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Por la ley natural de la verdad histórica del COVID 19

Por la ley natural de la verdad histórica del COVID 19
El abogado Jesús Seligrat en la Academia de Jurisprudencia y Legislación, de la que es académico de número. Foto: Confilegal.
18/4/2021 06:46
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Actualizado: 19/4/2021 09:09
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Siento profundo dolor como integrante de la actual Humanidad, qué sin saberlo, sin conocer el origen, la génesis del criminal coronavirus, sufre en millones de supuestos, indefensión, muerte, carencia económica, carencia en cercanía, en la soledad más atroz ante internacional catástrofe, en el horror, el terror y la falta de esperanza, sin más consuelo que el destino.

Han caído muchos dioses y diosas de carne, piel, corazón y sentimientos, lloran lágrimas envueltas en desconcierto mundial, muriendo la normalidad vivencial de la cercanía, del abrazo solidario en la comunicación, sintiendo gran parte de la Humanidad, que el mundo, nuestro mundo, logrado por entrega, trabajo y sacrificio de los pueblos, en un longevo descalabro se va despedazando, multiplicándose la tragedia mundial sine die.

En el primaveral otoño de mi existencia, sintiendo que mi vida se apaga, con enorme dificultad en volver a encenderse, medito, reflexiono en un hostil entorno, donde un coronavirus letal, determina con su violencia criminal, el rumbo, el destino en millones de seres humanos en la Tierra, labrada, amada, sentida y enamorada desde la libertad universal de sus raíces.

Quizás, ya nunca jamás, el mundo volverá a ser sentido, vivido, disfrutado y amado como antes, en la cercanía del encuentro, en la verdad del compromiso, en la concordia solidaria del amor social.

El coronavirus en su infernal guerra vírica, ha destruido ilusiones, sueños, corazones y verdades en millones de mujeres y hombres, insertados en crear, ungidos en libertades, derechos y confortabilidad social.

Los caminos, los senderos, los rumbos en gran parte de la Humanidad, han sido cerrados, clausurados, poniendo final en donde sentíamos futuro, esperanza y continuidad.

Las mascarillas, como necesarios bozales sanitarios, delatan, que en este mundo huele a muerte, escombros, desasosiego, indefensión, inseguridad y profunda desilusión.

Los balcones de la vida, los templos de las libertades, los púlpitos de los programas alentadores en soluciones, se han ido cerrando, clausurando en la ruina económica, sanitaria, asistencial, cultural y vivencial de mujeres, hombres, menores, jóvenes y ancianos, generaciones de verdades, proyectos, sacrificios, entregas y pacíficas luchas por el avance, el progreso y el bienestar social universal.

Resulta complejo, arduo y sumamente difícil volver a construir un mundo, donde las cenizas superan a las velas encendidas, a las verdades reconocidas, a los errores asumidos, a las desacertadas gestiones en múltiples supuestos, como lo acredita la evidencia pública y notoria.

Lamento el silencio en quienes debieron hablar a los pueblos desde la libertad de la verdad, desde la prevención mundial y solvente erradicación sin ambages, sin utopías, sin mediatizaciones, cuando lo que está en respetuoso juego constituye el derecho humano a la vida y el derecho humano a la salud, de todas y todos las mujeres y hombres en la Tierra, dicho sea todo ello con supremo respeto y entregada reflexión.

Hoy, después de más de un largo, decepcionante, depresivo y desalentador año de guerra vírica, con muertos, heridos y graves secuelas, quienes continuamos teniendo corazón con latidos de libertad, concordia, respeto y gran tristeza, suplicamos a los gobernantes, a los líderes de opinión, a los ilustres pensadores, a los científicos, a los epidemiólogos, a los múltiples seres humanos con responsabilidad y decisión institucional, que, a los pueblos vivos y al imborrable recuerdo de sus muertos, nos digan, nos informen, nos comuniquen la verdad, toda la verdad y siempre la verdad de tan grave atropello criminal del coronavirus. ¡Sin la libertad de la verdad, el mundo se convertiría en una trágica y atroz mentira!

Nuestros seres queridos, enterrados en la soledad, víctimas de tan letal barbarie, tan tétrica catástrofe mundial, han depositado en los cerebros y corazones vivos, la obligación moral, social y asistencial de lograr encontrar, cómo, cuándo, dónde y por qué nació tan terrorífico coronavirus, en un mundo, en una sociedad internacional colmada de cargos e Instituciones Públicas, de Organismos Públicos, obligados a velar por la seguridad sanitaria mundial, por la garantía integral del Derecho Humano a la Vida, del Derecho Humano a la Salud y del Derecho Humano a la Libertad de la Verdad.

Por los muertos, por los heridos, por los enfermos de cuerpo, mente y economía, por las mujeres y hombres en el corazón social de la Tierra, por la veracidad de todo cuanto sucede, acontece y grava a nuestro mundo, con supremo respeto, considero, que resulta justo, lícito, legítimo y necesario conocer en todos los confines de la Tierra, en todos los seres humanos vivos y en recuerdo de todos los seres humanos fallecidos, el origen, la génesis de tan criminal coronavirus, por la Ley Natural de la Verdad Histórica del Covid-19.

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