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Opinión | Trump 2025: Un difícil equilibrio ideológico entre dos grandes corrientes del conservadurismo estadounidense
Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Washington D.C. y consultor internacional, describe cómo es el ecosistema interno que sostiene a Donald Trump y las constradicciones internas que presenta. Foto: Confilegal.
14/5/2025 05:36
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Actualizado: 14/5/2025 01:42
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La segunda administración de Donald Trump se ha convertido en un marco de tensiones ideológicas, donde dos grandes corrientes de pensamiento conservador chocan y coexisten en una danza de poder y estrategia.
El paleoconservadurismo (paleo o paleocon) y el neoconservadurismo (neocon), con sus visiones fundamentalmente distintas sobre la identidad nacional, el papel de Estados Unidos en el mundo y las políticas para garantizar su prosperidad y seguridad, libran una batalla por el alma del conservadurismo estadounidense y la dirección del país.
Esa batalla explica una buena parte de la imprevisibilidad a la que asistimos. Es una batalla que se libra en los círculos más próximos del presidente, y que por ahora no aflora con virulencia en el Congreso, si bien que dependiendo del resultado de las midterm las cosas podrían cambiar.
Paleoconservadurismo: El resurgir del viejo conservadurismo aislacionista
El paleoconservadurismo, arraigado en la «Vieja Derecha» estadounidense, ha encontrado en la era Trump un inesperado renacimiento.
Esta corriente muy ligada al protestantismo en sus orígenes, que prioriza el nacionalismo, la restricción migratoria, el proteccionismo económico y la preservación de una identidad etno-cultural específica, ha sido abrazada por figuras influyentes dentro de la Administración Trump 2.0.
J.D. Vance, el vicepresidente, se ha consolidado como una figura prominente de este movimiento —aunque también se le vincula con el llamado conservadurismo nacionalista tecnológico—, destacándose por su escepticismo hacia la intervención en conflictos internacionales y sus críticas a las élites globalistas.
Stephen Miller, en su rol de asesor principal, sigue impulsando una agenda de inmigración restrictiva y políticas nacionalistas. Junto a ellos, otros nombres clave como Michael Anton, Sebastian Gorka y Pete Hegseth se alinean con esta visión, promoviendo el no intervencionismo, el proteccionismo económico y una ofensiva en la guerra cultural contra lo que perciben como «globalismo» y «wokismo».
Los paleoconservadores sueñan actualmente con J.D. Vance 2028 como vía para culminar su trabajo de reforma en profundidad de los Estados Unidos.
La influencia actual de los paleoconservadores se manifiesta en la retórica de «America First» de Trump, que resuena con su base electoral, y en políticas concretas como la restricción de la inmigración y la imposición de aranceles.
Sin embargo, su objetivo final, un Estados Unidos centrado en sí mismo y desvinculado de los asuntos mundiales, choca con la otra gran corriente ideológica presente en la administración Trump: el neoconservadurismo.
Neoconservadurismo: El legado de la asertividad global
El neoconservadurismo, surgido de liberales desilusionados con la Nueva Izquierda y el pacifismo, defiende una política exterior intervencionista para promover la democracia y los intereses estadounidenses en el extranjero.
Figuras como Marco Rubio, el secretario de Estado, y Elliott Abrams, aunque sin un cargo formal en el gabinete, encarnan esta tradición, abogando por la confrontación con adversarios como China e Irán y el apoyo incondicional a aliados como Israel.
Si bien la promoción de la democracia ha pasado a un segundo plano en la Administración Trump 2.0, la agenda neoconservadora se ha adaptado estratégicamente, canalizando el nacionalismo de Trump hacia la competencia entre grandes potencias y la defensa de los intereses nacionales.
Esto se evidencia en la postura dura hacia China, donde la guerra económica se complementa con una estrategia de contención militar y tecnológica, y en el apoyo inquebrantable a Israel, que a menudo eclipsa los esfuerzos de Trump por lograr acuerdos de paz en la región.
De hecho la alianza de Netanyahu con los neocones, aprovechando además su cercanía con Donald Trump, ha despertado de nuevo la vieja aspiración de convencer a los Estados Unidos para desplegar un ataque contundente contra Irán.
El contrapeso, por ahora, se halla en los paleoconservadores, encabezados por el vicepresidente.
Trump: ¿maestro de ceremonias o blanco de influencias?
La presencia de corrientes ideológicas opuestas dentro de su círculo de influencia plantea una cuestión fundamental: ¿cómo navega Trump esta tensión? ¿Es un estratega que busca armonizar facciones para consolidar su base, o es una figura cuya dirección se ve alterada por las influencias más recientes?
La realidad sugiere una compleja interacción de ambos escenarios.
Trump, con su estilo de gestión transaccional e impulsivo, a menudo prioriza la lealtad personal y la obtención de logros políticos sobre la consistencia ideológica. Esto genera un ambiente dinámico donde las facciones rivalizan por la influencia, y la política exterior de Estados Unidos refleja esta lucha interna, caracterizada por la variabilidad y la imprevisibilidad.
Pero para complicar más las cosas, en la galaxia Trump 2.0 han irrumpido con fuerza los grandes del mundo de la tecnología.
Los «colosos billonarios» de Silicon Valley que apoyan a Trump raramente encajan en el molde neocon clásico. Sus motivaciones son una mezcla de libertarianismo, nacionalismo tecnológico, pragmatismo, y una fuerte dosis de alineamiento en la guerra cultural anti-establishment.
Representan otra facción más, distinta tanto de los paleoconservadores puros como de los neoconservadores tradicionales, que compite por la atención y la influencia dentro del ecosistema Trump, añadiendo complejidad a ese «difícil equilibrio ideológico» que el presidente debe (o intenta) gestionar.
Su influencia probablemente se centre más en temas económicos, tecnológicos y culturales que en la doctrina de política exterior neocon.
Estos magnates distan también de ser paleoconservadores en el sentido estricto: sus intereses globales, su inclinación libertaria y su apuesta por la innovación entran en tensión con los pilares fundamentales de esta corriente.
No obstante, convergen tácticamente —y en ocasiones ideológicamente— con el paleoconservadurismo (y con el propio Trump) en una alianza pragmática, fruto de la coalición heterogénea y a veces contradictoria que el presidente ha logrado articular.
El campo de batalla ideológico: Ucrania, Irán y China
Los estudios de caso sobre Ucrania, Irán y China ilustran claramente las tensiones entre paleoconservadores y neoconservadores en la administración Trump 2.0.
En Ucrania, la presión paleoconservadora por la retirada se enfrenta a la preocupación neoconservadora por la agresión rusa y la estabilidad europea. En Irán, el deseo de Trump de lograr un «acuerdo» nuclear choca con la postura de «máxima presión» de los halcones neoconservadores.
Y en China, la convergencia en la confrontación esconde tensiones subyacentes sobre los objetivos finales: ¿contención estratégica a largo plazo o mero apalancamiento económico?
Más allá de la Casa Blanca: medios y «think tanks» como árbitros ideológicos
El debate entre paleoconservadurismo y neoconservadurismo no se limita a los pasillos de la Casa Blanca.
Los medios de comunicación y los «think tanks» conservadores actúan como importantes campos de batalla donde se libran las guerras ideológicas y se moldea la opinión pública.
Fox News, con su diversidad interna de puntos de vista, y The Daily Wire, con su enfoque en la guerra cultural y el conservadurismo de libre mercado, reflejan la complejidad del panorama mediático conservador.
«Think tanks» como The Heritage Foundation, Claremont Institute y Hudson Institute proporcionan la munición intelectual para las diferentes facciones, influyendo en la dirección ideológica de la administración Trump 2.0 y del movimiento conservador en su conjunto.
Un escenario ideológico complejo: el futuro del conservadurismo estadounidense
La Administración Trump 2.0, con su choque de titanes ideológicos, muestra un legado de incertidumbre tanto a nivel nacional como internacional. La inconsistencia y la imprevisibilidad de su política exterior erosionan el liderazgo global de Estados Unidos y aceleran la fragmentación del orden internacional.
El futuro del conservadurismo estadounidense no dependerá únicamente de cómo se resuelva la tensión entre el nacionalismo particularista de los paleoconservadores y el globalismo intervencionista de los neoconservadores.
Este panorama binario, aunque dominante en el momento actual, se enriquece además con otras corrientes que, pese a su menor protagonismo inmediato, mantienen una influencia significativa en el tablero ideológico:
El libertarianismo conservador podría ganar relevancia como respuesta a la expansión del gobierno federal, ofreciendo una alternativa que rechaza tanto el intervencionismo internacional neoconservador como el proteccionismo económico paleoconservador.
El conservadurismo religioso y social continuará siendo una fuerza significativa que podría aliarse con diferentes facciones según las circunstancias, priorizando batallas culturales sobre cuestiones económicas o de política exterior.
El conservadurismo nacionalista tecnológico emerge como una tendencia innovadora capaz de redefinir la ortodoxia económica conservadora, abogando por políticas industriales activas en sectores estratégicos mientras mantiene posiciones tradicionalistas en el ámbito social.
El conservadurismo constitucionalista y procedimentalista podría experimentar un resurgimiento como respuesta a la erosión institucional, atrayendo a conservadores preocupados por el debilitamiento de las normas democráticas y el Estado de derecho.
El verdadero desafío para el conservadurismo estadounidense no reside simplemente en resolver la tensión entre aislacionismo y globalismo, sino en articular una visión coherente que integre elementos de estas diversas corrientes para abordar los retos contemporáneos: desde la competencia tecnológica con China y los desequilibrios presupuestarios hasta las transformaciones socioeconómicas internas, pasando por la polarización cultural y la crisis de confianza en las instituciones.
De la resolución de estas tensiones múltiples, no limitadas a un enfrentamiento binario, dependerá la configuración futura del movimiento conservador y, por extensión, la posición de Estados Unidos en el cambiante orden mundial del siglo XXI.
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