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¡Que gran oportunidad perdió Carlos Lesmes!

¡Que gran oportunidad perdió Carlos Lesmes!
Carlos Lesmes durante una de sus comparecencias ante la Comisión de Justicia del Congreso de los Diputados. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.
03/10/2017 12:55
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Actualizado: 03/10/2017 21:19
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El sábado la Oficina de Comunicación del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) difundió una nota de prensa en la que rezaba el titular: «El CGPJ requiere a la Generalitat que facilite los medios para que los juzgados de guardia en Cataluña presten servicio desde las 8 de la mañana el 1-O».

Era un comunicado de la Comisión Permanente, el máximo órgano colegiado entre plenos mensuales, del CGPJ, formado por ocho miembros.

¿Por qué no optó su presidente, Carlos Lesmes, por hacer una comparecencia televisiva?

Es verdad que no tenía obligación.

Ninguna.

Vaya la aclaración por delante.

Pero las circunstancias, la víspera de un referéndum ilegal cuyas consecuencias hoy amenazan con romper España, eran las mejores.

Si lo hubiera hecho el mensaje que habría enviado a los 5.500 hombres y mujeres que administran justicia en España, y al país entero, habría sido potenitísimo.

Una comparecencia respaldando la decisión tomada, el 27 de septiembre, por Mercedes Armas, la magistrada instructora del sumario abierto en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJCat) contra el presidente del Govern, Carlos Puigdemont, y su ejecutivo, por los supuestos delitos de malversación de fondos públicos, prevaricación y desobediencia.

Porque fue esta juez la que ordenó a la Policía Nacional, a la Guardia Civil y a los Mossos d’Esquadra precintar los colegios electorales el domingo para impedir la farsa de referendum que tuvo lugar.

No fue la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Saénz de Santamaría, como ha inducido a pensar.

El Gobierno ponía los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado pero siguiendo las órdenes de la autoridad, de la magistrada.

Antes, el 22 de septiembre, los 22 miembros de la Junta Electoral separatista (Sindicatura Electoral en catalán) presentaron, ante el Tribunal Constitucional, la renuncia deprisa y corriendo para que no les cayeran multas diarias de 12.000 euros (a los 7 miembros de la Central) y 6.000 euros (a los de las territoriales).

El Constitucional había decretado la nulidad tanto de la Ley del Referendum como la de la Ley de Transitoriedad aprobadas el 6 y el 7 de septiembre por un Parlament que no tiene potestad para ello.

¿Qué mayor respaldo para esta magistrada que el presidente del CGPJ y del Tribunal Supremo, la primera autoridad de la Justicia en España, hubiera dicho por la tele, «urbi et orbi», al país que el poder judicial estaba con ella?

Lesmes se hubiera encumbrado como un gran hombre de Estado.

De un plumazo habría acabado con las dudas y las críticas -que existen- hacia su persona.

Porque es en esos momentos de tribulación y de dudas, cuando emerge la grandeza. Cuando hay que tomar decisiones arriesgadas, históricas, como esta.

Lo que en estos momentos muchos españoles echamos tanto de menos.

Cuando muchos españoles nos preguntamos dónde están los que tienen que tomar decisiones y por qué este silencio tan atronador que no presagia nada bueno.

Por qué este silencio es letal, mientras vemos imágenes y escuchamos y leemos informaciones de cómo están acosando a guardias civiles y policías y a sus familias.

Cuando está emergiendo un odio desconocido en nuestro país, que nos llena de tristeza y de aprehensión y que me recuerda al que enfrentó a los países de la desaparecida Yugoslavia.

En vez de eso, el presidente Lesmes, y toda la Comisión Permanente, optó el sábado por el comunicado.

La nota de prensa.

Lo fácil.

No tenía que hacerlo. Nadie le obligada.

Lo vuelvo a repetir una vez más. Es mi opinión personal, de un periodista y comunicador con mucha experiencia a las espaldas.

Lesmes perdió una gran oportunidad de pasar a la historia, con mayúsculas. Cuando todos los políticos optaron por guardar silencio a ver qué pasaba, por dónde iban los tiros.

De haberlo hecho, de haber comparecido, de haber mandado un sucinto mensaje, habría entrado en otra dimensión pública. Como el torero que, a puerta gayola, recibe al morlaco de rodillas, pero sin ser tan arriesgado.

Sin jugarse la vida.

Habría podido optar por otros 5 años al frente del CGPJ y del Tribunal Supremo, o haber sido nombrado miembro del Constitucional, o del Tribunal Europeo de Derechos Humanos.

Lo que hubiera querido. Porque nadie se lo hubiera discutido.

Habría sido algo similar a la intervención del primer presidente del CGPJ, Federico Carlos Sáinz de Robles, que la tarde del 23-F, con el coronel Antonio Tejero y sus hombres ocupando el Congreso, salió en televisión condenando el golpe y ratificando la lealtad del recién nacido órgano de autogobierno de los jueces a la Constitución y a la democracia.

Sólo por aquella intervención, el presidente Sáinz de Robles paso a la historia.

Dicen que lo evidente es lo que nadie ve hasta que alguien lo explica con claridad.

El sábado faltó ese alguien con la autoridad para decir, para expresar lo evidente.

Para explicar lo que es el Estado de Derecho, que no muchos ciudadanos lo entienden, el por qué la magistrada había tomado esa decisión y por qué, en consecuencia, el Poder judicial en pleno estaba detrás de ella, respaldándola en pleno.

Me puedo imaginar, ahora, por lo que está pasando la magistrada Armas.

El desamparo que debe estar sintiendo en su vida personal, con su familia dividida, con sus amigos enfrentados, siendo acusada de «facha», siendo, incluso, «escracheada».

Y no sólo por culpa del silencio de su presidente -que él no tiene toda la culpa, en absoluto, aclaro, que  nadie me malentendienda; esto es una reflexión- también de muchos otras personalidades del mundo de la política, de la empresa, de la sociedad en general, que han permanecido con la boca callada.

El desamparo que siente la magistrada lo compartimos muchos ciudadanos.

Lesmes no tenía por qué arriesgarse, vuelvo a repetirlo.

Pero si lo hubiera hecho…

Faltó su presencia en la tele. Cuánto lo eché de menos, de verdad.

¡Qué gran oportunidad perdida! Y ya sé que no tenía por qué.

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