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Opinión | El Nuevo Orden Mundial y el Rol de Europa en la Geopolítica Global (III)

Opinión | El Nuevo Orden Mundial y el Rol de Europa en la Geopolítica Global (III)
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos, continúa en esta tercera columna analizando el escenario en el que ha quedado la Unión Europea tras la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. Ilustración: Confilegal.
26/2/2025 05:36
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Actualizado: 26/2/2025 01:49
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En esta tercera entrega de nuestro trabajo sobre el nuevo orden mundial y el rol de Europa en la geopolítica global, dirigimos nuestro análisis hacia China.

El fin de la guerra en Ucrania acelerará la reconfiguración del poder global, con China consolidándose como actor clave. Su interacción con Europa, Estados Unidos y Rusia definirá los contornos del nuevo orden, caracterizado por un pragmatismo estratégico que evita confrontaciones directas sin renunciar a la expansión de su influencia.

En este contexto, los bloques geopolíticos se redefinen, dando lugar a nuevas dinámicas internacionales marcadas por la competencia tecnológica, la reconfiguración de las alianzas comerciales y la carrera por el control de recursos estratégicos.

La gran duda es si Trump, pese a pagar el precio solicitado por Rusia, será capaz de debilitar de forma sustancial la alianza ruso-china. Este es precisamente el movimiento fundamental que ahora mismo se está jugando en el tablero global.

China y su política exterior: estabilidad, multipolaridad y pragmatismo

La política exterior china se asienta sobre tres pilares: la defensa de su soberanía e integridad territorial, la promoción de un mundo multipolar y la protección de sus «intereses fundamentales».

Esta estrategia busca garantizar un entorno internacional propicio para su modernización, desmarcándose del modelo hegemónico estadounidense. Su discurso se sustenta en los Cinco Principios de Coexistencia Pacífica (soberanía, no agresión, no intervención, igualdad y beneficio mutuo), aunque sus acciones en el Mar de China Meridional y sobre Taiwán evidencian una prioridad por la seguridad nacional sobre su retórica de no intervención.

Esta dualidad se manifiesta en la denominada «diplomacia del guerrero lobo», que combina poder económico y firmeza ideológica. Si bien ha fortalecido su presencia en el Sur Global como alternativa al liderazgo occidental, también ha generado tensiones con Europa y Estados Unidos.

Su creciente influencia en organismos internacionales, su iniciativa de la Franja y la Ruta y sus avances en tecnologías emergentes, como la computación cuántica y la inteligencia artificial, refuerzan su posicionamiento global.

China entre la paciencia estratégica y la consolidación del poder

China opera con una visión de largo plazo. A diferencia de Estados Unidos, que a menudo adopta estrategias más inmediatas y reactivas, y de la Unión Europea, cuya política exterior se ve condicionada por la diversidad de sus Estados miembros, China prioriza la estabilidad y la planificación estratégica a largo plazo.

Esta diferencia se refleja en su enfoque hacia la inversión en infraestructura global y su expansión económica a través de iniciativas como la Franja y la Ruta. Consciente de sus vulnerabilidades estructurales, como el envejecimiento poblacional y la dependencia energética, prioriza la estabilidad sobre respuestas inmediatas.

En el conflicto de Ucrania, esta estrategia se traduce en una ambigüedad calculada: sin condenar la invasión rusa ni brindar apoyo militar abierto, mantiene relaciones fluidas con Europa para evitar sanciones, mientras profundiza su alianza con Moscú para garantizarse acceso a recursos energéticos y reforzar su posición en Asia Central.

Este enfoque minimiza riesgos y posiciona a China como actor a tener muy en cuenta en una solución negociada al conflicto. Sin su participación, cualquier acuerdo de paz carecería de un respaldo global suficiente para sostenerse en el tiempo.

Sin embargo, su papel como mediador enfrenta limitaciones: Rusia no aceptaría una intervención que redujera su margen de maniobra, y Europa cuestiona la imparcialidad de Pekín debido a sus lazos con Moscú.

Paralelamente, China fortalece su influencia en África y América Latina mediante inversiones y acuerdos estratégicos.

La disyuntiva europea: entre dependencia y desconfianza

Para Europa, China representa una paradoja: es su principal socio comercial (con un intercambio de 739.000 millones de euros en 2023), pero también un competidor sistémico.

Para abordar esta dualidad, la UE ha implementado estrategias regulatorias y políticas industriales orientadas a reducir su vulnerabilidad ante el dominio chino en sectores clave.

Iniciativas como la Ley de Chips Europea buscan fortalecer la producción de semiconductores en el continente, mientras que normativas más estrictas en materia de inversión extranjera controlan la influencia china en infraestructuras estratégicas.

Además, se han impulsado acuerdos comerciales con regiones alternativas, como América Latina y el Indo-Pacífico, para diversificar la dependencia de las cadenas de suministro. 

«Europa ha despertado tarde de un largo letargo, y eso tiene su precio. Y el precio es, hoy por hoy, seguir en la estela de Estados Unidos».

Asimismo, la política industrial agresiva y el intervencionismo estatal chinos chocan con las normas de la OMC, mientras que su expansión tecnológica, ejemplificada en el caso de Huawei y las redes 5G, genera preocupaciones en materia de seguridad.

La UE enfrenta un dilema: aunque intenta alinearse con la estrategia de contención de EE.UU., su dependencia de la manufactura china y de materias primas clave, como las tierras raras, hace inviable un desacoplamiento total.

Además, la falta de unidad entre sus miembros agrava la situación: Alemania prioriza la estabilidad comercial, Francia aboga por una mayor autonomía estratégica y Hungría mantiene una postura abiertamente próxima a Pekín, mientras que países como Lituania, Polonia y los Países Bajos adoptan una postura más crítica.

En cuanto a España, su relación con China se define más por acuerdos prácticos que por declaraciones políticas. En los últimos años, ha fomentado inversiones chinas en infraestructura y energía renovable, al tiempo que refuerza el control sobre adquisiciones tecnológicas sensibles.

Con el impulso del expresidente Zapatero, el actual gobierno se inclina hacia una mayor interacción con el gigante asiático.

Hacia una estrategia europea coherente: más allá del pragmatismo reactivo

La fragmentación interna de la UE debilita su capacidad para responder a los desafíos que plantea China. Para competir en un mundo multipolar, Bruselas debe superar la gestión reactiva de crisis y adoptar una estrategia integrada que contemple:

• Reforzar la soberanía tecnológica, reduciendo vulnerabilidades en sectores críticos como semiconductores, inteligencia artificial y telecomunicaciones.

• Diversificar mercados y cadenas de suministro, especialmente en energía y tecnología, para evitar dependencias unilaterales.

• Mantener un diálogo pragmático con China, equilibrando valores democráticos con realpolitik y evitando confrontaciones innecesarias.

• Coordinar una postura unificada dentro de la UE, reduciendo las diferencias nacionales en política exterior hacia China.

• Fortalecer los lazos con aliados globales, aumentando la cooperación en seguridad y tecnología con potencias emergentes y tradicionales.

La paz como herramienta de reequilibrio global

Para China, un alto el fuego en Ucrania no sería un gesto altruista, sino una oportunidad para reposicionarse como mediador global, debilitando la influencia de EE.UU. y consolidando alianzas en Europa y el Sur Global.

No cabe duda de que por ahí irán sus movimientos, que sin duda tratarán de ser contrarrestados por Estados Unidos. Mientras tanto, la UE debe definir su estrategia en un orden mundial en transformación en el que cada vez es menos relevante. Y en esa medida está en sus manos inclinar la balanza hacia una mayor autonomía o una dependencia ampliada.

Para algunos, las recientes elecciones alemanas podrían marcar el inicio de políticas más orientadas hacia la autonomía estratégica europea, sin descartar un mayor acercamiento a China. Dependiendo de la evolución del conflicto con Rusia, los desafíos podrían variar considerablemente.

Con todo, hoy por hoy, ni Alemania ni Europa están preparadas para grandes movimientos sísmicos en la relación transatlántica. Cualquier elucubración en este sentido es mero pensamiento ilusorio, y eso Trump lo sabe.

Europa ha despertado tarde de un largo letargo, y eso tiene su precio. Y el precio es, hoy por hoy, seguir en la estela de Estados Unidos.

Sin embargo Estados Unidos debe mover sus fichas con precaución. La posibilidad a largo plazo de una concertación euroasiática avanzada debe preocupar y preocupa a los estrategas de Washington. Por ello, cualquier movimiento en esa dirección será seguido de cerca por Estados Unidos, lo que podría generar en el futuro fricciones significativas.

No pocas de las múltiples teorías elaboradas por los académicos sobre el declive de los imperios apuntan actualmente hacia Estados Unidos. Correlativamente, existe un consenso generalizado sobre China como la gran potencia emergente.

Este escenario ha generado un evidente nerviosismo en el marco de una relación transatlántica cada vez más devaluada, que ha conducido, al menos a una de las partes, y no sin algunos argumentos razonables, a reducir su disposición a cooperar.

El problema es que casi con toda seguridad, la falta de cooperación acaba perjudicando a las dos partes. Por ello esa relación se revisará en algunos aspectos, pero no se romperá.

A fecha de hoy está claro que los movimientos de Trump están destinados a conseguir un alto el fuego cuanto antes en Ucrania. Pero esos movimientos se llevan a cabo con un ojo puesto en China.

En esa mirada hay aspectos tan importantes como sensibles para Moscú como la expansión de China por Asia Central, la influencia en el Ártico, el mercado energético, el acceso a las tierras raras, y la asimetría de las relaciones ruso chinas.

Todos esos aspectos serán convenientemente explotados para acercar posiciones con siempre en el marco del principio “America First”. Se abren pues espacios de oportunidad para Putin y sin duda eso no pasa desapercibido en Pekín, especialmente teniendo en cuenta que el margen de maniobra de la UE es muy poco.

Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos, continúa en esta tercera columna analizando el escenario en el que ha quedado la Unión Europea tras la victoria de Donald Trump en Estados Unidos. Ilustración: Confilegal.

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