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Opinión | Berberoff
02/10/2024 05:40
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Actualizado: 02/10/2024 12:17
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No sé si para cualquier desempeño laboral es requisito indispensable ser buena gente, una persona normal, equilibrada y sensata, centrada en su trabajo y de buen talante.
Para el trabajo consistente en juzgar profesionalmente a otros me parece que ese debiera ser el perfil.
Al menos el deseable, porque en un colectivo tan numeroso lo lógico es que haya personalidades como en botica.
Con todo, dudo que alguien retorcido pueda dejar a un lado ese retorcimiento cuando enjuicia, de ahí la necesidad de confiar esa crucial capacidad a aquellos que reúnen determinadas condiciones.
Por eso, y al igual que en otros ámbitos resultan esenciales los tests psicotécnicos, en este debiera también valorarse para filtrar a quienes, por más conocimiento o destreza nemotécnica que atesoren, carecen de lo elemental para terciar con sabiduría y sentido común sobre las vidas y haciendas de otros.
Dimitry Berberoff superaría con creces ese test.
Y alcanzaría la mejor nota.
Su temperamento es el de un tipo corriente y moliente, entendiendo como tal a alguien tratable, razonable, con empatía, con el que se puede conversar sobre lo divino y humano, y que además es un especialista como la copa de un pino.
Tuve el privilegio de compartir con él claustro académico.
Y conocer de primera mano esas características personales y técnicas.
«La justicia española, con Berberoff en su puente de mando, les aseguro que está en inmejorables manos».
Era temido como profesor de Derecho Administrativo por sus alumnos, pero muy respetado y querido.
La dureza de su disciplina era superable con estudio, por eso le estimaban tanto, aparte de por sus magistrales clases.
Los chavales no lo conocían por su exótico apellido, sino por un molusco al que simplonamente les recordaba su fonética.
Berberoff era un docente mítico, que cuando se trasladó a Madrid a servir en el Gabinete Técnico del Tribunal Supremo dejó un vacío imposible de cubrir en su cátedra.
Cuando se hizo público su nombramiento en nuestro más alto Tribunal, no dejé de recibir mensajes de sus antiguos alumnos barceloneses, muchos de ellos ya juristas de fuste.
Se alegraban, como yo, de que por fin accediera a una magistratura de ese relieve alguien como él, experto riguroso y buena persona.
Todos coincidíamos en su naturalidad, humor, campechanía, inteligencia y responsabilidad.
Y todos nos felicitábamos por contar con gente así al frente del Supremo.
Pude haberle mandado esta columna para su conocimiento y visto bueno, pero estoy convencido de que haría lo imposible para persuadirme de que no la publicara.
De todas formas, iba dar en hueso, porque sabe bien lo terco que me pongo cuando considero que debo decir las cosas que tengo que decir.
La justicia española, con Berberoff en su puente de mando, les aseguro que está en inmejorables manos. Pronto se comprobará. Y los que le queremos y le admiramos estamos como unas castañuelas de contentos.
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