamente, en ese espíritu crítico y propositivo que nos mantiene cuerdos, me quedo con esta reflexión del sociólogo Zygmunt Bauman (1925-2017) en «Estado de crisis»(2016), que ilustra el necesario llamamiento a la acción que se requiere de nosotras y nosotros en estos momentos.

“Cuando hablamos de crisis, transmitimos en primer lugar una sensación de «incertidumbre», de «ignorancia» en cuanto a la dirección que están a punto de tomar los acontecimientos, y, en segundo lugar, la necesidad de intervenir, es decir, de «seleccionar» las medidas correctas y de «decidir» cómo aplicarlas lo antes posible”.

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