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Una mujer no es perfecta, y cuando adquiere la condición de madre, sigue sin serlo

Una mujer no es perfecta, y cuando adquiere la condición de madre, sigue sin serlo
05/5/2019 17:18
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Actualizado: 05/5/2019 17:18
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Al igual que ocurre con el día del Padre o el de los enamorados, tengo la sensación de que la celebración del día de la Madre está más vinculada a motivos comerciales que al reconocimiento vinculado a una determinada persona o los afectos que evoca.

Y, al igual que en las otras fechas señaladas, también creo que genera sentimientos encontrados entre los llamados a participar en el evento.

En el caso de los enamorados ni tan siquiera todos los enamorados quieren secundar lo que se propugna, pues hay muchos que consideran que el amor es una manifestación que se demuestra cada día y no el 14 de febrero con unas flores.

Sobre los no enamorados o enamorados no correspondidos quizá es mejor no hacer mención alguna.

En el caso del día del Padre y de la Madre la vinculación va mucho más allá del homenajeado y el que homenajea, ya que toda la familia está afecta a ese día.

No me voy a repetir en cuanto a las reflexiones que ya expresé el día del Padre, pues considero que se reiteran en este caso.

Pero sí me gustaría añadir alguna nueva en relación con las madres y el papel de sufridas abnegadas que tradicionalmente llevan a cuestas.

En ese sentido, estos últimos días se ha hecho famoso el anuncio publicitario de un centro comercial en el que, bajo la imagen de una señora, se leía “100 % madre”.

Se ha criticado lo que quiere insinuar por entenderse que la mujer es mucho más que madre y que, por supuesto, sí se queja y tiene manifestaciones humanas más allá de ese 3 % de egoísmo que expone.

Con base en esas ideas, se ha considerado que es un fiel reflejo de la sociedad machista en la que vivimos y que no hace más que exhibir la situación patriarcal en la que todavía está sumida España.

Respecto al anuncio, considero que cada cual sacará sus propias conclusiones y que las que yo tenga poco cambiará las de otros.

Pero me ha venido muy bien como excusa para introducir lo que me apetecía compartir sobre mi percepción de la concepción que tenemos de las madres.

Todos tenemos o hemos tenido una madre, por obvios motivos biológicos.

Sobre las madres cae ese halo de divinidad y veneración del que se desprende que su labor siempre es digna de encomio, así como su sempiterna entrega y su sacrificio constante para garantizar que su progenie goce, no solo de salud y bienestar, sino de todos los privilegios y bondades que ellas sean capaces de procurarles.

¿ALTARES PARA LAS MADRES? NO

Casi parecería que deberíamos instalar altares en cada domicilio para poder otorgarles el estatus que realmente deberían ostentar.

Pues yo discrepo de ello.

Las madres, igual que los padres, e igual que los hijos, son seres humanos con sus sentimientos, sus bondades y sus maldades.

Pero sostener que una mujer es mala madre, porque en general podría ser una mala persona, parece dejar en peor lugar a quien lo afirma que a la propia madre.

Y no nos engañemos, esa presunción apriorística de bonhomía en las madres supone para ellas (nosotras) un arma de doble filo.

Tiene sus aspectos positivos y sus aspectos muy negativos, para las propias madres y para los que las rodean.

Los aspectos positivos más obvios son esa propia consideración benévola.

Que a alguien se le considere que desempeña su función de modo magistral por el mero hecho de serlo, siempre puede resultar gratificante, qué duda cabe.

Pero al mismo tiempo, errar es humano y las madres también caen en ese pecado y, en esos casos, las propias madres imponen severamente su propia penitencia.

Mucho se ha escrito sobre el sentimiento de culpa de una madre, dado que es perfecta, ellas son las más duras con sus propios fallos y se autoflagelan sin remisión alguna de la condena.

Por lo mismo, se espera que su conducta siempre sea intachable, que siempre tengan la respuesta a la batalla bélica que pueda estar desarrollándose en el salón, que todas las necesidades y eventualidades familiares las tengan previstas y cubiertas y que su cariño, paciencia infinita y apego maternal sea capaz de curar y remediar cualquier revés que ataque a la inestimable estabilidad familiar.

Esa confianza ciega en sus superpoderes genera frustración cuando, evidentemente, no se cubren las expectativas.

Una mujer no es perfecta, y cuando adquiere la condición de madre, sigue sin serlo.

Sin embargo, sí se espera que sepa cambiar un pañal, apaciguar un llanto inconsolable, saber hacer paellas y acordarse de todos los productos que engloban la lista de la compra.

Esperamos que las madres sepan y puedan llegar a todo, confiamos que ellas consigan salvar cualquier obstáculo y son nuestra referencia a la hora de determinar un responsable.

Ellas lo saben, son conscientes de ello, participan de esa aspiración y sufren las consecuencias cuando no alcanzan el objetivo.

Son las más exigentes consigo mismas y las que más sufren cuando no alcanzan el nirvana en el que las ubicamos.

Si bien, ya he adelantado que consideraba que eso también era un arma de doble filo, con su reverso tenebroso.

Ya que esa presunción que se genera durante una convivencia familiar y pacífica se pretende perpetuar cuando tiene lugar la ruptura sentimental de los progenitores.

Esas madres que consideran que los hijos son suyos como una suerte de propiedad hábil para ser inscrita como tal en un Registro oficial “que para eso lo he parido yo”.

Esas madres que se sienten las únicas hábiles para ejercer como progenitoras y cuestionan y critican al padre en todo lo que hace porque no se ajusta a su patrón.

Su correcto patrón.

Es la manifestación más perversa de la maternidad, la que genera una sensación de exclusión sobre todo aquel que quiere cumplir sus obligaciones paternofiliales o disfrutar de los derechos inherentes a la paternidad.

Y todo ello lo basan en la misma concepción en la que se ampara la divinidad materna.

Si las madres son excelsas por naturaleza, ellas saben en todo momento qué es lo procedente, cuándo debe actuarse, quién y cómo.

La mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo.

Por lo mismo que considero que la madre no posee el poder omnímodo para cargar con todas las responsabilidades y sobrellevar todo el peso de un hogar, tampoco creo que tenga el superpoder que le habilita para ser considerada el ser de luz al que debe priorizarse a la hora de determinar qué tipo de crianza debe llevarse y cómo desarrollarse.

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