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Opinión | CDL: Un diamante maldito, unos jeques y una traición en la City de Londres (I)

Opinión | CDL: Un diamante maldito, unos jeques y una traición en la City de Londres (I)
Josep Gálvez es «barrister» en las Chambers de 4-5 Gray’s Inn Square en Londres y abogado español. En esta primera entrega relata el contencioso de la venta del Idol’s Eye (el Ojo del Ídolo), un diamante de 70,21 quilates. Un caso entre jeques. Foto: JG.
11/3/2025 05:40
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Actualizado: 10/3/2025 19:53
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Hay objetos que están destinados a despertar la codicia del personal desde el mismo momento en que aparecen.

Desde reliquias místicas de templos olvidados hasta piedras preciosas que han pasado por las manos de emperadores a gentuza de toda calaña, la historia nos ha enseñado que la riqueza más deslumbrante suele ir acompañada de maldiciones, putadas y conflictos interminables.

Como si fuera una película de Indiana Jones, nuestro arqueólogo favorito, siempre en la búsqueda de extraordinarias joyas ancestrales escondidas en lugares remotos y rodeadas de un halo de misterio.

Pero lo que empieza como una simple expedición puede convertirse en una lucha con sacerdotes fanáticos, sectas muy chungas y mercenarios dispuestos a todo por tener una de esas piedras maravillosas.

Pero dejemos a un lado los látigos y los sombreros de ala ancha y miremos ahora hacia los tribunales ingleses, donde acaba de resolverse una disputa que bien podría haber sido dirigida por el mismísimo Spielberg.

Y es que, con un sutil tono azul, el Idol’s Eye (el Ojo del Ídolo) es uno de esos tesoros tan ansiados que ya con el nombre nos suena a maldición y a sudorosas conjuras palaciegas mientras degustamos un sorbete de sesos de mono.

Pues sí, se trata de un diamante excepcional de 70,21 quilates, cuya historia comienza en las legendarias minas de Golconda, en el sur de la India, un antiguo reino que durante siglos ha sido sinónimo de las gemas más preciadas y enigmáticas del mundo.

En uno de esos pozos infectos, situados a lo largo de los ríos Krishna y Godavari, el Idol’s Eye emergió de entre esas tierras fangosas en el año 1600 con su característico color azul claro.

Y, como es natural, la piedra despertó inmediatamente el interés de coleccionistas y monarcas de postín.

De hecho, cuenta la leyenda que, tras su descubrimiento, el diamante fue propiedad del príncipe Rahab de Persia, quien lo utilizó para saldar deudas con sus acreedores.

Posteriormente, en 1865, reapareció en una subasta de Christie’s en Londres, donde fue adquirido por el sultán otomano Abdul Hamid II.

Pero, con la revolución turca y la abolición del sultanato, se las tuvo que pirar a París, llevando consigo el piedrolo, que acabó vendiéndose en 1909.

Desde entonces, la piedra ha pasado por diversas manos, incluyendo al famoso coleccionista Harry Winston y la filántropa May Bonfils Stanton.

Total, que el diamante ha vuelto a aparecer en Londres para ser el centro de un litigio entre príncipes cataríes, sociedades en lugares con tributación muy particular y sobre todo abogados de la City que han escarbado en contratos y deseos cambiantes, intentando responder a preguntas casi metafísicas, como veremos.

Vamos con ello.

EL ASUNTO QATAR INVESTMENT CONTRA ELANUS HOLDINGS

El pleito, resuelto hace un par de semanas por la sección mercantil de la ‘High Court’ en el asunto Qatar se ha convertido en una odisea jurídica que ha puesto a prueba los límites de la interpretación contractual bajo derecho inglés.

Según parece, el Idol’s Eye fue comprado hace unos cuantos años por el jeque Saoud, un miembro de la familia real de Catar muy conocido por su impresionante colección de antigüedades, que incluye desde manuscritos medievales hasta objetos islámicos de incalculable valor.

Total, que en el año 2014 el jeque Saoud decide prestar el diamante a un primo suyo, el también jeque Hamad, para que lo tenga en su colección, que gestiona a través de su propia empresa, la Qatari Investment & Projects Development Holding Co., con sede en Doha.

Y, como los diamantes no se guardan en bolsas del Mercadona, para formalizar el tema, el jeque Saoud constituye una sociedad en la isla británica de Guernsey a la que llama Elanus Holdings Limited.

De hecho, la única acción de esta compañía pertenece a una fundación creada por el jeque Saoud: la Al Thani Foundation, domiciliada en Liechtenstein.

Como ven, ya tenemos a las partes en este interesante pleito y todas situadas estratégicamente.

Pues prepárense que ahora viene lo divertido.

Y es que, aunque entre jeques, los acuerdos se sellan con apretones de manos y discursos solemnes; después, firman papeles.

Por aquello de las palabras y el viento del desierto.

En otras palabras, son más jeques que primos.

Pues efectivamente, Elanus (es decir, el jeque Saoud) celebra un contrato de préstamo bajo derecho inglés, por el cual presta el diamante durante 20 años a Qatari Investment (el jeque Hamad), prorrogable indefinidamente, salvo terminación anticipada.

Lo interesante es que el contrato incluye, además, en su cláusula décima un derecho de adquisición preferente o ‘pre-emption right’.

Es decir, que si en algún momento el jeque Saoud decide vender el diamante, debe comunicarlo antes a su primo Hamad, dándole así la oportunidad de comprarlo antes de ofrecerlo a un tercero.

Para ello, acuerdan que el precio final será el promedio entre dos valoraciones hechas por reconocidas casas de subastas londinenses, con un valor de salida de 10 millones de dólares.

Pero las cosas se empezarán a torcer unos años después, cuando el jeque Saoud muere inesperadamente.

EL HECHO QUE CAMBIARÁ EL EQUILIBRIO CONTRACTUAL

En efecto, falleció repentinamente en Londres en noviembre de 2014 a la edad de 48 años, seguramente víctima de un infarto, aunque no se confirma oficialmente.

De hecho, fallece un día antes de que su reloj Patek Philippe se vendiera en una subasta de Sotheby’s en Ginebra por la friolera de 24 millones de dólares, estableciendo un nuevo récord. ​

Su viuda y sus hijos heredan su cuantioso patrimonio y, con él, ciertos problemas ya que resulta que la fortuna del jeque no es un paraíso de cuentas bancarias saneadas, sino un galimatías de inversiones, créditos, préstamos y un porrón de propiedades dispersas por medio mundo.

Y de entre los bienes del jeque Saoud, el Idol’s Eye brilla con una intensidad cegadora.

Según dicen, para los herederos del patrimonio del fallecido Saoud, el diamante es un activo más de todo el caudal y, por tanto, susceptible de ser vendido a cualquiera si el precio es el adecuado.

Y es aquí donde comienza el enredo que acabará en los tribunales de Inglaterra y Gales.

LA ACTIVACIÓN DEL PROCESO PARA LA VENTA DEL DIAMANTE

El follón se desencadena en febrero de 2020, cuando uno de los hijos del jeque Saoud le comenta a su asesor inmobiliario, Jordan Raymond, que está pensando vender el diamante para así poder financiar ciertas inversiones familiares.

Total, que el bueno de Raymond la lía pero bien cuando decide contactar con el abogado suizo Dr. Dieter Neupert, quien había sido durante largos años el letrado del fallecido jeque Saoud y de su fundación liechtensteiniense.

En concreto, le pide que prepare una comunicación formal al primo Hamad indicando literalmente:

“Solicito una carta formal suya como representante de Elanus informando a Qatari Investment que deseamos vender el Idol’s Eye, indicando las formalidades necesarias.

Por favor, hágalo urgentemente, ya que el jeque lo solicita así.”

Así que Neupert, cumpliendo las instrucciones recibidas, ni corto ni perezoso envía una carta fechada el 6 de febrero de 2020 a Richard Hart, ‘solicitor’ inglés y representante de Qatari Investment en la tierra, comunicándole expresamente que “la familia” deseaba vender el diamante.

Esta carta, además, Neupert indicaba claramente que, si el primo Hamad no estaba interesado en la adquisición, Elanus solicitaba formalmente la devolución de la joya en un plazo máximo de 18 meses.

Acaba de activarse el proceso para la devolución y venta de aquella piedra excepcional que unas manos sucias y desnudas descubrieron más de cuatrocientos años antes en un agujero fangoso en el reino de Golconda.

Y que acabaría en uno de los más sonados pleitos ante los tribunales de Su Graciosa Majestad.

Pero esto, mucho me temo, tendremos que esperar hasta la semana que viene.

Hasta entonces, mis queridos anglófilos.

Josep Gálvez es «barrister» en las Chambers de 4-5 Gray’s Inn Square en Londres y abogado español. Está especializado en litigios comerciales complejos y arbitrajes internacionales. Interviene ante los tribunales de Inglaterra y Gales, así como en España, y actúa también como ‘counsel’ y árbitro en disputas internacionales en las principales instituciones de arbitraje.

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