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Pleitos ganados y perdidos

Pleitos ganados y perdidos
Javier Junceda, jurista reconocido internacionalmente y abogado aborda en su columna la casuística de ganar y perder pleitos; enseñanzas imborrables en la práctica jurídica.
04/5/2023 06:30
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Actualizado: 03/5/2023 18:43
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No han sido infrecuentes en nuestra historia los letrados ilustres que han pasado de los estrados judiciales a los parlamentarios.

La mayor parte lo hicieron como consecuencia de sus extraordinarias dotes oratorias y su habilidad retórica. Muchos retornaron luego al foro, henchidos de experiencias políticas y de la adicional frescura que entonces procuraba intervenir ante las Cortes.

Algunos nos han dejado para la posteridad enseñanzas imborrables en la práctica jurídica.

El que fuera ministro y decano del Colegio madrileño, don Ángel Ossorio y Gallardo, por ejemplo, aconsejaría a los abogados que se alegraran cuando ganaran un pleito como si fuera asunto propio, y que se lo tomaran como cosa ajena cuando lo perdieran.

Justo lo contrario que reza en el noveno mandato de Couture y algo parecido a lo que expresó aquel togado romano a la salida de la corte de casación italiana: “yo gano todos los pleitos y mis clientes…, a veces”.

Hacer lo que Ossorio nos recomendaba es desde luego sencillo cuando el proceso admite un argumentario a favor o en contra de nuestras pretensiones a partes iguales, o al menos existe razonable riesgo de perder, del que has informado como es debido al cliente.

Pero no es fácil de olvidar cuando ese asunto que diriges es incontrovertible o cuenta con mínimas posibilidades de defensa en la parte contraria y pese a ello ves que no prospera.

Aunque es de justicia reconocer que esta última circunstancia suele acontecer muy de cuando en cuando, en ocasiones nos sorprende. En mi experiencia, coincide con decisiones insusceptibles de recurso a instancias superiores, pero las he visto también en resoluciones que sí permiten la impugnación, aunque con dificultades.

PODEROSAS RAZONES

En estos esporádicos casos, pese a que los defensores de las causas debamos buscar más la verdad que el triunfo, como dice el clásico adagio atribuido a Cicerón, siempre resulta complicada esa misión de enterrar la perplejidad que supone no ver plasmadas en un fallo las poderosas razones que habrían de haber animado estimación o desestimación procesal de la súplica de tu patrocinado.

Y no se me oponga que lo de “poderosas razones” era lo que se creía el iluso abogado perdedor inmerso en una especie de patológica distorsión cognitiva, porque quienes nos dedicamos a la abogacía conocemos resultados judiciales que no siempre están justificados, por no haberse entrado a conocer del fondo del asunto o de los hechos con el necesario grado de rigor o profesionalidad.

Me hago cargo de que el agobiante volumen de trabajo que asumen a diario los órganos judiciales se asemeja cada vez más a la condena de Sísifo. Pero bien se entenderá que explicar a un justiciable estas cosas que comento consuela tan poco como comunicarle a un enfermo que ha ido mal su operación porque quien debía de intervenirle no ha tenido el tiempo suficiente para hacerlo mejor.

Vizcaíno Casas, en su insuperable “Historias puñeteras”, da cuenta de lo que otro grande de la abogacía española, el jurisconsulto granadino Cristino Martos y Balbi, ministro y abogado como Ossorio, contestó al presidente de la Audiencia de Madrid tras una reprimenda en una vista. “No olvide la distancia que hay de ese sitio a este sillón”, le previno con altanería el magistrado.

A lo que Martos repuso con mala leche: “la experiencia me ha enseñado que se sientan ahí los que no han podido sentarse aquí”, señalando a su lugar en la Sala como letrado defensor.

Estoy convencido de que si los que deciden apresuradamente o guiándose por los rigores de la carga de trabajo -o la ausencia de alzadas que controlen sus decisiones- hubieran antes ejercido la abogacía y tuvieran que vérselas en la tesitura de notificar a un cliente un desenlace aciago sin demasiada explicación, cuidarían de dejarse llevar por esa deriva que tanto perjudica a la Justicia.

al buen nombre de la abogacía, que se resiente por esto de igual forma.

Insisto en que hablo de supuestos imposibles de generalizar, porque contamos con juzgadores de primerísimo nivel, que desempeñan su tarea diaria con abnegado esfuerzo y calidad, incluso en condiciones bastante precarias.

Pero hay a veces excepciones que desmerecen esa impecable labor y que procede erradicar en lo posible para beneficio del poder judicial en su conjunto y de su inestimable servicio a la sociedad española. 

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