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Opinión | El espejismo de la paz: Trump, Rusia y los obstáculos infranqueables

Opinión | El espejismo de la paz: Trump, Rusia y los obstáculos infranqueables
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Estados Unidos y consultor internacional, opina, en su análisis, que el presidente estadounidense, Donald Trump, puede haber caído en una auténtica ratonera geopolítica. Foto: Grok.
24/4/2025 05:35
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Actualizado: 23/4/2025 22:48
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El regreso de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos ha avivado desde el principio un debate recurrente: ¿podrá él, con su estilo heterodoxo, lograr la paz entre Rusia y Ucrania?

En una reciente entrevista (Can Trump Ever Make Peace with Russia?, India & Global Left, YouTube), el análisis del profesor John Mearsheimer ofrece una perspectiva fascinante pero profundamente pesimista sobre esta posibilidad.

Mearsheimer, destacado politólogo estadounidense, es un referente de la escuela realista en relaciones internacionales. Su enfoque, centrado en el poder estatal y los intereses nacionales, goza de prestigio e influencia global, aunque no está exento de controversia.

Entender su enfoque realista, que a menudo prioriza la cruda lógica geopolítica sobre otros factores, es clave para valorar su diagnóstico. Si bien Mearsheimer concede que Trump alberga un deseo genuino de poner fin al conflicto, su análisis dibuja un panorama plagado de obstáculos que parecen convertir esa voluntad en poco más que un espejismo.

Según Mearsheimer, la motivación de Trump es multifacética. Entiende que Estados Unidos ha «perdido» en términos estratégicos en Ucrania y que prolongar la guerra solo causa más sufrimiento y pérdidas territoriales para Kyiv.

Además, percibe a Rusia no como una amenaza existencial para EE.UU. o Europa, sino como un potencial socio pragmático en asuntos como Irán o el contrapeso a China. Esta visión, que rompe con el consenso de gran parte del establishment occidental, es la base de su supuesta voluntad pacificadora.

LA EXPANSIÓN DE LA OTAN, COMO CAUSA PRINCIPAL, SIMPLIFICA EN EXCESO LAS MOTIVACIONES RUSAS

No obstante, esta interpretación realista, aunque influyente, no está exenta de críticas contundentes por parte de otros académicos y analistas de prestigio. Muchos argumentan que el enfoque de Mearsheimer, al centrarse casi exclusivamente en la expansión de la OTAN como causa principal, simplifica en exceso las motivaciones rusas y minimiza la agencia de Ucrania y otros estados de Europa del Este.

Académicos como Felix Roesch, por ejemplo, desafían la noción de una guerra puramente defensiva por parte de Rusia, calificándola como un acto de imperialismo contemporáneo.

Otros, como Alexander Motyl, critican la aplicación dogmática del realismo por parte de Mearsheimer, señalando que ignora factores cruciales como la ideología, la cultura política rusa y las percepciones subjetivas, elementos que van más allá de la estricta lógica realista basada en amenazas objetivas.

Además, se cuestiona la premisa de que Rusia reaccionó únicamente a una amenaza percibida de la OTAN. Politólogos como Paul Poast o Alex Stubb argumentan que atribuir la responsabilidad principal a Occidente ignora la voluntad explícita de países como Ucrania de acercarse a estructuras euroatlánticas por sus propios intereses de seguridad y desarrollo democrático, un deseo soberano que el realismo estructural de Mearsheimer tiende a pasar por alto.

Se argumenta también que la visión de Putin podría estar influenciada por ambiciones revisionistas y un deseo de restaurar una esfera de influencia histórica, motivaciones que van más allá de la simple respuesta a la dinámica de poder.

Sin embargo, la buena intención de Trump, si es que la hay, choca frontalmente con la cruda realidad de las demandas rusas.

Mearsheimer es claro: Moscú exige una Ucrania neutral (sin OTAN ni garantías de seguridad occidentales), la cesión de Crimea y las cuatro óblasts anexionadas, y una desmilitarización sustancial que elimine cualquier capacidad ofensiva ucraniana.

Estas condiciones son, hoy por hoy, inaceptables no solo para Ucrania sino también políticamente tóxicas para cualquier líder occidental.

Trump, señala el análisis, ha insinuado acercamientos, pero no ha «tragado» explícitamente estas píldoras amargas. Hacerlo requeriría un capital político y una audacia diplomática que están por ver.

LAS EXIGENCIAS RUSAS SON SOLO LA PUNTA DEL ICEBERG

El análisis de Mearsheimer subraya la férrea oposición que enfrentaría cualquier intento de Trump por alcanzar un acuerdo en los términos de Moscú. En primer lugar, y crucialmente, están los propios ucranianos, para quienes ceder territorio y soberanía tras una lucha tan sangrienta es casi impensable, impulsados por un nacionalismo que Mearsheimer describe como «notablemente poderoso».

Luego, está Europa. Aliados clave se oponen frontalmente no sólo a aceptar las demandas rusas, sino incluso a que Trump negocie directamente con Putin, especialmente si esto implica aliviar sanciones significativas.

La resistencia de un «enorme trozo de la élite occidental» completa este muro de contención.

Y aquí entra en juego el factor Trump mismo. Mearsheimer, con una cita lapidaria, lo describe como el «anti-Maquiavelo». La diplomacia necesaria para navegar este campo minado requeriría una sutileza, una sofisticación y una capacidad para construir consensos que, francamente, no caracterizan el estilo de Trump.

Su enfoque transaccional y a menudo confrontacional parece poco adecuado para la delicada tarea de equilibrar las demandas rusas, la resistencia ucraniana, las reticencias europeas y la oposición interna.

Análisis recientes sobre los esfuerzos de paz de Trump, como los publicados por el Atlantic Council, refuerzan esta visión, destacando la dificultad de presionar a Putin y la reticencia rusa a ofrecer concesiones significativas, a pesar de las señales de Trump sobre limitar el apoyo a Ucrania o descartar su ingreso en la OTAN.

El análisis también toca un punto sensible: la evolución del nacionalismo ucraniano. Si bien es la fuerza motriz de la resistencia, Mearsheimer apunta a su giro «hacia la extrema derecha» desde 2014 como un factor que intensificó las contradicciones internas, especialmente en el este, y que, según esta visión, pudo haber incentivado la intervención rusa.

Este complejo trasfondo añade otra capa de dificultad a cualquier negociación que implique concesiones dolorosas.

Con todo, si bien nadie niega la existencia de grupos ultranacionalistas en Ucrania, muchos politólogos y analistas consideran que la caracterización de Mearsheimer es una simplificación excesiva, que sobredimensiona su influencia real y la utiliza dentro de un marco realista que tiende a ignorar la complejidad de la política interna ucraniana, la agencia de su población y el impacto histórico de las propias acciones de Rusia.

En conclusión, el análisis de Mearsheimer, filtrado por su influyente lente realista, nos deja una imagen desalentadora. Aunque Trump pueda desear sinceramente acabar con la guerra en Ucrania por razones pragmáticas, se enfrenta a un escenario donde las demandas rusas son maximalistas, la oposición ucraniana y europea es formidable, y su propio estilo diplomático parece contraproducente para la tarea.

¿CUÁL SERÁ EL SIGUIENTE PASO DEL PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS?

La paz, en estas condiciones, requiere mucho más que voluntad; exige un realineamiento geopolítico y una habilidad diplomática que, hoy por hoy, parecen fuera del alcance.

El camino hacia la paz en Ucrania sigue siendo arduo y complejo, y la figura de Trump, lejos de ser una solución mágica, podría ser simplemente otro factor en una ecuación casi irresoluble.

Mirando más allá de las difíciles perspectivas diplomáticas, cabe considerar que si en algún momento futuro llega algo parecido a la paz, o más probablemente una congelación de frentes con una suerte de tregua inestable, quizás no sea tanto fruto de un acuerdo político, sino del simple y brutal agotamiento de una o ambas partes en lid.

Tras una guerra prolongada y tremendamente costosa, tanto Ucrania como Rusia han sufrido pérdidas humanas y materiales devastadoras. Aunque la capacidad de resistencia ha sido extraordinaria, ningún esfuerzo bélico es sostenible indefinidamente.

Rusia, en particular, podría eventualmente empezar a sentir la presión económica si se materializa un escenario sostenido de precios del petróleo excesivamente bajos, mermando su capacidad para financiar la contienda al nivel actual. Sin embargo, y aquí reside gran parte de la tragedia actual, ese punto de inflexión, ese nivel de agotamiento mutuo o de presión económica insostenible que fuerce un cese real de hostilidades, lamentablemente, aún puede no estar cerca.

El camino hacia el fin del conflicto sigue siendo arduo, complejo y dolorosamente incierto. El precio del petróleo es volátil y si bien ahora mismo todo apunta a la baja, cualquier “incidente” puede devolverlo a la casilla de salida.

Entre tanto, Trump puede haber caído en una auténtica ratonera geopolítica, de la que le resultará extremadamente difícil salir indemne. Dijimos en su día que Putin no tiene prisa, y sigue sin tenerla.

La gran incógnita reside en el siguiente movimiento del presidente de los Estados Unidos: ¿qué estrategia adoptará si Putin mantiene su postura inflexible o si sigue ganando tiempo? ¿Optaría por escalar el conflicto?

El desenlace, paradójicamente, podría ser más predecible de lo que parece: un cálculo erróneo de estas proporciones sólo conduciría a un fracaso estratégico de magnitudes históricas.

Entre tanto, China observa.

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