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Don Quijote de la Mancha: Un buen juez pero un mal mediador

Don Quijote de la Mancha: Un buen juez pero un mal mediador
Javier Nistal hace un relato de las mediaciones realizadas por don Quijote y la realidad es que sale muy mal parado. Era un mal mediador. En la foto, Fernando Rey y Alfredo Landa como don Quijote y Sancho Panza en un fotograma de la serie que TVE realizó en su momento sobre el mítico libro de Miguel de Cervantes. Foto: RTVE.
30/4/2022 06:49
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Actualizado: 30/4/2022 00:04
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La mediación es un sistema de resolución de conflictos entre partes enfrentadas, diferente y, por ello, alternativo a las vías convencionales de resolución de estas disputas, que pretende encontrar una vía pacífica y equitativa de llegar a un acuerdo satisfactorio para las necesidades de las partes enfrentadas.

Si esta mediación se entabla entre la víctima de un delito y el infractor estaríamos ante la mediación penal, que está teniendo un importante auge en nuestro sistema punitivo desde hace algunos años y, que tiene una prometedora proyección de futuro, al estar prevista su introducción en una futura reforma de la Ley procesal, lo que abriría el camino a la denominada “justicia restaurativa” como alternativa a la actual y exclusiva “justicia retributiva”.

En cualquier tipo de mediación, el método de trabajo consiste en promover la búsqueda de soluciones a través de una tercera persona, que ejerce de mediador y que ha de tener unas especiales cualidades para ello, entre las que se encuentran: la de ser imparcial, prudente, paciente y tolerante, cualidades de las que Don Quijote de la Mancha carecía, las más de las veces, cuando en algunas de sus muchas aventuras intentó ejercer de mediador.

DON QUIJOTE DE LA MANCHA COMO UN POSIBLE BUEN JUEZ

Sin duda, Don Quijote hubiera sido un excelente Juez, que habría administrado justicia de una forma equitativa, prudente y satisfactoria para los enjuiciados, dado el buen sentido que de la misma tenía.

Nos lo demuestra, sabiamente, en los consejos que le traslada a su Escudero Sancho (II, 42), cuando aquél se dispone a asumir el gobierno de la “Ínsula Barataria”, entre los que relata los siguientes:

“Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos”. La ley del encaje es la forma de resolver las controversias de modo arbitrario, se trata por lo tanto de una práctica contraria a la de garantizar el principio de seguridad jurídica, que debe concebirse como la posibilidad de prever las decisiones de los poderes públicos.

“Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico”. Aquí el Ingenioso Hidalgo proclama la igualdad de todos ante la Ley, sin distinción.

Lo que Don Quijote reclama es el respeto a la certeza del derecho, pues la justicia no puede admitir depender del capricho de los que gobiernan, sino sólo de una norma clara y precisa. “La inexorabilidad de la ley no puede ceder a los dictados del corazón”.

“Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo”. El juzgador debe proceder con el equilibrio suficiente para no castigar al inocente y eximir al culpable.

“Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia”. Don Quijote pretende que se pueda manejar la Ley con misericordia, lo que permite adoptar decisiones equitativas, rechazando que dichas decisiones puedan responder a motivos espurios, como la aceptación de dádivas.

“Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones”.En este consejo destaca, especialmente, la necesidad de respetar la dignidad del reo, máxime en una época en la que lo normal era que la ejecución de las penas fuera acompañada de la infamia y la deshonra públicas, exponiendo a los condenados al escarnio y a la burla.

DON QUIJOTE DE LA MANCHA COMO MEDIADOR

Este sentido ideal de la justicia de Don Quijote le llevó, como caballero andante, a ejercer una profesión, cuya función no era otra, sino valer a los que poco pueden, vengar a los que reciben tuertos y castigar alevosías (I, 17); perdonar a los humildes y castigar a los soberbios (II, 52) y ofrecer su brazo en las más peligrosas aventuras que la suerte le deparara en ayuda de los flacos y menesterosos (I, 13).

Para conseguir estos objetivos, Don Quijote se enfrenta a todo aquello que considera injusto y trata de ejemplarizar con lo que considera justo, para lo que, en ocasiones, asume el papel de mediador, con escaso éxito, como tendremos oportunidad de comprobar.

Su primera experiencia mediadora la ejerce Don Quijote entre un rico labrador, vecino del Quintanar –Juan Haldudo– y uno de sus criados, llamado Andrés, a quien, tras atar a una encina, su amo le azota despiadadamente, porque le perdía algunas de las ovejas que cuidaba.

Nuestro Caballero andante, después de un breve diálogo con ambas partes y, tras escuchar sus alegaciones sobre las circunstancias que habían generado ese “conflicto”; por parte del amo los descuidos de su criado y, por parte del criado, los jornales dejados de percibir durante varios meses; consigue que el amo suelte a su criado (Andrés), deje de azotarlo y jure pagarle las mensualidades que le debía (nueve meses a siete reales cada mes).

Sin embargo, apenas parte Don Quijote del lugar, el rico vecino de Quintanar, incumpliendo su juramento, vuelve a atar a Andrés a la encima y acaba de molerle a palos, mientras se mofa con sus palabras de nuestro caballero andante, que se había ido del lugar contentísimo del éxito de su intervención mediadora (I, 4).

La segunda de las mediaciones la protagoniza Don Quijote entre los galeotes y sus guardas (I, 22); tras hablar con seis de los doce forzados que componían la “cuerda de presos” sentenciados a la pena de galeras por sus delitos, trata de mediar entre éstos y sus guardas para que aquellos les suelten.

Para ello, Don Quijote argumenta que los galeotes no han cometido nada contra los guardas, manifestando que “allá se lo haya cada uno con su pecado; Dios hay en el cielo, que no se descuida de castigar al malo ni de premiar al bueno, y no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello”.

Y es que Don Quijote está convencido de que los galeotes, aunque han sido castigados por sus culpas, las penas que van a padecer son injustas, y lo pone de manifiesto con este discurso: “podría ser que el poco ánimo que aquel tuvo en el tormento, la falta de dineros de éste, el poco favor del otro y, finalmente, el torcido juicio del juez, hubiese sido causa de vuestra perdición y de no haber salido con la justicia que de vuestra parte teníades” (I, 22).

Con este convencimiento, Don Quijote decide liberar por la fuerza a los galeotes, a los que una vez libres les pide un imposible, como es el de ir encadenados a presentarse ante su señora Dulcinea del Toboso.

La reacción de los galeotes es la desobedecer el mandato de Don Quijote, que acaba siendo apedreado por aquellos a quienes tanto bien había hecho. Por supuesto, los liberados huyen y continúan con sus fechorías, pues sin duda “todos iban allí por grandísimos bellacos» (I.30).

EL FRACASO DE DON QUIJOTE COMO MEDIADOR. SUS CAUSAS

Los fracasos en la actividad mediadora de Don Quijote tienen su razón de ser en su total y absoluta falta de neutralidad, que le lleva a ponerse siempre a favor de unas de las partes, impidiendo que el proceso pueda ser equitativo, cosa que no debe de hacer nunca un buen mediador, que ha de mantenerse en un plano equidistante entre las partes en conflicto.

Pero que Don Quijote permanezca imparcial cuando cree que está ante una injusticia es pedir “cotufas en el golfo», dado que se considera el auténtico adalid de los valores de la justicia, siendo su desconfianza hacia ésta absoluta y, no nos debe de extrañar, porque la Justicia en aquellos tiempos –Siglo XVI– se desenvolvía en un escenario de corrupción generalizada.

Lo podemos apreciar en la reflexión que hace uno de los galeotes interrogado por Don Quijote “El tercero de los galeotes respondió a Don Quijote que iba por cinco años a las “señoras gurapas”, por faltarle diez ducados, pues de haberlos tenido “hubiera untado con ellos la péndola del escribano y avivado el ingenio del procurador” (I. 22).

En todo caso, es preciso decir en defensa de las nefastas acciones mediadoras de Don Quijote, que todas ellas fueron realizadas atendiendo a sus “leyes de caballería”, como queda demostrado cuando se dirige a su Escudero en estos términos “a los caballeros andantes no les toca ni atañe averiguar si los afligidos, encadenados y opresos que encuentren por los caminos, van de aquella manera o están en aquella angustia por sus culpas o por sus gracias; sólo les toca ayudarles como menesterosos” (I, 30).

CONSECUENCIAS DE LAS MALAS PRÁCTICAS MEDIADORAS DE DON QUIJOTE

Don Quijote fracasa en su actividad mediadora siempre, llegando a ser su intervención muy negativa, puesto que no solo no arregla nada, sino que lo empeora todo. El ejemplo lo tenemos en las palabras de Andrés (I, 31), el criado apaleado por su amo Juan Haldudo, que al encontrarse mucho tiempo después de nuevo con Don Quijote le dice que, si él no hubiera intervenido, a buen seguro, que su amo se hubiera contentado con darle algunas docenas de azotes por sus descuidos y luego le hubiera pagado lo que le debía.

La mediación de Don Quijote le supuso al mozo, que su amo lo moliera a palos, no le pagara lo que le debía y lo despidiera de su trabajo. Esto fue lo que consiguió Don Quijote con su mediación.

Peor aún fue lo que consiguió Don Quijote con su la actividad mediadora entre los guardas y los galeotes, a los que con total desprecio a la autoridad y, tomándose la justicia por su mano, liberó indebidamente.

Esta mediación de Don Quijote le convirtió a él en un prófugo de la justicia, que casi acaba en prisión por aquellos hechos, si no hubiera sido por la intervención del Cura del Toboso, que logró persuadir a los cuadrilleros de la Santa Hermandad de la falta de juicio de nuestro caballero andante (I, 46) cuando éstos pretendían prenderle como salteador de caminos y a quienes se enfrenta Don Quijote llamándoles, nada menos, que “…ladrones en cuadri­lla, que no cuadrilleros, salteadores de caminos con licen­cia de la Santa Hermandad…” (I, 45).

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