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¿Justicia 3.0 o justicia decimonónica?: Tribulaciones de un abogado penalista en una Administración de Justicia paralizada

11/10/2021 06:48
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Actualizado: 11/10/2021 06:48
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Ese día elegí una mesa situada cerca de la puerta giratoria del Hotel Four Seasons frente a la recepción. Era un poco tarde para desayunar pero precisamente por eso disfrutaría más del té inglés, el zumo recién hecho y las tostadas cubiertas con un excelente jamón.

Tenía una reunión con unos clientes extranjeros a las siete de la tarde y antes aprovecharía para repasar el juicio al que habría de asistir al día siguiente en un tribunal andaluz. Debía quedarme esa noche en Madrid por la huelga en Renfe y tomar el primer tren a las siete de la mañana.

Como siempre, la atención de los camareros fue exquisita, especialmente Marie, quien con su simpatía hizo que mis horas de estudio transcurriesen sin pesarme demasiado.

Nuevamente volvieron a mi memoria escenas de “Gran Hotel” cuando observaba ante mi el trasiego de huéspedes entrando y saliendo del hall, recordando a los protagonistas de la película deslumbrados por ese ambiente cosmopolita cercano y distante a la vez.

Al día siguiente, me levanté muy temprano para salir de noche de Madrid y estar con tiempo en el tribunal donde habría de defender a mi cliente frente a una acusación por la que le solicitaban una pena de cinco años de prisión.

Llegué a la Audiencia Provincial acompañado de una alumna en prácticas, mi “trolley” y mi toga, con bastante antelación a la hora señalada para la vista oral.

Saludamos al acusado una vez franqueados los controles de entrada al edificio judicial y al preguntarle si nos acompañaría a la segunda planta, nos informó de la imposibilidad de hacerlo debido a que los encargados de la seguridad le habían dicho que hasta las doce no se podría subir.

Ya era extraño que un juicio con más de diez testigos y peritos fuese fijado a las doce de la mañana porque, teniendo en cuenta que había dos acusaciones, la vista podría extenderse al menos cuatro horas.

Así que, o bien terminaríamos muy tarde y almorzaríamos a la hora de la merienda, o bien continuaríamos por la tarde con un receso para comer, o bien se reanudaría el juicio otro día.

Cuando faltaban unos minutos, sólo había en el hall de la sala de juicios una testigo, y al preguntar al agente judicial si creía que iba a celebrarse la vista más o menos puntualmente, me contestó que no tenía ni idea.

Al preguntarle si los magistrados se encontraban ya en la antesala del tribunal, me respondió lo mismo. Por lo que no seguí interrogándole, ya que a pesar de llevar allí muchos años, parecía este funcionario un convidado de piedra.

Subieron mi defendido y algunos testigos, además de nuestra perito psicóloga.

Saludé a la abogada de la acusación particular, quien había dejado a sus clientes en otra planta pues la disputa era importante entre las partes. Al poco tiempo nos llamó el agente judicial porque la fiscal quería hablar con los abogados.

Era una fiscal muy educada que nos propuso un trato para llegar a una conformidad que no era muy desfavorable para mi cliente ya que evitaba su ingreso en prisión, pero no tuve más remedio que advertirles que mi patrocinado difícilmente iba a admitir haber participado en unos hechos delictivos que aseguraba no haber cometido.

Muy preocupada, nos expuso que de todos modos el juicio habría de suspenderse porque en la Secretaría se habían confundido habiendo fijado dos vistas el mismo día y a la misma hora, y el otro juicio tenía preferencia.

Pensaba en lo temprano que me había levantado para estar en el tribunal a mi hora y en que nos podrían haber avisado con anticipación desde la oficina judicial del error cometido, además de haberse podido suspender el juicio.

Nos llamó de nuevo el agente y esta vez era para hablar con los magistrados.

En esa sala tan inmensa, muy al fondo apenas se divisaban los rostros del presidente y las dos magistradas, a los que conozco hace muchos años. Pretendían los magistrados que eligiéramos una fecha cercana pues seguirían celebrando un macrojuicio días después.

Sin embargo, la fecha que me proponía una de las juezas coincidía con la primera sesión de un juicio de tres días donde debía comparecer como abogado de la acusación particular por un delito de homicidio imprudente.

Esa magistrada me sugirió ser sustituido por uno de mis compañeros de bufete.

Yo le respondí que mi cliente me había nombrado hacía un mes y no le haría mucha gracia que yo no le defendiese.

Así las cosas, nos pidieron que hablásemos con la funcionaria en secretaría para que citase a nuestros clientes para la nueva fecha de juicio. Fuimos a hablar con la oficial y nos preguntó:

– ¿Pero se ha suspendido al final? ¡Qué p……..!

– ¡Pues esperen en el hall diez minutos que ahora voy yo para allá!

El tiempo transcurría y la funcionaria no aparecía, así que se me ocurrió pedir a mi alumna que fuese a informar a la servidora pública del estado en el que se encontraba nuestro defendido, víctima de un ictus y apoyado en una muleta, con mareos tras la larga espera; así como su madre, de más de ochenta años, que había comparecido como testigo e igualmente estaba vencida por el cansancio.

Todo ello unido al tedio para todos los demás, que contemplábamos el amplio hall con las anchas escaleras al fondo, completamente vacío, a excepción de algún funcionario o abogado que bajaba o subía, pues en un cartel colocado en la puerta de los ascensores se advertía no tomar los mismos “salvo en caso de extrema necesidad”.

Desde lejos vi acercarse a la estudiante en prácticas con una expresión en su rostro que indicaba que su SOS no había sido muy bien acogido por la oficial.

Efectivamente, la futura abogada acababa de sufrir en sus propias carnes un exabrupto de una funcionaria de la Administración de Justicia que no era el primero en solo tres meses de prácticas, pero que no dejaba de sorprenderle.

– ¡Pues si está cansado que descanse!

– ¡En diez minutos voy yo para allá!

Nuevamente, pasaron los  minutos y aunque los abogados podríamos habernos marchado, quisimos acompañar a nuestro patrocinado y a sus familiares en esa espera.

Llegó por fin la servidora pública cuando eran casi las dos de la tarde con todos los impresos para dejar notificados a los presentes y, por supuesto, sin pedir disculpas.

Nos despedimos y bajé las escaleras de ese edificio majestuoso que me recordaba mis primeros meses de ejercicio en esta profesión con tan buenos momentos y otros menos buenos, pero que nos apasiona y vivimos como algún día nos dijo un colega:

“Cuando se entra en esta profesión es difícil salir. Un caso te lleva a otro y a otro, y cuando te das cuenta, tienes el despacho lleno de expedientes, citas, juicios, plazos de vencimiento, etc».

Bajo las lámparas antiguas suspendidas de los altos techos pasando junto a las vidrieras, volvía a visitar esta sede tan conocida que me hacía afrontar lo poco que ha cambiado en treinta años esta justicia decimonónica, donde unos prometen la justicia 3.0 (y hasta la 4.0) y otros vemos a funcionarios que carecen de medios y de ganas, salvo honrosas excepciones, lo cual es consecuencia del día a día abandonados por las distintas administraciones que no invierten lo necesario.

Y en estas circunstancias, un abogado, como es tradicional, lo único que quiere cuando sale a la calle dejando atrás la gran entrada de la Audiencia Provincial es desahogarse tras días de estudio y preparación del juicio.

Por eso había quedado para comer con un amigo y profesor de derecho penal para seguir hablando de la justicia y el derecho.

Minutos antes de llegar mi colega, tomé un sorbo de cerveza muy fría contemplando la luz que entraba por los ventanales del amplio salón en la primera planta del restaurante instalado en una casa diseñada por Aníbal González, recordando a mis amigos de la tertulia “Ágora Hispalensis” pues allí nos reunimos todos los meses.

En ese instante, pensé: la vida sigue y hay que disfrutar de estos momentos separando el trabajo del ocio, pero algo debemos hacer para mejorar una justicia lenta, ineficaz y antigua.

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