«Máquina de guerra» y «La guerra de Charlie Wilson», dos películas que hay que ver para entender lo ocurrido en Afganistán
Brad Pitt en el papel protagonista del general en jefe de las fuerzas militares estadounidenses en Afganistán, Glenn McMahon, en la película "Máquina de guerra" (2017) y Tom Hanks como el senador Charlie Wilson, en el filme "La guerra de Charlie Wilson" (2007).

«Máquina de guerra» y «La guerra de Charlie Wilson», dos películas que hay que ver para entender lo ocurrido en Afganistán

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29/8/2021 01:21
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Actualizado: 29/8/2021 01:21
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La guerra de Afganistán no se podía ganar. Lo que los Estados Unidos y sus aliados habían creado allí, después de la invasión de 2001, consecuencia de los atentados terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono, en Washington, fue un falso régimen democrático, con un presidente pelele y un ejército de papel.

Los expresidentes estadounidenses Barak Obama y Donald Trump, y el actual ocupante de la Casa Blanca, Joe Biden, lo sabían muy bien. Como también lo sabían sus aliados.

El régimen solo se mantenía por las tropas allí destacadas y por los dos billones de euros que se han venido invirtiendo a lo largo de estos 20 años que ha durado la ocupación, 4.000 millones de euros han correspondido a España, además de 102 muertos.

Esta realidad se percibe a través de una magnífica película, una sátira, de hecho, producida por Netflix en 2017 e interpretada por Brad Pitt bajo el título «Máquina de guerra» («War Machine»).

Lo mismo que en otro filme anterior, «La guerra de Charlie Wilson», que relata la implicación de los Estados Unidos en la mayor guerra encubierta de la historia, por la que los afganos consiguieron derrotar en 1988 a un ejército de 130.000 hombres de la Unión Soviética que habían venido ocupando el país desde 1978.

Lo que supuso la materialización de los talibanes.

Para comprender lo que está ocurriendo es obligatorio ver las dos.

«MÁQUINA DE GUERRA», BASADA EN LA FIGURA DEL GENERAL MCCHRYSTAL

En «Maquina de guerra» Pitt interpreta al general Glen McMahon, comandante en jefe de la Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad en Afganistán. Un militar excéntrico al que adoran sus hombres.

Su personaje está basado en el general Stanley A. McChrystal, al que Obama colocó en ese puesto en 2009 para acabar con la ocupación y preparar el regreso de las tropas a casa.

McChrystal había sido jefe del Mando Conjunto de Operaciones Especiales, las fuerzas de élite del Ejercito estadounidense responsables de llevar a cabo las actuaciones más secretas del gobierno.

En Irak, sus hombres capturaron y mataron a miles de insurgentes, incluyendo al líder de Al Qaeda en ese país, Abu Musab al-Zarqawi.

Al general se lo dejan muy claro el asesor de Seguridad Nacional, James Jones, el embajador, Karl Eikenberry –general de 3 estrellas retirado– y Richard Holbrooke, enviado a la zona en su primera reunión, nada más tomar posesión de su destino en Kabul.

«El presidente quiere que usted tantee el terreno. Que realice una evaluación. Al final nos dirá qué es preciso hacer, cómo lo hay que hacer y qué necesita para hacerlo. El resultado que espera el presidente es acabar con esto. ¿Cómo lo logramos? Reduciendo nuestra presencia aquí. Eso sí, no pida más tropas al presidente», le dicen.

Tienen muy claro que no se puede construir una nación a punta de pistola y que es imposible ganar la confianza de los ciudadanos de un país invadiéndolo. McMahon tiene que organizar la salida de las tropas en el plazo de un año. Para julio de 2010. Esa era la consigna.

Pero McMahon entiende otra cosa completamente diferente.

Cree que puede ganar la guerra a la vieja usanza, mediante el uso de la fuerza militar y la imposición de la democracia a una sociedad en su mayor parte tribal. Y pide 40.000 hombres más al presidente Obama, con el que no se entiende.

Para ello, filtra a la prensa un informe en el que afirma que si no se produce dicho envío la misión será un fracaso. Lo que pone al máximo mandatario contra las cuerdas.

Brat Pitt en el papel del general Glen McMahon, y su equipo, que representa en esta producción de Netflix –y que se puede ver todavía– al general Stanley A. McChrystal. El grupo se autodenominaba el «Equipo América». Foto: Netflix.

NO ENTIENDEN LA DEMOCRACIA

Cuando se producen las elecciones a presidente del país, que organiza Estados Unidos, en la Embajada le recuerdan que en el distrito electoral en el que se encuentra su cuartel general fueron a votar 367 personas pero que se contabilizaron 1.200 votos, por lo que iban a ir celebrar una segunda vuelta. Se había producido un evidente, y masivo, fraude electoral.

Una decisión que contraría al general porque retrasa una ofensiva militar que lleva preparando hace tiempo para hacer de Afganistán una «nación nueva y próspera». Es lo que le promete el presidente del momento de Afganistán, Hamid Karzai, interpretado por Ben Kingsley.

«Me suena mucho a la dirección de antes», le contesta el presidente afgano, sonriendo.

Desde su punto de vista, quizá la democracia no sea tan importante porque no la entienden del todo.

Es lo que explica su oficial afgano de enlace al embajador estadounidense, de forma muy cándida: «La gente no acaba de entender las elecciones. Ven que el presidente está vivo, que todo está bien. Y piensan: ¿qué pasa?, ¿por qué tenemos elecciones? Se limitan a votar a quien el líder local le dice que voten. Porque no quieren que les corten la cabeza».

Sobre estas líneas, tratando de convencer a los afganos de que ellos son «los buenos».

McMahon consigue que le envíen 30.000 hombres para su ofensiva. Mientras tanto va descubriendo que el llamado ejército afgano está formado por pusilánimes, aficionados al robo y a la droga y que las fuerzas civiles locales le recriminan porque sus fuerzas orinan en la calle y les llaman «hijos de puta».

Sus hombres, sus propios soldados, tampoco comprenden lo que están haciendo allí. Entrenados para el combate, no entienden la política de «contención» de su general.

«No puedo diferenciar al pueblo del enemigo», le dice un infante de marina al general. «Todos me parecen iguales. No podemos ayudarlos y matarlos al mismo tiempo. Estoy confundido».

Por el lado de la economía, sus manos también se ven atadas.

Resulta que no puede ofrecer a los granjeros afganos la alternativa de cultivar algodón, en vez de opio, porque con ello le harían la competencia a los agricultores estadounidenses.

Durante su tiempo en Afganistán, el general quiso ser entrevistado por el programa 60 Minutos, de máxima audiencia, para explicar su punto de vista sobre el futuro del país. Foto: Netflix.

«O GANAMOS O PERDEMOS»

Pero sigue confiando en la solución militar. A ojos cerrados.

– ¿Cómo cree que acabará esto? –le pregunta el embajador estadounidense mientras vuelan París, a una cumbre internacional para convencer a los aliados para que manden más tropas.

– Simple: O ganamos o perdemos –contesta el general.

– Sí, a eso le llamo la chorrada Glen. Las victorias las logramos en los 6 primeros meses y desde entonces es un desastre. Y eso es todo lo que va a haber. Usted no ha venido a ganar, ha venido a arreglar el desastre. O eso o le despedirán –le responde el embajador.

Algo que le recuerda después una diputada alemana en Berlín: «Están ustedes por todo el país librando mil batallas diferentes contra gente local que no les quieren en sus pueblos, y ésa es una guerra que nunca ganarán».

Sin embargo, la debacle de su mando no se produce por los resultados obtenidos sino por un artículo que publicó la revista «Rolling Stone». Durante ese viaje, para obtener el apoyo de la opinión pública, permite que «se empotre» entre su equipo el periodista Michael Hastings.

Se supone que para escribir una pieza positiva sobre el perfil del general y sus planes militares.

No fue así. Se tituló «The Runaway General» (El general en fuga, o El general disidente), que fue la base para un libro que después vio la luz bajo el título «Los Operadores: La Salvaje y Terrorífica Verdad sobre la Guerra de Estados Unidos en Afganistán». Y sobre lo que el escritor y director australiano David Michod levantó la película.

«Desde el principio, McChrystal estaba decidido a poner su sello personal en Afganistán, para utilizarlo como laboratorio de una controvertida estrategia militar conocida como contrainsurgencia. La COIN, como se conoce la teoría, es el nuevo evangelio de los mandos del Pentágono, una doctrina que intenta cuadrar la preferencia de los militares por la violencia de alta tecnología con las exigencias de luchar en guerras prolongadas en Estados fallidos», escribió Hastings.

«La COIN exige el envío de un gran número de tropas terrestres no sólo para destruir al enemigo, sino para vivir entre la población civil y reconstruir lentamente, o construir desde cero, el gobierno de otra nación, un proceso que incluso sus defensores más acérrimos admiten que requiere años, si no décadas, para lograrlo. La teoría básicamente redefine al ejército, ampliando su autoridad (y su financiación) para abarcar los aspectos diplomáticos y políticos de la guerra: Piensa en los Boinas Verdes como un Cuerpo de Paz armado», añadió.

En dirección contraria a la política establecida por el presidente Obama.

Hastings cita en dicho artículo la opinión de un compañero de promoción de McChrystal en West Point, Douglas Macgregor, coronel retirado y crítico de la contrainsurgencia: «Toda la estrategia COIN es un fraude perpetuado al pueblo estadounidense. La idea de que vamos a gastar un billón de dólares para remodelar la cultura del mundo islámico es un completo disparate».

EL «EQUIPO AMÉRICA»

Pero lo peor es la descripción que hace del equipo del general: «Es una colección de asesinos, espías, genios, patriotas, operadores políticos y maníacos», que se autotitulan «Equipo América».

McChrystal: «Todos estos hombres. Moriría por ellos. Y ellos morirían por mí».

A lo largo de los días empotrado con el «Equipo América» les escuchó hablar mal de muchos de los altos cargos de Obama en el ámbito diplomático.

«Un asesor dice de Jim Jones, un general de cuatro estrellas retirado y veterano de la Guerra Fría, que es un ‘payaso’ que sigue ‘atascado en 1985’. Políticos como McCain y Kerry, dice otro ayudante, ‘aparecen, tienen una reunión con Karzai, lo critican en la rueda de prensa del aeropuerto, y luego vuelven para los programas de entrevistas de los domingos. Francamente, no es muy útil’. Sólo Hillary Clinton recibe buenas críticas del círculo íntimo de McChrystal. ‘Hillary cubrió las espaldas de Stan durante la revisión estratégica’, dice un asesor».

Tampoco sus opiniones sobre el presidente Obama y sobre el entonces vicepresidente Joe Biden, fueron demasiado positivas. Pero lo importante del artículo es que relataba que McChrystal iba de por libre, contrariando las órdenes del máximo mandatario de su país.

Cuando Hastings publicó su artículo en «Rolling Stone», en junio de 2010, McChrystal fue llamado a la Casa Blanca de inmediato. Allí presentó su dimisión.

Número del Rolling Stone en el que se publicó el artículo sobre el general que provocó su dimisión. Foto: Netflix.

«LA GUERRA DE CHARLIE WILSON»

Poca gente sabe que los talibanes llegaron al poder en Afganistán en gran parte gracias a Estados Unidos y, en especial, al congresista Charlie Wilson.

Este político consiguió articular la mayor operación encubierta de la historia, financiada a partes iguales por su país, con 500 millones de dólares, y por Arabia Saudita, con otros 500 millones, y que contó con la colaboración de Egipto e Israel, enemigos acérrimos públicos. Pero necesarios, porque el equipamiento que tenía que facilitarse tenía que ser de origen soviético y debía hacerse llegar a través de un quinto aliado: Pakistán.

Se denominó la «Operación Ciclón» y tuvo lugar bajo las Administraciones de los presidentes Jimmy Carter y Ronald Reagan. Entre 1983 y 1988 equiparon a los muyahidines, y en especial a los partidos islámicos de Yunus Jalis, Gulbuddin Heckmatyar y la red de Jalaluddin Haqqni, los más radicales.

Pakistán favorecía, en especial, a la tribu de los pastunes, de donde se originan –con su apoyo– los talibanes, aunque también había que contar con los uzbekos, tayikistán, baluchíes, nuristaníes y hazañas.

Afganistán vivía, desde 1978, una guerra civil, que se originó cuando los comunistas afganos se hicieron con el poder tras el asesinato del presidente Mohamed Daud. 

El Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA), liderado por Nur Muhammad Taraki, elegido presidente del Consejo Revolucionario y primer ministro, inició un ambicioso programa de alfabetización, al que asistieron mujeres, implantó una reforma agraria muy radical, eliminó el cultivo del opio, legalizó los sindicatos y estableció una ley de salario mínimo.

También promovió la igualdad de derechos para las mujeres, suprimió el velo, abolió la dote, les permitió moverse libremente y conducir coches, además de integrarlas en el empleo y en la Universidad, sin olvidar su participación en la vida política.

El PDPA se encontró con la oposición de los grupos fundamentalistas. Pero también con diferencias internas. Hafizullah Amín, compañero ideológico, le sacó del poder y ordenó su asesinato.

Amín, meses después, pidió ayuda al gobierno soviético, que envió, desde 1979, 130.000 hombres a ocupar Afganistán, para hacer frente a la resistencia de los muyahidines.

Lo paradójico es que fueron los soviéticos los que después depusieron y asesinaron a Amín.

La URSS defendió dicha intervención en el marco del Tratado de Amistad, Buena Vecindad y Cooperación entre la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y la República Democrática de Afganistán, suscrito entre Leonidas Brezhnev y Taraki el 5 de diciembre de 1978.

La intervención se realizó por petición del Consejo Revolucionario, órgano supremo del Estado, que horas antes de la muerte de Amín se había reunido y lo había condenado a muerte por traición.

Tom Hanks y Julia Roberts en los papeles del congresista Charlie Wilson y la multimillonaria tejana Joanne Herring.

LA ENTRADA DEL CONGRESISTA EN EL CONFLICTO

El congresista Charlie Wilson, interpretado por Tom Hanks en la película dirigida por Mike Nichols, nada tenía que ver con Afganistán, pero estaba situado en una posición muy especial dentro del Congreso de los Estados Unidos: Era miembro del Subcomité de Asignaciones de la Cámara de Representantes para la Defensa (responsable de la financiación de las operaciones de la CIA, el servicio de inteligencia exterior).

Su introductora en el conflicto de un Afganistán dominado por los soviéticos, lo que había producido una huida de cientos de miles de refugiados al vecino Pakistán, fue la multimillonaria texana, filántropa, diplomática, mujer de negocios, expresentadora de televisión, Joanne Herring, que interpreta Julia Roberts.

Herring era una especie de Escarlata O’Hara («Lo que el viento se llevó»), nacida el 4 de julio y decía ser descendiente de la hermana del George Washington, el primer presidente de Estados Unidos.

Así la describe George Crile III, autor del libro «Charlie Wilson’s War: The Extraordinary Story of the Largest Covert Operation in History» («La guerra de Charlie Wilson: El extraordinario relato de la más grande operación encubierta de la  historia»).

Un libro que más tarde tituló: «Charlie Wilson’s War: The Extraordinary Story of How the Wildest Man in Congress and a Rogue CIA Agent Changed the History of Our Times» (La guerra de Charlie Wilson: El extraordinario relato de cómo el hombre más salvaje del Congreso y un insolente agente de la CIA cambiaron la historia de nuestro tiempo).

Herring era, en aquel tiempo, una de los más grandes apoyos con los que contaba el presidente Muhammad Zia-ul-Haq de Pakistán, quien se había hecho con el poder en 1977 derrocando al primer ministro, y expresidente del país, Zulfiqar Ali Bhutto, el cual después fue juzgado y ejecutado.

Zia la había nombrado cónsul honorario de Pakistán en Houston, Texas.

Herring y Wilson eran amantes y en esa confianza, la multimillonaria envió al congresista a verse con el presidente pakistaní, quien, a su vez, lo invitó a visitar los campos de refugiados afganos en Pakistán.

El congresista Wilson visitando los campos de refugiados afganos en Pakistán que le empujaron a involucrarse en la guerra contra la ocupación de la URSS.

Wilson quedó tan impresionado que decidió tomar partido decidido en apoyo de los muyahidines que combatían a los soviéticos en Pakistán. Para ello contó con el apoyo de un agente de la CIA, Gustavo Avrakotos, quien se convirtió en su mano derecha.

Wilson se consiguió el apoyo de sus compañeros del Subcomité de Asignaciones de la Cámara de Representantes para la Defensa.

De esa forma, con la financiación de Estados Unidos, que empezó con 40 millones de dólares para la compra de armamento y que llegaría hasta los 500, consiguieron hacer llegar a los talibanes material bélico que les permitió acabar con 74 helicópteros de combate Mi-24, y 10 Mi-6, 14 helicópteros más sin identificar, 12 cazas MIG-21, 4 MIG-23, 10 cazas-bombarderos Su-17, 5 Su-22 y 23 Su-25, entre otras pérdidas.

Todos ellos derribados con los misiles Stringer.

Y lo mismo ocurrió con los carros blindados y camiones con el material bélico facilitado.

El congresista Wilson recibiendo uno de los misiles Stringer que contribuyeron a acabar con el control aéreo por parte de los soviéticos.

LA INTERVENCIÓN DE WILSON FUE DECISIVA

El material bélico facilitado por Estados Unidos dio la vuelta al conflicto de Afganistán y provocó la derrota de los soviéticos.

El 14 de abril de 1988 se firmaron los Acuerdos de Ginebra sobre el arreglo de la situación relativa a la República Democrática de Afganistán que suscribieron Afganistán y Pakistán con los Estados Unidos y la URSS como garantes.

En los mismos se especificaban disposiciones para el calendario de la retirada de tropas de Afganistán, que se inició el 15 de mayo de 1988 y que llegó a su fin el 15 de febrero de 1989.

El congresista estadounidense vestido al estilo afgano, celebrando la victoria que supusieron los Acuerdos suscritos.

La firma de aquellos Acuerdos no supusieron, sin embargo, el final de la guerra. Los talibanes no tomaron parte en ellos. La guerra civil continuó. El régimen comunista local, cuyo líder era Mohammad Najbullah, siguió en el poder hasta 1992.

Ese año, los talibanes tomaron Kabul.

El agente de la CIA, Gustavo Avrakotos, aconsejó al congresista Charlie Wilson conseguir fondos para construir carreteras, hospitales, escuelas. Pero en esto fracasó. Sus compañeros del Capitolio no entendieron que fuera necesario invertir más dinero en Afganistán porque la guerra se había ganado.

Trece años más tarde, el 11 de septiembre de 2001, cuatro aviones de pasajeros fueron secuestrados por miembros de Al Qaeda, el grupo terrorista islámico que lideraba el caudillo saudí, Osama Bin Laden, que tenía en Afganistán su base de operaciones.

Dos de los aviones fueron estrellados contra las Torres Gemelas, en Nueva York, el tercero cayó sobre parte del edificio del Pentágono, en Washington. El cuarto se estrelló contra el suelo después de que los pasajeros hicieran frente a los secuestradores.

La película de «La guerra de Charlie Wilson» termina con una cita del congresista, en referencia a esos atentados y a la cortedad de miras de sus compañeros congresistas.

Si le hubieran hecho caso, aquellos polvos no hubieran terminado en estos lodos.

Dice así: «Estas  cosas sucedieron [en referencia a la derrota de la URSS en Afganistán]. Fueron gloriosas y cambiaron el mundo… Y luego, al final, jodimos el juego».

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