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Estos son tiempos de zozobras jurídicas y de zozobras personales

Estos son tiempos de zozobras jurídicas y de zozobras personales
Lady Crocs, la autora de esta columna, es el seudónimo que utiliza la magistrada Teresa Puchol.
02/4/2020 11:48
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Actualizado: 02/4/2020 11:57
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Desconozco a quién puede interesarle leer esto, pero sí sé que yo necesito escribirlo. Hace días que en España se decretó el Estado de Alarma, lo que ha supuesto que la inmensa mayoría de la gente deba vivir recluida en sus hogares y solo salga cuando resulte estrictamente imprescindible.

También ha supuesto iniciar un periodo plagado de incertidumbres, de inseguridades y dudas.

A cualquier persona esto le aterra, ya que implica salir de su zona de confort, enfrentarse a lo desconocido, asumir nuevas reglas del juego, adaptarse sin saber muy bien a qué, por cuánto tiempo o cómo.

Para un jurista la inseguridad es su enemigo a batir.

Supongo que, por eso, muchos partidos judiciales se reunieron telemáticamente para acordar en Junta parámetros a seguir en el supuesto de los regímenes de custodias y visitas con menores.

Probablemente el índice de éxito de dichos acuerdos deba de haber sido escaso, ya que la mayoría de ellos apelaban al sentido común de los progenitores, cuando todos sabemos que cuando los progenitores acuden a los juzgados a resolver sus discrepancias es porque cada uno de ellos tiene su propio sentido común.

Al mismo tiempo también se han publicado artículos de notables juristas intentando arrojar algo más de luz sobre dicho asunto, me viene a la cabeza uno que leí de Fernando Portillo, colega y muy buen amigo y que aprovecho estas líneas para recomendar su lectura.

Sin embargo, la oscuridad sigue acechando sobre el tema, y más ahora que se acercan fechas en las que los conflictos están servidos sin necesidad de añadir pandemias o apocalipsis mundiales, me refiero, cómo no, a la Semana Santa.

Leo con pena las consultas de muchísimos progenitores que no saben si pueden o deben ir a por sus hijos, las dudas que plasman quienes desconocen si debieran entregarlos o cómo desplazarse.

Me escriben lastimeros los que no saben cuándo podrán volver a verlos, los que no saben ni cómo están porque las comunicaciones entre progenitores están congeladas.

NO HAY RESPUESTAS CATEGÓRICAS NI SOLUCIONES MÁGICAS A ESE DESQUEBRAJO FAMILIAR

Y con pesar descubro que no hay respuestas categóricas ni soluciones mágicas a todo ese desquebrajo familiar.

Siempre he sostenido que una resolución judicial resolvía el asunto, pero no solucionaba el problema, el añadido en estos momentos es que ni tan siquiera podemos contar con resolución judicial…

A los juristas se les multiplican las dudas e incertidumbres, porque nada de lo que estudiaron en la carrera, nada de lo que recogían sus incunables, proporciona respuestas a todo lo que estamos viviendo y, sobre todo, a lo que se avecina.

Se nos presentan dudas en el ámbito laboral, interminables y nocturnas publicaciones en el Boletín Oficial del Estado que cada vez proyectan sombras más alargadas.

El BOE, ese extraño panfleto que antaño solo leíamos los juristas antes de abrir nuestro correo electrónico y que ahora mantiene en vilo a todo un país un domingo por la noche.

¿Seré trabajador esencial? ¿qué es un permiso recuperable? ¿quién lo recupera y cómo? Dudas que nos embargan a todos.

Y no solo en el ámbito familiar o laboral.

Desde un punto de vista penal nos asaltan cuestiones sobre el traslado de detenidos o presos, las comparecencias “apud acta” o cómo poder garantizar adecuadamente el derecho fundamental de defensa y de tutela judicial efectiva sin poner en riesgo la salud de todos.

NO HAY CLARIDAD

Juristas que, en un intento de lograr algo de claridad, bombardean los chats de WhatsApp que comparten con otros juristas, en los que se entremezclan los memes chistosos y los mensajes de muerte y destrucción con las interminables publicaciones del Consejo General de Poder Judicial, de las distintas Delegaciones de Gobierno o las comunicaciones del presidente de tu Tribunal Superior de Justicia.

Lanzamos nuestras dudas buscando algo de claridad, pero el eco nos devuelve respuestas aún más enigmáticas y opciones tan dispares como número de partícipes.

Juristas que descubren que las normas entran en vigor 23 horas antes de haberse hecho públicas y que escasas horas después necesitan ser corregidas o aclaradas.

Son tiempos de zozobra.

Zozobras jurídicas y zozobras personales.

En mayor o menor medida todos necesitamos un orden, una rutina que nos permita actuar por inercia y poner el piloto automático.

Para un autista, esa estructura lógica le ordena el caos que le supone vivir en un mundo de alistas.

El mundo está hecho para los neurotípicos, y los neurodivergentes deben adaptarse a él, por eso anticiparles qué va a ocurrir y cómo se desarrollará el día, la semana, el mes y el año les permite enfocar su vida con cierto equilibrio.

Pero todo se viene al traste cuando desaparece esa pequeña cuerda que unía su autista y perfecto mundo con el caótico mundo alista.

Y debajo no hay red.

Como si se trataran de los hilos de una marioneta, se le van cortando los que le unen a la rutina escolar (o laboral), la rutina de ocio, la rutina social y la rutina familiar, con esos hilos se van destartalando los brazos, las piernas y, finalmente, el cuerpo cae. Inerme.

Sin saber cómo seguir o hacia dónde moverse, desconoce qué viene o a qué atenerse.

El calendario ya no da respuestas, solo pone en letras rojas “alarma”, “papá” y “mamá” en semanas alternas.

Todo lo demás vacío, por lo que su mundo interior choca contra los muros, produciendo un estruendoso eco, y ya no hay planes en los que organizar las secuencias, éstas vagan sin rumbo y desestabilizan todo lo que lo rodea.

Para sacar todo eso necesita moverse, gritar, golpear, sacudir tanta sensación errática y sin rumbo. Fueron precisos cuatro interminables días para que la legislación permitiera que ese terremoto interior pudiera exteriorizarse y verterlo en el mundo alista.

Pero después de la legislación vienen los legislados, a los que les está costando más de dos semanas.

Los autistas se encuentran obligados a vivir en la permanente adaptación de un mundo hostil, con su peculiar visión, y cuando éste se desquebraja, deben soportar cómo los alistas no logran adaptarse a que los autistas canalicen ese derrumbe más allá de las paredes del confinamiento.

Se les dice a los autistas que para conseguir que los alistas se adapten deben vestir de una determinada manera, deben señalarse, mostrar visiblemente que son diferentes, solo así se les permite que su huida del caos no suponga el hallazgo de la ira.

Soy jurista y madre de autista.

Durante los últimos días he recibido más amenazas de agresión por parte de mi propio hijo que en todos los tiempos que he estado ejerciendo como juez.

He sido protagonista involuntaria de escenas que bien podrían haber aparecido en cualquiera de los atestados que he tenido que minutar durante una guardia, he tenido que reconvertirme en la actriz de “La vida es bella” en un vago intento de crear un escenario de amor y paz en un mundo contagiado por la voraz sinrazón.

Estas líneas no son un lamento, no hay victimismo alguno, solo un vertido de emociones que pululan dentro de mí y que han salido sin saber muy bien el porqué.

Y no hay pesar, porque ¿qué sería nuestra vida sin un mínimo de reto que superar?

Como juristas nos enfrentamos a un mundo desconocido en el que es preciso proporcionar respuestas rápidas y a distancia, la colaboración entre todos se vuelve imprescindible y todo eso te permite descubrir los fantásticos profesionales y compañeros que te rodean.

Como madre de un niño autista te enfrentas a comportamientos y sensaciones que te obligan a bucear en su mundo, analizarlo, a sondear cuál es tu punto de resistencia y cómo puedes adaptarte tú a los vaivenes de sus emociones y en qué medida puedes mitigar la desazón que el vacío le provoca.

Sigo sin saber a quién pueda interesar esto, pero me ha ayudado escribirlo.

Y, si has llegado hasta el final, te lo agradezco infinito.

Feliz encierro.

 

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