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Opinión | La espada de Damocles: El insólito juicio y el irascible e ingenioso juez (Primer acto)

Opinión | La espada de Damocles: El insólito juicio y el irascible e ingenioso juez (Primer acto)
El autor de esta columna es socio director de Luis Romero Abogados y doctor en Derecho.
10/8/2022 06:48
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Actualizado: 17/12/2023 22:41
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Me detuve en la calle y seguí pensando en esas palabras de mi docto amigo: “Mañana será aún peor”. A la sombra de un árbol a las seis de la tarde, contemplando la fachada de piedra blanca de la universidad, reflexionaba sobre el consejo que me había dado: “¡Presenta recusación!”.

Frente al edificio donde yo había recibido clases magistrales sobre el derecho y la justicia, recordaba las escenas vividas horas antes.

Cuando al día siguiente bajaba las escaleras de la audiencia junto a varias alumnas de Derecho, todavía con la toga puesta, junto a una vidriera que me recordaba mis primeros años en el foro, una de ellas concluía:

– Es que este juez parecía que tenía algo contra ti, algo personal contra ti.

– ¡Y yo que quiero ser penalista! ¿Esto es siempre así?

– Es que tú intentabas hablar y no te dejaba, es que no te dejaba, te interrumpía siempre. Yo no hubiera sido capaz de seguir interrogando como si no hubiese ocurrido nada…, me habría dado el bajón.

Era el primer juicio al que asistía. Yo le dije que aunque hubiese coincidido con su primera experiencia, nunca antes había visto a un juez pisotear el derecho de defensa como en este juicio cuya sesión segunda acababa de dar término.

Tras treinta un años ejerciendo como abogado en la jurisdicción penal, jamás antes había sentido así la espada de Damocles sobre mi cabeza. Cualquier excusa era idónea para que el magistrado presidente interrumpiese mi disertación. Quizás fue el regalo por mi santo ese 21 de junio.

PRIMER ACTO

1.- “Os invito a un café”

Pronto comprendí que yo no estaba incluido en ese primer «coffee break» propuesto por el juez tras la selección del jurado. Aunque salimos todos hablando animadamente, asumí inmediatamente que el principio de igualdad de partes no imperaba ni dentro ni fuera de estrados. Detuve un poco mi paso y dejé que pasase ante mi la comitiva formada por el secretario judicial, la fiscal, dos aspirantes a fiscal, una jueza espectadora y el presidente.

– ¡Bueno, dejad que os invite a un cafelito!

A veces me creo que estoy en aquel juzgado de Stafford donde jueces, fiscales y abogados desayunaban juntos y conversaban jovialmente sobre múltiples y variados temas.

Pero no estábamos en el Condado de Staffordshire, estábamos en una audiencia provincial española en la que los jueces, fiscales y secretarios hablan “de sus cosas” entre ellos sin incómodos invitados.

2.- La silla baja para el acusado

Una silla bajita de madera color granate con muchas décadas y con muchos tapizados a sus espaldas era la destinada a mi defendido. Los demás teníamos una silla giratoria cuya altura podíamos regular pero él debía conformarse con un asiento más incómodo, que cualquier malpensado podría entender que era un detalle más de la puesta en escena.

3.- La fiscal que cobra lo mismo

Dijo la fiscal en sus alegaciones previas que ella iba a cobrar lo mismo tanto si ganaba como si perdía el juicio, dando a entender que como ella era funcionaria era más creíble que un abogado defensor que tiene intereses crematísticos. No olvidó tampoco advertir que el forense que comparecería a propuesta de la defensa también venía cobrando.

Estas alusiones del ministerio público -no solamente en esta vista- al trabajo remunerado de los profesionales quizás estén promovidas por un deseo de cambiarnos a los que cobramos por nuestro tiempo y esfuerzo por miembros de una ONG, que quizás “incordiaran” menos al recibir solo un sueldo.

También pensarán que no generan una nueva minuta los recursos contra resoluciones no satisfactorias.

4.- Sin micrófono para la defensa y el karaoke

La defensa quedó “muda” en muchas ocasiones, mas ese sigilo no pudo ser paliado mediante el ofrecimiento de los más pintorescos y variados micrófonos, portátiles la mayoría, que dejaban de funcionar minutos o segundos después, de tal modo que el discurso o el interrogatorio de la defensa quedaba detenido irremediablemente.

Y así una y otra vez, pues ante la sonrisa socarrona del LAJ, Letrado de la Administración de Justicia, la funcionaria a sus órdenes me sustituía el micrófono fallido por otro que volvía a fracasar parando sin solución de continuidad mi intervención.

Otras veces, el secretario sugería el cambio de la batería a la servidora pública, de tal modo que ante las miradas atónitas de los jueces populares, allí delante se realizaba la operación de recarga; pero ni aún así esos artefactos inalámbricos lograban ejercer su alta función, llegando el ocurrente magistrado a agudizar su ingenio engendrando una broma más: “Letrado ¿No se estará usted llevando las baterías?”, arrancando algunas risas del jurado.

Pero no todo estaba visto aún. Ante el estropicio de los antedichos artilugios, el secretario se movió sigilosamente para hablar al oído a la funcionaria taquígrafa que debería estar realizando su labor sin perder el hilo.

Seguidamente, ésta abrió una puerta cercana a su puesto apareciendo a los pocos segundos con un puñado de micrófonos inalámbricos de karaoke (sic), convenciéndome de esa realidad el altavoz negro que colocado en alto conectaba con éstos produciendo un ruido desagradable con interferencias a la misma vez que unas lucecitas verdes, rojas y azules se encendían y apagaban simulando un movimiento circular.

Yo, iluso, creí que a todas las partes nos iban a obsequiar con el mismo aparato y que a la fiscal le iban a retirar su micrófono con cable que sí funcionaba.

Un ruido como de “arenilla” y la distorsión del dispositivo, hizo que juez y secretario decidieran nuevamente y aunque quedase en evidencia el mejor trato al ministerio público, que se prestase a la defensa el incólume micrófono “de la fiscal”.

5.- Las chanzas e ingeniosidades del magistrado

Tan importante cuestión como era la grave pena que solicitaba la acusación pública a mi cliente no impidió al magistrado presidente hacer gracias durante esta vista oral que más parecía un espectáculo circense en ocasiones. Así, incurriendo en su propia contradicción, de un lado nos solicitaba a las partes que moviésemos la parte superior del micrófono para lograr su activación y por otro, al desplazarlo yo una vez y quedar inactivo profirió el togado una frase poco ceremonial para el noble acto procesal que estaba allí celebrándose:

– ¡Parece que tienen ustedes complejo de cantante! (sic).

Aunque la referida frase me fue espetada a mi únicamente, pues era yo el que había osado mover el delicado armatoste, al emplear el modo plural Su Señoría quiso así incluir a la acusadora pública como para repartir culpas, creyendo así que iba a paliar su falta de imparcialidad objetiva mantenida durante todo el juicio, aunque fuese en estos pormenores.

Cuando un testigo respondió a mi saludo previo llamándome por mi nombre:

– Buenos días, Don Luis.

Se cortó mi micrófono, algo ya irremisible a esas alturas, y al iniciar de nuevo el interrogatorio con el mismo saludo:

– ¡Buenos días, Don…!

– ¡Buenos días, Don Luis! –dirigiéndose a mí por mi nombre de nuevo.

No sé si por pillarnos a los dos porque habría pensado que el hecho de que la fiscal no hubiera logrado las respuestas que esperaba de él quizás obedeciese a motivos merecedores de una pesquisa o tal vez molesto por ver que un testigo me conocía, el presidente una vez más interrumpió mi interrogatorio:

–Juez: Perdone usted, D…., es que le ha llamado usted D. Luis directamente, ¿Se conocen?

– Testigo: No, no, es que no sé cómo dirigirme a él.

– Juez: ¿Y cómo sabe usted su nombre?

– Testigo: Porque lo he escuchado en la televisión. Es famoso…

– Juez: ¡Ah! ¿Y no sabe usted el nombre de este magistrado?

– Testigo: ¡Pues no!

– Juez: Pues yo soy Don….

– Juez: (…) ¡Pues Don Luis será muy famoso, pero aquí en esta Sala el que manda soy yo!

Interrupción que como ustedes verán no era muy necesaria, pero la locuacidad y facundia del magistrado fueron una constante durante las cinco sesiones del juicio. Eso sí, a pesar de tantas divagaciones, a mi entender impertinentes, cuando creía en su muy particular entender que era la hora de acortar un interrogatorio de la defensa o incluso sus alegaciones previas, quizás por estar ya en horas del almuerzo, no vacilaba en proferir frases como:

– ¡Letrado, pero no ve usted que eso mismo lo ha dicho ya hace quince minutos!

– ¡Pero qué manía tiene usted, Letrado!

No sé si mi memoria me falla, pero no recuerdo que nunca la palabra “Señor” antecediese a la palabra “Letrado”. Por el contrario, yo siempre me dirigí a él como “Señoría”, “Su Señoría” o “Señor Presidente”.

6.- “No sé si se ha dado cuenta de que ya vamos repitiéndonos…” e infinitas interrupciones más

– Juez: Letrado, disculpe la interrupción, pero es que no sé si se ha dado cuenta de que ya vamos repitiéndonos.

– Abogado: Sí, lo sé.

– Juez: Intente, por favor… Son unas alegaciones previas. No sé qué van a dejar ustedes… y a la Fiscal igual, para el informe final.

– Abogado: Señoría…

– Juez: Así que, por favor, vayan abreviando para intentar que el Jurado se pueda situar. ¿De acuerdo?

– Abogado: Señoría, lo tendré en cuenta, pero también debe tener usted en cuenta esta importante defensa que asumo, donde a mi cliente le solicitan veinte años de prisión. Por eso, le solicito con todo el respeto, Señor Presidente, la flexibilidad en mi exposición.

– Juez: “Tiene usted alguna duda, Letrado, de que este presidente es plenamente consciente de la trascendencia de lo que se juzga en esta sala?

– Abogado: No, ninguna, al contrario…

– Juez: No tenga usted la mínima duda… Letrado. Y le digo, estamos en el trámite de alegaciones previas. He sido tremendamente flexible y generoso. Por favor, deténgase en lo que son alegaciones previas…

– Abogado: Me queda todavía…

– Juez: ¡Y evite repetirse… Por favor!

Estas interrupciones comenzaron en el minuto veintitrés de mis alegaciones previas, siendo el anterior extracto una mínima parte de lo que fue todo un acoso y derribo a la defensa en su primera intervención.

La fiscal había hablado cerca de media hora sin que una sola vez fuese detenida y naturalmente repitió algunas frases y argumentos, como hacía este letrado en su exposición. Porque era nuestro tiempo y el juez debía respetar nuestro discurso sin pararnos. Pero a mi no me aquietó sólo una vez sino que lo hizo en incontables ocasiones.

No fue sólo lo que decía Su Señoría colándose en el tiempo de la defensa sino cómo lo dijo; ásperamente, encrespadamente, antipáticamente, desairadamente, severamente, desapaciblemente, incluso groseramente.

En ese momento, pensé en cómo sería un juicio en Venezuela o Nicaragua, cuando un abogado pretendiese hacer una defensa de verdad y su defendido estuviera siendo juzgado por delitos políticos.

7.- Los fuegos de artificio

– Juez: Hasta ahora lo que ustedes han escuchado son sólo fuegos artificiales.

No era desde luego esa frase dirigida al Jurado una alusión a la composición orquestal de Händel, cuando este letrado finalizó sus alegaciones previas después de numerosos entorpecimientos y perturbaciones por parte del togado.

Más bien se refería Su Señoría a que lo que las partes habíamos expuesto momentos antes, es decir, nuestras alegaciones previas, no tenían mucha importancia para formar la convicción del tribunal del jurado sobre lo realmente ocurrido el día de autos.

Sin ser demasiado mal pensado, entiendo que la calificación de “fuegos artificiales” iba más dirigida a mi intervención ante los miembros del jurado que a la exposición de la fiscal.

En primer lugar, porque no pareció que le molestase mucho lo que decía la acusadora pública dado que no la interrumpió una sola vez, mientras que este letrado fue perturbado al menos en siete ocasiones en un discurso que iba dirigido a los auténticos jueces en esa vista, en la que el magistrado habría de haber permanecido “calladito” sin contaminar al jurado faltando el respeto a la defensa.

O sea, lo de “fuegos artificiales” quería decir que lo expuesto por la defensa era un rollo, una sobreexposición, el discurso de un vende burras o el del mercader de sandías y melones.

Con una frase parecía el juez querer borrar todos los argumentos de la defensa antes de iniciarse la práctica de las pruebas, como si no mereciese la petición de una condena de veinte años de prisión el informe previo del abogado defensor, que sin exigir desde luego una loa, un encomio, un enaltecimiento, una apología, una glorificación: sí al menos el respeto y consideración que imponen nuestras leyes y principalmente la de más alto rango de todas, la Constitución Española, sin olvidar el Convenio Europeo de Derechos Humanos.

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