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Hijos de la libertad

Hijos de la libertad
Manuel Ruiz de Lara es magistrado de lo Mercantil en Madrid. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.
23/4/2020 06:35
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Actualizado: 22/4/2020 19:46
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Decía Gabriel García Márquez que la vida no es sino una continua sucesión de oportunidades para sobrevivir.

Y de repente se nos pararon todas, nuestro mundo se heló y nos descubrió que nuestras sociedades eran absolutamente vulnerables, que la seguridad y la bonanza económica sólo eran el decorado de una obra de teatro que podía desmontarse en escasos días y que hasta las libertades que creíamos conseguidas podían ser suspendidas bajo el miedo que insuflaba un enemigo invisible, ahogadas por las muertes que, convertidas en una estadística sin imágenes para así dulcificarlas ante la sociedad, nos llegan cada día puntuales a las once treinta de la mañana.

No les hablaremos en éste artículo de la falta de previsión de nuestro gobierno que en el año 2020 y con un mundo interconectado no fue capaz de ver la trascendencia de la tragedia que brotaba de Wuhan.

No les contaremos que también en eso nos mienten diciéndonos que ningún gobierno podía prever esto y omitiendo a países como Nueva Zelanda o Grecia que sí contuvieron la pandemia, como si en cualquier caso la negligencia y la desgracia común fuese un alivio que deba disculparles.

Tampoco nos centraremos en la sorpresa que nos produce que nuestros servicios de inteligencia no tuviesen capacidad de valorar una amenaza que nos televisaban o peor aún que nuestro gobierno convocase manifestaciones masivas y permitiese eventos multitudinarios menospreciando los informes que si los hubo, sin duda fueron convenientemente ocultados.

Y no, tampoco les hablaremos de la sucesión de incompetencias o manipulaciones que en la gestión de ésta crisis, sin autocrítica alguna de nuestro teatralmente atribulado y realmente engreído presidente, son maquilladas en las paternales, imprecisas y sobretodo inútilmente interminables alocuciones televisivas.

ESTE ARTÍCULO VA DIRIGIDO A USTED

No lo haremos porque éste artículo va dirigido a usted que está confinado en su domicilio, a usted que vive con el dolor de la muerte de un familiar del que no ha podido despedirse, a usted que de forma heroica lucha en la cama de un hospital contra la pandemia de la que ninguna autoridad se preocupó hasta que fue demasiado tarde y también a usted que con muchos años a sus espaldas, tras luchar frente a una dictadura ahora siente miedo por salir a la calle por un virus que puede destrozar su sistema inmunológico pero que siente mucho más miedo por el futuro de sus nietos al ver unas generaciones que quizás no sean conscientes de que la libertad se conquista cada día, que deberían cuestionarlo todo y que asiste sumisa a cualquier medida que nos impongan, que ha presenciado impasible las mil maniobras con las que individuos oscuros sin más patria que su egoísmo han erosionado y esquilmado nuestro Estado de Derecho y nuestra administración pública.

Pese a lo que hoy nos quieren hacer creer los “Stalin de bolsillo” desde sus vicepresidencias de asuntos sociales, ese mérito no es sólo autoría exclusiva de los señoritos engominados que mezclaban comisiones con Moet Chandon acompañados de mujeres de pago, ni de los “niños de partido” que sin más bagaje profesional que sus servilismos aceptaban todo para obtener el fruto de sus cualidades trepadoras en forma de puesto público, ni tampoco sólo de los que ahora pretenden erigirse en salvadores del pueblo mientras se mimetizan con «la casta” que tan falazmente proclamaban odiar.

Nuestra vulnerabilidad, la debilidad de las administraciones públicas, la carencia de medios en sanidad o justicia, parte de la base también de ese conglomerado de oportunistas que traicionan los principios y convierten sus cargos en una suerte de partida de póker, donde el premio sólo radica en su ascenso profesional.

La libertad debe aprenderse y debe lucharse cada día. No es un valor impermeable y perenne, sino un ideal atacado a lo largo de la historia de múltiples formas y aprovechando en muchas ocasiones contextos de calamidades colectivas en los que algunos, para incrementar su poder, pretenden colocar a la ciudadanía en una falsa disyuntiva: La libertad o la vida.

Sólo la zafiedad y el maniqueísmo inculcados durante tantos años a una sociedad que dormita explica que aspirantes a dictadores de papel lleguen a altos cargos y puedan erigirse en salvadores de la patria con la complicidad o el silencio de la colectividad.

 Ya no hay en nuestros gobiernos, hombres de honor como Adolfo Suárez, Fuentes Quintana, Landelino Lavilla, Cavero o Enrique Múgica.

Asusta comprobar como nuestra armónica convivencia construida por los padres de nuestra democracia, nuestro régimen de libertades ha sido esquilmado por oportunistas o populistas que han destrozado el prestigio de las instituciones para salvaguardar sus cadenas de favores.

Pero asusta mucho más ser testigo de una parte de la sociedad que renuncia tan fácilmente a la libertad en nombre de la seguridad.

Sin cuestionarse siquiera la proporción de las medidas adoptadas o asumiendo en silencio, sin alzarse en absoluta rebelión ideológica, la irracionalidad de decisiones no impuestas en la mayoría de países que sufren hoy la pandemia que nos asola.

Esa parte de la sociedad que convierte en verdad indubitada medidas como la “imposibilidad” o “ilegalidad” de hacer deporte aisladamente al aire libre, pasear por separado o viajar en un mismo vehículo con quien conviven, no se percata de que son un banco de pruebas, un experimento colectivo que trata de ver hasta donde se puede estirar el autoritarismo.

Medidas apuntadas como el fin de la protección de datos sobre la salud personal, los mecanismos de geolocalización , la mediatización de la propiedad privada al servicio del interés general , las limitaciones u obstáculos impuestos a la libertad de prensa o al control parlamentario del gobierno, o el insinuado , a modo de globo sonda , aislamiento obligatorio en “centros de rehabilitación” son formas de control inaceptables en una democracia, ni siquiera bajo la excusa de la seguridad colectiva, y que ante la mínima tentativa de implantación deberían generar la repulsa y rebeldía más enérgica de la sociedad.

LENGUAJE BÉLICO 

La proliferación sin límite y sin discusión de algunas de esas medidas a lomos del lenguaje bélico de un presidente del gobierno falaz, sin consistencia intelectual y fruto sólo del marketing político, nos convertiría en un experimento orwelliano.

Todo ello con la satisfacción de aquellos dictadores de bolsillo al comprobar que podrán venir medidas más duras, una mayor restricción de libertades y un reforzamiento de los mecanismos de poder en detrimento de nuestros derechos, con la vista puesta en instaurar un nuevo régimen de corte populista en la creencia de que el papel en forma de Real Decreto todo lo aguantará y el miedo y la seguridad serán la losa perfecta para sepultar a los indolentes súbditos.

Y ese objetivo juega un papel esencial nuestra justicia, el campo de batalla asolado, la gran olvidada por décadas de una falta de inversión y reformas necesarias, abandonada por los oportunistas que desde el Ministerio de Justicia o desde las consejerías de justicia la dejaron caer con el objetivo de que muriese de inanición mientras ellos sólo trabajaban por potenciar redes de relaciones con las que continuar fomentando sus carreras profesionales.

Una justicia ciega pero también herida, que sólo se ha mantenido en pie gracias al extraordinario sobreesfuerzo de los miles de magistrados y fiscales que ejercen sus funciones de manera independiente, que rechazan las intrigas palaciegas, que detestan las farsas políticas que pretenden arbitrar ascensos profesionales frutos del amiguismo o del padrinazgo político.

Una justicia que se tambalea pero que no se arrodilla gracias también al ímprobo trabajo de abogados idealistas que conciben su profesión como un instrumento para preservar las libertades frente a los abusos y no permanecen cautivos de exclusivos intereses económicos, aquellos que ven detrás de cada expediente vidas humanas, aquellos que dignifican el máximo ideal: el noble y difícil arte de hacer justicia, de dar a cada uno lo que le corresponde.

 Pero también debe el lector ser consciente de los peligros que nos acechan, porque hoy los habrá que quieren olvidar el pasado o erigirse en solución proclamada y nunca aplicada, cuando han sido la esencia del problema.

La situación de nuestra justicia es fruto de numerosas veleidades y sobre todo de una falta de interés cómplice para evitar que funcione adecuadamente, para obstaculizar al máximo su función como control del poder ante las arbitrariedades.

Durante años hemos sufrido a ministros sin honor como Ruiz Gallardón que conculcaron el pacto de legislatura con la ciudadanía, traicionando la promesa electoral y las recomendaciones de GRECO para que los vocales del CGPJ fuesen elegidos por los jueces sin cadenas de padrinazgo político, a ministros indolentes como Catalá o Caamaño que al margen de convertir el ministerio en una pasarela de discursos vacuos e improductivos no hicieron nada, a ministros como Delgado que antepuso su trepismo a la defensa de los principios que como fiscal y miembro de la UPF juró defender o a ministros como Fernández Bermejo que declararon abiertamente la guerra a la independencia judicial. Ningún Gobierno ha estado a la altura desde aquel de Adolfo Suárez que sí preservó con honor la separación de poderes.  

La carrera judicial, la abogacía y los justiciables han presenciado con desolación también los oscuros movimientos de los oportunistas que han manchado nuestras instituciones.

Han contemplado con estupor las sombrías maniobras de determinados vocales del Consejo General del Poder Judicial como Dorado, que siguiendo de forma servil las instrucciones de Gallardon, frustraron la mayoría necesaria para la elección de un concreto Magistrado como presidente del Tribunal Supremo tras la dimisión de Carlos Dívar, o las de aquellos otros vocales actuales y pasados que jugaron y juegan a un intercambio de cromos y favores en algunos nombramientos de altos cargos de la magistratura soslayando los principios de mayor mérito, capacidad y motivación.

A MODO LAMPEDUSIANO 

O a todos esos maquillajes en las bases de nombramientos que sólo pretendían, a modo lampedusiano , continuar las actividades de los Román, Lesmes, Díez Picazo codiseñando un sistema de elección política del CGPJ basado en una farsa, que les aupó a altos cargos y les permitió posteriormente favorecer a amigos en nombramientos o utilizar de forma espúrea sus competencias para hacer perpetua su proyección profesional a costa de los principios y del honor.

La Justicia se enfrenta a un tsunami, a una avalancha de procedimientos que se asentará en una tierra ya arrasada por falta de inversión suficiente y por la ausencia de modernización necesaria.

Se está articulando un plan de choque, que sólo sería efectivo con una apuesta decidida en recursos económicos y un traspaso íntegro de las competencias en medios personales y materiales con plena dotación económica a un Consejo General del Poder Judicial elegido por los jueces, ajeno a cualquier suerte de padrinazgo o farsa política.

Y ese plan de choque en ningún caso puede venir de la mano de limitaciones a las posibilidades de defensa o del sacrificio en la calidad o motivación de las resoluciones judiciales, fomentando criterios puramente productivos.

Detrás de cada procedimiento hay una vida personal que merece una respuesta rápida y motivada con plenas garantías.

En juego están los derechos de los justiciables, el control del poder político y de arbitrariedades , la preservación de la propia esencia de nuestra democracia y la historia nos enseña que tras las proclamas vienen escasos retoques cosméticos , la inoperancia y la desolación de una pandemia aún peor que la actual, la que inocula el virus de la indefensión ante las arbitrariedades en un sistema inmunitario judicial que pese al esfuerzo de jueces y magistrados, se encuentra cada vez más debilitado.

Ojalá esta vez nos equivoquemos.

La ciudadanía ha de estar alerta y debe convertir cada calle en ágoras de debate efervescente frente a las tentaciones populistas y frente a los intentos de socavar aún más nuestra democracia.

Algunas de las medidas recogidas en el plan de choque son efectivas pero su correcta implantación requiere una adecuada inversión para modernizar el funcionamiento de nuestros órganos jurisdiccionales.

Pero sobre todo es necesario recuperar el prestigio de nuestra instituciones, debemos impulsar de forma decidida una reforma para que el CGPJ sea elegido por los jueces y tenga plenas competencias en medios materiales y personales.

Hay reforzar la celeridad de la jurisdicción penal manteniendo la instrucción en manos de los jueces y magistrados pero con una inversión decidida, para garantizar su eficacia y la absoluta independencia en las investigaciones.

Ni persistir en errores pasados ni involucionar hacia escenarios peores debe ser el camino.

La credibilidad de nuestras instituciones y las reformas ha de empezar por erradicar cualquier atisbo de injerencia política en la justicia.

Cada uno de nosotros, quizás sólo seamos parte de una aventura apasionante, de una lucha permanente, hijos de una historia heredada, padres y abuelos de una historia por construir.

Quizás estemos ante un momento cumbre de nuestra existencia, que no admite miedos ni vacilaciones, que nos llevará a enfrentarnos con voz clara y firme a quienes prostituyeron los principios y perdieron su esencia.

Quizás sólo sigamos siendo aquellos niños que comenzaron a crecer, que dejaron en su cabeza las primeras gotas de libertad y los sueños que nunca caerían en el suelo, aquellos niños a los que la sociedad sólo mediría por el éxito profesional o económico pero que siempre tendrían la certeza que nunca llegarían tan alto como al corazón de los principios e ideales a los que nunca decidieron renunciar.

Quizás sea hora de alzar la voz sin miedo y no volver a callar jamás.

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