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La casta política sigue siendo la realidad

La casta política sigue siendo la realidad
Manuel Álvarez de Mon Soto, ha sido magistrado, fiscal y funcionario de prisiones. Actualmente es letrado del Colegio de Abogados de Madrid. [email protected]. Foto: Carlos Berbell/Confilegal.
10/11/2021 06:47
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Actualizado: 10/11/2021 00:59
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La Constitución Española dice en su artículo 6 que los partidos políticos expresan el pluralismo y son un instrumento fundamental para la participación política. Además, dispone que su estructura y funcionamiento interno «deberán» ser democráticos.

Se trata de un mandato claro. Rotundo. Inequívoco.

Lo  desarrolla la Ley Orgánica de Partidos Políticos, de 27  junio de 2002. Su artículo 3 dice que en los estatutos de los partidos se establezca  la necesidad de renovación de los cargos de dirección y representación cada 4 años y que se recoja el voto de todos los afiliados. Directo o por representación.

¿Que ocurre en la práctica? Pues que los políticos, y sus equipos, una vez que alcanzan la dirección olvidan esos principios y tratan de conservar el poder alcanzado, sea como sea.

Se transforman en una casta política. Eso que algunas formaciones de izquierda emergente criticaron en su momento. Eso en lo que, precisamente, se han convertido ellas también, aunque sigan vistiendo y dando la impresión de ser clase obrera.

La pluralidad de candidatos, algo que es consustancial a la democracia, trata de evitarse mediante pretendidos consensos de unidad para evitar que alguien pueda cuestionar abiertamente al máximo dirigente y a su equipo. Porque el verdadero objetivo es no mover de las sillas a los ya instalados.

El caso es permanecer. Y determinar quién designa a los candidatos en las listas electorales. Con la subsiguiente distribución de cargos ejecutivos y de asesoramiento, frecuentemente innecesarios, pero que sirven  para recompensar discrecionalmente, a costa del contribuyente, a la corte partidaria, e incluso a los  allegados.

A veces las retribuciones son de escándalo y lo peor es que, frecuentemente, no es por hacer nada útil, más allá del mero figurar, o realizar funciones innecesarias o duplicadas .

Los ejemplos cunden por todo el arco del negocio en que se ha convertido el sistema político.

Un sistema de la castas.

Son castas privilegiadas muy criticadas. Especialmente por aquellos que quieren convertirse también en castas. Es un hecho incontestable.

Lo hemos visto en los últimos años. Cuando lo consiguen, se integran plenamente en ellas, se olvidan de las críticas, de los planes de reforma y pasan a disfrutar de los denostados privilegios.

Esto ha sido así en cualquier época y lugar del mundo, no es nuevo.

Lo demás son disfraces de cara a la galería.

Lo malo es que la generalidad de la ciudadanía parece no darse cuenta de este montaje de buena parte de la clase política. Y digo que buena parte porque todavía existe una minoría de bien intencionados que cree que pueden cambiar las cosas.

Siguen teniendo ideales.

Ójala no fueran la minoría. Ójala la lucha política fuera por esos ideales. Por el bien común.

Y no por intereses materiales personales.

Ójala no fuera la hoguera de las vanidades no tuviera unas dimensiones tan enormes.

Hoy por hoy, el ejercicio del poder es un gran negocio lucrativo. Y no estoy contando nada que no sepamos ya.

Sería de desear un regreso a los orígenes. Que se dijera la verdad al votante.

Porque esto ya no es así. Hoy manda la imagen, la publicidad y la hipocresía. Se venden programas que saben que no se van a cumplir.

Y se oculta la verdad, la realidad, de que esto es el montaje de una casta política que nos hace creer que trabaja para nosotros, que está a nuestro servicio, mientras disfruta de un estatus de privilegio que muchos de sus componentes ni en sus mejores sueños habrían soñado conseguir.

Y nosotros nos lo creemos y seguimos con la venda sobre los ojos.

Ayer por la mañana me desperté con la impresión vívida de un sueño en el que la clase política estaba formada por los mejor preparados y por los más dispuestos a escuchar los problemas de los ciudadanos. Para resolverlos. Una clase política que tenía como objetivo común crear una sociedad solidaria, justa e igualitaria.

Fue solo un sueño que poco después se desvaneció dejándome la certeza de que lo que realmente estamos viviendo es un «Show de Truman», colectivo.

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