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El mito de la jubilación en la Abogacía

El mito de la jubilación en la Abogacía
León Fernando del Canto es abogado español y barrister en Londres; dirige el bufete Delcanto Chambers.
15/11/2020 06:47
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Actualizado: 15/11/2020 13:54
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Hablar de jubilación en la abogacía independiente española, sobre todo si estás en los 50, es un tema tabú.

Por un lado eres aún joven y por otro ya eres viejo.

Pero las cosas han cambiado mucho en este 2020, y con ellas nos toca también cambiar a nosotras y nosotros. Nos conviene reflexionar a dónde vamos y cuáles son nuestras expectativas.

Ello también, y sobre todo, en beneficio de quienes nos suceden.

Desde una perspectiva económica, mirando los niveles de endeudamientos y los plazos necesarios para salir de los mismos, la posibilidad de que una mano invisible, una mutualidad o el todopoderoso Estado, acaben pagandonos una jubilación medianamente digna, parece difuminarse en el horizonte temporal.

Por más que fuese deseable, el dinero sigue sin obedecer las leyes de la gravedad y a diferencia del resto de los objetos, no suele caer hacia abajo.

Por el contrario, continúa con esa misteriosa tendencia de “caer” hacia arriba.

Como el tiempo sigue pasando para quienes estamos abajo, y el dinero no parece caer, se me ocurrió que no estaría de más hacer algunas reflexiones sobre el mito de la jubilación.

Un tema que no solo debería preocupar a cincuentones o cincuentonas.

De hecho, considerando el tiempo que aún les queda de vida, esta reflexión es, si cabe, más importante para quienes aun tienen entre veinte y cuarenta años.

Piensen, que como ustedes, la mayoría de quienes estamos en los cincuenta no decidimos llegar a esta edad voluntariamente y tampoco es que entre en nuestros planes el tener ninguna enfermedad o accidente que nos incapacite.

Salvo cuando hablamos con las aseguradoras.

Lo que quizás nos diferencia de la abogacía más joven, atendiendo a la demografía, es que hace años que cruzamos el ecuador de nuestras vidas.

Por otra parte, hemos entendido que la situación financiera no suele mejorar con la edad.

Si miramos el último informe del Instituto de Estudios Fiscales del Reino Unido vemos que la situación financiera de un tercio de las y los mayores de 50 años ha empeorado durante el 2020.

Esto lleva a que una de cada ocho trabajadoras o trabajadores tenga que cambiar su plan para jubilarse. Lo que para muchas personas implica retrasar la edad de jubilación.

Aunque estos datos no sean extrapolables a España, coincidimos en que la generación que se jubiló antes que la nuestra, quienes estamos hoy en los cincuenta, sea posiblemente la última generación que pudo planificar su jubilación.

En España, quitando la clase funcionarial, la jubilación es algo en lo que preferimos no pensar.

Y hay razones de peso por la que evitamos este asunto en la abogacía independiente: preferimos no deprimirnos.

¿JUBILACIÓN? ¿QUÉ JUBILACIÓN?

Salvo la excepción de quienes dicen tener “asegurado” su futuro, para la mayoría de abogadas y abogados independientes la jubilación no es una realidad concebible y nuestras posiciones frente a ella son diversas.

En primer lugar están las y los de “jubilación, ¿qué jubilación?”.

Con menores o mayores a cargo, hipotecas y préstamos, y luchando por mantener a flote el bufete, para la abogacía cincuentona pensar en la jubilación es una quimera.

En segundo lugar están quienes ven la vida como una especie de comedia romántica, creyendo que “los 50 son los nuevos 30”, como en la película de Valérie Lemercier.

Esto les faculta para vivir en la ilusión de que quedan al menos 20 años más para empezar a agobiarse con la jubilación.

Junto a ellos tenemos a las y los bienaventurados.

Los mansos de espíritu que aún creen que con lo que pagamos a las mutualidades, planes de pensiones o lo que es peor, a la seguridad social, será posible jubilarse, en el mejor escenario, sobre los 70 años.

Y por último estamos las personas realistas. Quienes vamos olvidándonos de pensar en la jubilación.

Con más de cincuenta años seguimos trabajando más de 50 horas semanales.

Y lo hacemos, a veces por gusto, pero sobre todo porque tenemos el vicio pequeño burgués de comer cada día o la necesidad existencial de llegar a fin de mes.

Lo de pensar en contribuir a nuestro plan de pensiones se nos queda grande.

JUBILACIÓN Y ABOGACÍA ES UN OXIMORÓN PARA LA MAYORÍA DE LA ABOGACÍA INDEPENDIENTE

Jubilación y Abogacía en una misma frase es un oxímoron, sin duda, porque la jubilación y la abogacía son dos términos opuestos. Es imposible reconciliar en nuestra realidad actual la abogacía independiente con la jubilación.

Esto se hace aún más evidente cuando abandonamos el paradigma “Word” y entramos en clave “Excel”.

Es decir, al hacer un cambio de tercio, desde el reino de las palabras al de los números, si hay algo que se demuestra evidente es que tras pagar impuestos y otros gastos, no queda nada para invertir en un posible plan de jubilación.

LAS TRES EDADES DE LA ABOGACÍA

En “La alegoría de las tres edades de la vida” Tiziano representó la infancia, la juventud y la vejez.

A diferencia de la infancia, despreocupada por su propia naturaleza, tanto la juventud como la vejez son edades de disfrute y reflexión necesaria.

Especialmente la vejez en nuestros días, por todo lo que se alarga.

¡Ah, verdad! Perdonen. ¿Que en la abogacía no hay vejez? ¿Que ahora los cincuenta son los nuevos treinta?

¡Venga ya!

Tomémonos un poco en serio esto. Si prefieren usar el término senior o veteranía en lugar de vejez, por mí no hay problemas. El significado no cambia, a pesar del eufemístico significante. La realidad aún cambia menos.

Como alguien ya ha dicho antes que yo, la vida en la abogacía independiente también tiene tres edades.

Pensando en cómo Tiziano representaría la alegoría de las tres edades de la abogacía española en este 2020, se me ocurren las siguientes ideas —y que me perdone tanto la juventud letrada como la ancianidad (o veteranía) de entre nos:

1. LA INFANCIA EN LA ABOGACÍA ESTARÍA REPRESENTADA POR QUIENES ACABAN DE COLEGIARSE

En esta primera etapa, con poco más que un apellido, una toga nueva, un nombre comercial “molón” o asociandonos en un bufete con una especialidad “trending”; la realidad se reparte entre la adrenalina de la recién ganada independencia y los primeros casos, la ansiedad de llegar a fin de mes y la búsqueda del santo grial de la especialización.

2. LA JUVENTUD EN LA ABOGACÍA PODRÍA COMENZAR A PARTIR DE LOS 5-7 AÑOS DE PRÁCTICA CONTINUADA

Aunque es cierto que para muchas y muchos se extienda hasta el final de sus días. Aquí, entendemos ya que los ingresos suben y bajan y que las y los casos vienen y van.

Comprendes que tú no te especializas; que más bien ¡te especializan tus casos!

En esta etapa, la ansiedad de llegar a fin de mes y el estrés de tener demasiado trabajo definen nuestra realidad casi siempre.

Aparentemente, una contradicción en los términos, de quienes sólo se han preocupado de trabajar, trabajar, y trabajar; con poco tiempo para reflexionar sobre su modelo de negocio.

3. LA VEJEZ EN LA ABOGACÍA COMIENZA CUANDO TE DAS CUENTA DE QUE ALGÚN DÍA SERÁS UN ANCESTRO, UN ANTEPASADO

Y esto no es algo negativo. Como en el libro “El Buen Ancestro”, de Roman Krznaric, la idea de ser un buen ancestro es fundamental para poder dejar este mundo algo mejor de como lo encontramos.

La reflexión sobre la genealogía que nos precede y el legado que podemos dejar se convierte en prioridad.

La vejez de la abogacía aún no es la jubilación, pero es el momento de pensar en ella.

En el cuadro de Tiziano, sería el anciano pensando en el pasado y proyectándose hacia el futuro frente a las cuencas vacías de dos calaveras, donde algún día existieron ojos que miraban con curiosidad.

Me imagino la nueva versión de Tiziano con una abogada de pelo cano sentada frente a una toga roída por un lado y un código manoseado por otro, preguntándose por el sentido de la profesión.

Ese momento clave en el que vemos que las y los jóvenes abogados ya no son el futuro; son el presente y además, un mejor presente.

La vejez es, desde esta perspectiva, mucho más deseable que la jubilación. Al menos así me gusta pensarlo.

¿Y QUÉ PASA ENTONCES CON LA JUBILACIÓN?

La jubilación es un mito. Se ha convertido en un relato tradicional sobre unos acontecimientos prodigiosos del pasado, protagonizados por las y los jubilados, que como personajes fantásticos parecían haber resuelto con una alegría, merecida, la maldición bíblica de ganarse el pan con el sudor de sus frentes.

Ya sea que creamos estar en la juventud o en la vejez de la abogacía, si hemos cumplido cincuenta años y estamos trabajando con abogados o abogadas más jóvenes, conviene superar el pensamiento mítico.

Por el bien de la humanidad.

No, no parece viable eso de jubilarse como se hacía en el pasado. Y por ello sería conveniente dejar a un lado el término.

Para ello, como profesionales senior, nos toca en primer lugar dejar nuestras inseguridades a un lado y en segundo lugar ir pensando en como dejar el sillón, aunque a lo mejor no el trabajo.

No nos puede seguir preocupando que la juventud pueda cometer errores; cuando, al menos en mi caso, se me ha permitido cometer casi todos.

A veces pienso que la obsesión con el “compliance” no es más que la última conquista de una gerontocracia letrada que tiene pánico a que les descoloquen el tablero.

Tampoco nos puede obsesionar la ausencia de trabajo, ni generar estrés el exceso de proyectos. Esas realidades deberíamos haberlas entendido ya, y si aun no lo hemos hecho, toca dedicar tiempo a reflexionar y aprender.

Y no deberíamos dejarnos atrapar por el miedo a rechazar casos o a subir los honorarios por temor a perder ingresos o clientes.

Si aún nos ocurren estas cosas con nuestra edad, es hora de reconocer que estamos presos de nuestras inseguridades. Poco favor le hacemos a las nuevas generaciones si les transmitimos esa forma de ejercer la abogacía.

Nos toca dejar las inseguridades y terminar con este ciclo pernicioso que nos transmitió la generación que nos precedió.

Pero sobre todo nos toca reconocer que las y los abogados jóvenes no son ya sólo el futuro, son, sobre todo, el presente.

Tenemos que asumir nuestra obligación profesional, deontológica, de transmitir a quienes vienen detrás lo que hemos aprendido con la confianza de que ellas y ellos lo harán mejor.

Todo ello será mucho más fácil si comenzamos por reconocer honestamente que nuestras capacidades ya no son las mismas. Si lo hacemos, tenemos un gran camino andado.

Como cantaba el joven Marley: “Puedes engañar a algunas personas a veces, pero no puedes engañar a toda la gente todo el tiempo.” (Get Up Stand Up, 1973)

No podemos seguir pensando que nuestras capacidades con cincuenta años son comparables con las de profesionales de treinta o cuarenta años. No lo son.

Es posible, eso sí, que seamos capaces de proyectarnos con mayor elocuencia, asertividad o determinación. Si no lo hacemos, poca abogacía hemos aprendido. Pero ello no nos hace mejores de forma alguna.

También es posible que alguien pueda pensar que nuestra capacidad de trabajo es inagotable, pero no lo es.

En realidad, lo único que ocurre es que hemos aprendido a hacer las cosas de forma más efectiva o eficiente, y ello puede generar una ilusión óptica.

No, ya no podemos seguir a la misma velocidad; ni es conveniente que lo hagamos.

La fórmula de la velocidad no cambia (v=e/t). La velocidad se sigue calculando objetivamente como el espacio que somos capaces de recorrer en un tiempo determinado.  Y esto no parece que vaya a cambiar.

Y mientras el tiempo sigue su marcha inexorable, el espacio que recorremos con los años es inevitablemente cada vez más limitado.

¿Y la jubilación ¿Qué pasa con la jubilación entonces?, se pueden preguntar al punto en el que nos encontramos.

Pues bien, yo no sé ustedes, pero un servidor, con 53 años, tiene todavía mucho trabajo por hacer formando a sus juniors, analizando críticamente la profesión y asegurando que dejo el sillón en buenas condiciones.

Me gusta pensar, y me da cierta paz, que cuando ya no pueda trabajar, al menos un plato de sopa y un sandwich me darán quienes me suceden, si no me he portado muy mal.

Buenas noches y buena suerte

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