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Opinión | Caso Errejón: justicia poética
03/11/2024 05:35
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Actualizado: 03/11/2024 00:04
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“Proteger la libertad sexual de las mujeres implica aceptar la verdad de lo que dicen. Las mujeres tienen que ser creídas sí o sí, como en cualquier otro delito (…)”. (Cita extraída del libro “Al abordaje, asalto a la justicia”, del magistrado don Alfredo de Diego)
Como una carga de profundidad en lo más hondo del sistema legal español retumbó el mensaje que encabeza estas líneas, lanzado en 2018 a través de la red social Twitter, por Carmen Calvo, a la sazón vicepresidenta del Gobierno.
Por aquel entonces ocupaba las primeras planas el caso judicial bautizado como “La Manada”, violación múltiple de una joven cuya sinceridad había sido puesta en entredicho por algunos sectores sociales, lo que provocó la reacción indignada de multitud de colectivos feministas que la apoyaron enarbolando el lema: “yo sí te creo, hermana”.
Estas son las circunstancias históricas que dotan de sentido al citado «tuit», a imagen y semejanza del movimiento «me too», contestación masiva a nivel mundial contra los abusos sexuales machistas.
Ahora bien, entre algunos círculos académicos se temió que las cosas se estuviesen llevando demasiado lejos, tensionando la presunción de inocencia hasta un irreversible punto de ruptura.
Desde siempre esta ha sido una materia especialmente sensible para la izquierda; no olvidemos que el Ejecutivo al que pertenecía Carmen Calvo era de signo socialista. En estos precisos momentos, a finales de 2024, ese Gobierno recibe el apoyo de la formación “Sumar”, coalición electoral entre cuyos componentes se cuenta el partido comunista, del que es afiliada Yolanda Díaz, actual vicepresidenta.
He aquí el trasfondo con que salta a los titulares una noticia inesperada: dos mujeres denuncian a Iñigo Errejón, portavoz parlamentario de dicho grupo.
Le atribuyen conductas aparentemente constitutivas de delitos contra la libertad sexual datadas entre los años 2015 y 2021. Una de ellas, Elisa Mouliaá, cuyo caso tramita el juzgado de instrucción número 47 de Madrid, servido por el magistrado Adolfo Carretero, ha llegado a decir del investigado que “es una persona que no está bien porque la primera hora que conoces a una persona no la encierras en un cuarto y la empiezas a tocar”; la otra, Aída Nizar, que ha acudido a una comisaría de Málaga, relata que la abrazó “con fuerza hacia sus partes” hasta sentir su “erección”.
De manera fulgurante el sospechoso ha sido destituido de sus funciones institucionales, además de renunciar al acta de diputado. Algunos interpretan este brusco quiebro del destino como un acto de justicia poética, karma que salda las cuentas con una hipócrita progresía cargada malas vibraciones.
¿Las mujeres tienen que ser creídas sí o sí?
Esta es la cuestión, el punctum dolens, el toro cuyos cuernos más de un cobarde no se atreve a agarrar. Imaginemos qué habría respondido Nicolás Krylenko.
Este personaje, a buen seguro un perfecto desconocido para la mayoría, fue Comisario de Justicia de la Unión Soviética en 1936, además de convertirse en Fiscal General de la Rusia socialista.
Autor de numerosos estudios jurídicos, nadie dirá que fue un hipócrita: para él, la justicia equivalía a seguir las consignas del partido comunista, recelaba del principio de legalidad y le bastaban las meras delaciones para condenar a los contrarrevolucionarios.
Lo interesante es que, a diferencia de otros, no escondía sus métodos.
Él era un ideólogo que propagaba a los cuatro vientos las virtudes de un nuevo sistema donde los formalismos burgueses carecían de sentido.
No pensemos que fuese un ignorante sin formación, pues había ganado su licenciatura en Derecho, amén de ser un gran deportista, con marcas notables en ajedrez y montañismo; tampoco era un don nadie, ya que durante un tiempo ocupó, nada más y nada menos, que la Jefatura Suprema del Ejército Rojo.
«Respire tranquilo el señor Errejón, los jueces españoles no creerán a las denunciantes “sí o sí”, por mucho que les gustase a algunos (o a algunas)».
No le tembló el pulso a la hora de poner sus teorías en práctica: en 1923 dirigió una causa general contra la Iglesia Católica en su país que terminó, pese al escándalo mundial, mandando al patíbulo, entre otros, al arzobispo Cieplak y al monseñor Budkiewick, destacadas figuras del clero ruso.
Era la época del terror rojo, del que fue un fervoroso entusiasta.
No hace falta ser adivino para barruntar cómo acaba la historia: caído en desgracia frente a Stalin, fue fusilado el 29 de julio de 1938, acusado de traición, tras un juicio farsa («show trial») de apenas veinte minutos.
Por supuesto, sin ninguna de esas engorrosas garantías procesales que se estilan en las decadentes plutocracias capitalistas.
¿Justicia poética?
Más bien, justicia bumerán.
Más de uno opina, aunque no se atreva a confesarlo en voz alta, que cuando una mujer afirma ser víctima de un delito sexual, debe rebajarse el listón probatorio.
No es una idea exclusiva de la justicia soviética, la Inquisición enseñaba algo similar: «In atrocissimis leviores conjecturae sufficiunt et licet iudici iura trasgredi» (“Cuando se trata de atrocidades, son suficientes como prueba las meras conjeturas, y al juez le está permitido transgredir el Derecho”).
No es ociosa la mención al Santo Oficio, visto que algunas de las denuncias contra el exportavoz de Sumar han aparecido también como delaciones anónimas en redes sociales, cual medievo digitalmente redivivo.
Respire tranquilo el señor Errejón, los jueces españoles no creerán a las denunciantes “sí o sí”, por mucho que les gustase a algunos (o a algunas).
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