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Visita a un español en la prisión de Lisboa: Cuando lo que se arriesga vale más que la posible recompensa

Visita a un español en la prisión de Lisboa: Cuando lo que se arriesga vale más que la posible recompensa
El autor de esta columna, Luis Romero, socio director de Luis Romero Abogados y doctor en Derecho, hace una reflexión sobre las malas elecciones que se hacen en la vida, a propósito de un cliente que tuvo en Lisboa.
27/12/2021 06:48
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Actualizado: 27/12/2021 16:58
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Cuando voy a comer al restaurante portugués situado en la última planta de El Corte Inglés de Lisboa me gusta elegir una mesa junto al ventanal, con vistas al Parque Eduardo VII y el Hotel Ritz, que está frente; pero si miro un poco más a la derecha, veo también el inmenso edificio judicial.

Junto a los juzgados, está la prisión antigua de Lisboa.

Entonces, recuerdo el día que visité a un cliente español encarcelado allí.

Hace ya unos años, recibí en mi despacho de Madrid a la familia de un señor que estaba cumpliendo prisión provisional en Lisboa investigado por cooperar en un caso de narcotráfico.

Según su esposa, a él le dijeron que aquella noche sólo tendría que estar allí vigilando por si se acercaba alguna persona o vehículo.

El lugar indicado para realizar ese trabajo extra estaba en una finca en territorio portugués cerca de la frontera española.

La mala suerte que tuvo nuestro compatriota es que la Guardia Civil y la Policía Judicial portuguesa estaban informadas de la operación que iba a tener lugar esa noche y aparecieron por sorpresa, capturando a varios españoles y portugueses, que fueron puestos a disposición judicial.

– A mi marido sólo le dijeron que debía estar allí esa noche vigilando por si venía algún coche, pero él no sabía que estaban metidos en líos de drogas.

– Le pagaban dos mil euros por echar unas cuantas horas.

– Él estaba parado y le venía bien ese dinero.

– Lo engañaron.

– No merecía la pena.

Su esposa y su cuñado acudieron a mi bufete, recomendados por un socio de una gran firma de abogados española que les había informado que yo participaba en defensas de españoles encarcelados en países extranjeros colaborando con abogados del lugar.

Me contrataron y yo me puse en contacto con un abogado de Lisboa con el que cooperamos allí y en todo Portugal.

Quedamos en fijar un día para ir a visitarlo juntos y realizar los trámites para nombrar al nuevo abogado, solicitar la venia al abogado de oficio, obtener copia del expediente judicial, etc.

Ricardo me recogió en el hall de mi hotel, cercano a la Plaza Marqués de Pombal, y prefirió que fuésemos a ver a nuestro cliente antes de comer aunque la hora del almuerzo estaba cercana.

UNA PRISIÓN QUE PARECÍA UN CASTILLO MEDIEVAL

Aparcó el vehículo en el parking de los juzgados y a pocos pasos nos encontramos con una fachada de lo que podría ser un castillo con dos torreones.

Había estado en otras prisiones antiguas como la de Birmingham, pero esa me llamó mucho la atención por el contraste que hacía junto a unos bloques de arquitectura contemporánea que albergaban el palacio de justicia.

Realizamos los trámites para identificarnos y un guardia nos acompañó bajando unas escaleras de caracol dos plantas llegando a una estancia con paredes de piedra que bien podría describirse como una mazmorra del siglo dieciocho.

Al menos, cuando llegó nuestro defendido, pudimos estar frente a él sin vidrios en medio, cara a cara. Era el mes de julio y hacía calor, pero allí abajo la temperatura era más llevadera.

Lo primero que nos dijo es que había perdido doce kilos en unas cuantas semanas y que se comía muy mal, siendo casi todos los platos unos guisos muy aguados.

También nos explicó que en esa cárcel no lo trataban bien y que los guardias eran muy duros y exigentes.

Ante cualquier afrenta a la normativa carcelaria, era amonestado o castigado.

Nos confió que había hecho amistad con un preso holandés y que desde su consulado lo visitaban todas las semanas y le depositaban dinero, periódicos y le asesoraban. Pero que a él solo lo habían visitado una vez y no le habían ayudado.

Puso mucho interés en conocer los trámites que íbamos a seguir.

Cuando le pedimos que nos describiese su participación en los hechos, comenzó a llorar y decir que lo habían engañado, y que había un familiar involucrado.

Él solo quería obtener algo de dinero porque le hacía mucha falta.

– ¿Cuándo saldré de aquí?

– ¿Tardará mucho el juicio?

– ¿Pueden hablar con los funcionarios para que me traten mejor?

A mí me daba mucha confianza que fuese mi colega Ricardo Páscoa quien se hiciese cargo de la defensa de esta persona cuya familia había confiado en nosotros.

LOS JEFES PUDIERON HUIR

Pero estando yo esos días con mi familia en la playa, habiendo viajado en avión a Lisboa, alojado en un buen hotel con todas las comodidades, no podía dejar de pensar en ese hombre que tendría una edad similar a la mía, encerrado allí por haber tomado un día una decisión errónea, fuese más o menos enredado por ese pariente que le prometió dinero por solo unas horas de vigilancia.

Al final, no todos fueron detenidos y encarcelados provisionalmente: los jefes pudieron huir.

Pero él estaba imputado en el procedimiento por delito de narcotráfico y organización criminal que se seguía en el Tribunal Central de Instrucción Penal.

Mi colega me invitó a comer en el restaurante Solar Dos Presuntos, en una bocacalle de la Avenida de la Libertad. Acertó, pues pudimos tomar un buen pescado y otros productos del mar.

Después, quise corresponderle invitándole a una copa y él me propuso ir al bar situado en la última planta del Hotel Sheraton.

Teníamos unas vistas de Lisboa ideales a esa hora de la tarde, divisando desde allí el Puente 25 de Abril, Cristo Rey, el Castillo de San Jorge y esos barrios de Lisboa que yo había visitado por primera vez hacía unos veinte años.

Él se marchó y yo me quedé allí viendo anochecer con una copa de Oporto mientras la ciudad se iluminaba, oyendo fado y bossa nova.

Yo me marchaba al día siguiente y ese padre de familia se quedaba en una prisión que parecía un castillo medieval sin saber cuando saldría.

POR 2.000 EUROS

Y no podía dejar de preguntarme por qué tantas personas se arriesgan a ser privados de libertad tantos años por tan poco dinero.

Por dos mil euros, pasaría muchas noches de insomnio, de llanto, de arrepentimiento, de desesperanza.

Él estaba encerrado, los cerebros de la operación, no.

Desde aquel mirador privilegiado, pensaba en otros casos, en otros clientes que un día cruzaron la línea entre lo permitido y lo prohibido, entre lo lícito y lo ilícito.

Juegan a una especie de ruleta rusa, arriesgándose a que el día señalado sea el día en que les toque el proyectil que se encuentra en el tambor del revólver. Es una cuestión de probabilidades, pero el juego es peligroso, sobre todo si uno mismo no es el que controla la situación.

Y las consecuencias son nefastas, y más si es la primera vez que uno se ve incurso en un proceso penal.

Nota

La condena solicitada por la Fiscalía quedó en menos años de prisión, unos cinco. Y sólo tuvo que cumplir algo más de dos años, la última parte en una prisión española.

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