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CDL: William Arabin, el juez más excéntrico de la historia del derecho de Inglaterra y Gales (y II)

CDL: William Arabin, el juez más excéntrico de la historia del derecho de Inglaterra y Gales (y II)
Con esta segunda entrega, Josep Gálvez completa el relato sobre William Arabin, uno de los jueces más sobrados de la historia de la judicatura inglesa y galesa.
06/6/2023 06:31
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Actualizado: 06/6/2023 08:47
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Adelantado a su tiempo y gracias a su ojo clínico, el ‘Serjeant’ Arabin era un amante de los juicios más que rápidos, sin duda por aquello de no estar perdiendo el tiempo con interrogatorios y pruebas si está claro que el acusado es culpable.

De hecho, es sabido que Arabin se vanagloriaba de poder resolver los casos casi inmediatamente gracias a su buen olfato.

Así, en el asunto “R. v. Coppin (1833) P.P.”, durante una audiencia, se dirigió al ‘barrister’ responsable de los señalamientos de la fiscalía, el señor Jonas:

Ahora, Sr. Jonas, ¿por qué pospuso este caso? Puedo juzgarlo en cinco minutos; y le llevaría a cualquier otro juez, sea quien sea, ¡dos horas! (‘Now, Mr Jonas, why did you put off this case? I can try it in five minutes; and it will take any other judge, whoever he may be, two hours!).

Es más, en una ocasión le dijo a un testigo:

Ahora, piense: Nosotros nos sentamos aquí día tras día, año tras año, hora tras hora, y podemos ver a través de un caso en un momento” (‘Now, mind: We sit here day after day, year after year, hour after hour, and we can see through a case in a moment.’)

Uno de los casos más famosos de la insólita capacidad de este juez tan sobrado nos lo cuenta H.B.C. en el asunto “R. v Buckely and Robinson”, también recogido en el famoso ‘Arabiniana’.

Al parecer, un acusado llamado Buckley fue acusado de robar un pañuelo con otro, y sin tener medios para pagarse a un ‘barrister’, se le concedió el derecho a defenderse a si mismo en el juicio.

Cuando llegó el turno de interrogar al único testigo, Buckley le preguntó directamente si le había visto en algún momento con el pañuelo, a lo que el testigo dijo con toda sinceridad que no, que no lo había visto con el dichoso pañuelo.

Pero lejos de la absolución, en ese mismo acto, Arabin declaró a los acusados culpables y los condenó a pasar una larga temporada en la sombra.

Tras dictar la sentencia ‘in voce’, el ‘Serjeant’ se dirigió a Buckley y le dijo:

— ¡En el momento en que escuché su pregunta, supe que ambos eran unos curtidos ladrones, unos carteristas habituales! (‘The moment I heard your question, I knew that you were both practised thieves —common pickpockets!’).

Se pueden imaginar la cara que se le quedaría a Buckley.

TENÍA UN OJÍMETRO PARA DETECTAR CHORIZOS Y MANGUIS

Pero eso no era todo, ya que además de un ojímetro excepcional para detectar a chorizos y manguis de medio pelo, Arabin también tenía supuesta memoria de elefante para recordar las jetas de los acusados.

Así, en otra ocasión, durante una de las audiencias, el ‘Serjeant’ creyó recordar a uno de los imputados y le dijo:

No es la primera vez que veo su cara, joven caballero, y que usted ha visto la mía. Sabe muy bien que nos hemos visto antes.

Y el acusado le contestó:

No, es la primera vez que estoy aquí, Su Señoría. Ruego que tenga piedad, Milord.

A lo que Arabin le replicó:

No me diga eso. ¡No puede engañarme!

Dirigiéndose entonces al ‘barrister’ de la acusación, Gaoler, le preguntó:

Ese rostro me es muy familiar. Gaoler: ¿Sabéis algo de este joven?

Y Gaoler contestó:

¡Oh!, sí, mi milord; es un chico muy malo, un amigo habitual de ladrones. Ha sido muy maleducado, milord. Su madre tiene una casa de mala reputación en Whitechapel!

Encantado de ver confirmadas sus sospechas, Arabin dijo congratulándose:

Ah, sabía yo que tenía razón. Estaba bastante seguro de que su cara me era bien conocida.

PREJUICIOS CLASISTAS

El problema era que esas conclusiones estaban basadas en los prejuicios clasistas y en la supuesta infalibilidad del Juez Arabin y no por la realidad de los hechos, dado que además tenía más dioptrías que Rompetechos.

En otro asunto, R. v. Anon de 1826, sucedió algo parecido cuando el acusado alegó en su defensa para no ser enviado a Australia que nunca había estado en el famoso Tribunal Penal Central, el ‘Old Bailey’.

Pero Arabin le replicó:

Es inútil negarlo, le recuerdo perfectamente.

El acusado dijo entonces:

Quise decir que nunca había sido deportado.

Arabin, con una sonrisa maligna concluyó el diálogo:

¡Entonces lo será ahora! (“Then you shall be now!).

Otra simpática anécdota nos la ofrece el asunto R. v. Parish Dighton A.P. de 1835, al inicio de un interrogatorio a un testigo donde, evidentemente, Arabin ya tenía claro el resultado del caso y formulaba él directamente las preguntas para acabar antes:

¿Alguna vez compró un caballo al acusado?

A lo que el testigo contestó:

No.

Extrañado por la respuesta, Arabin volvió a preguntar:

Entonces, ¿no le pagó usted un billete de cinco libras por ese caballo?

En ese momento se levantó de su asiento el ‘barrister’ de la defensa y dijo al juez:

Payne, por el acusado. Estoy a punto de presentar…

Sin esperar a que acabara la frase, Arabin le soltó:

No puedo oírle: Sé lo que está a punto de decir ¡Y es algo monstruoso y absurdo! (“I cannot hear you. I know what you are about to say; and it is so monstrous and preposterous”).

Telita con Arabin.

TENÍA MANÍA A ACUSADOS DE ZONAS POBRES DE LONDRES

Es bien sabido que el ‘Serjeant’ tenía especial manía a aquellos acusados procedentes de determinadas zonas pobres de Londres u otras poblaciones, quienes pasaban automáticamente a ser unos mangantes a los ojos de este juez. 

Por ejemplo, en el asunto ‘R. v. Brown’ de 1832, Arabin dejó claro que hay personas destinadas al crimen y lo demás son tonterías.

Así, al principio de la vista judicial y mientras iniciaba la explicación del caso al jurado, el ‘Serjeant’ les dijo:

Este es un caso de Uxbridge. No dirá ni una sola palabra, ya que ¿Puede alguien dudar de la culpabilidad del prisionero? (‘This is a case from Uxbridge. I won’t say a word, as can any one doubt the prisoner’s guilt?’)

Se pueden imaginar cuál fue el veredicto de este pobre desdichado.

Claro está que, aun sabiendo el tipo de horror que era Arabin y cómo las gastaba, durante alguna audiencia, los ‘barristers’ no desaprovechaban la ocasión de poner cierta pincelada de humor.

Este es precisamente lo que sucedió durante la vista celebrada en el asunto ‘R. v. Harris’ de 1834 A.P.  durante la cual hubo un guiño entre los abogados de la defensa y de la acusación.

Cuenta la anécdota que al inicio de la vista se informó al Juez que los ‘barristers’ Phillips y Clarkson habían alcanzado un acuerdo y que el acusado se reconocía culpable (‘pleaded Guilty’).

Arabin se dirigió entonces al ‘barrister’ de la defensa y dijo:

Señor Phillips debe entender claramente que yo sé nada de este acuerdo.

A lo que el barrister dijo:

— Sí, milord; queda perfectamente entendido que su señoría no tiene ni idea.

Y Arabin concluyó:

¡Por supuesto que no!

Me imagino a Phillips y Clarkson unas pocas horas después riéndose a carcajadas en algún pub cercano al tribunal mientras se tomaban unas pintas a la salud del juez con más malas pulgas de su época y que ha pasado a la posteridad por su absurdas decisiones.

En fin, con esto nos despedimos ya del ‘Serjeant Arabin’, no sin antes contarles quién se ocultaba tras las iniciales H.B.C. y de lo cual tenemos noticia gracias a Sir Frederick Pollock.

De hecho lo tenemos incluso en una tarjeta de un alumno de Pollock en la Universidad de Oxford, que encontré por casualidad en un viejo y polvoriento volumen en la que se dice textualmente:

— Sir Frederick Pollock nos ha dicho esta mañana que el autor de ‘Arabiniana’ era H.B. Churchill, 20/11/33 (‘Sir Frederick Pollock told us this morning that the author of Arabiniana was H. B. Churchill. 20/11/33’).

Poco más sabemos de este ‘barrister’ del ‘Temple’ londinense y a quien le debemos tantas risas por haber recogido las absurdas máximas del Juez William Arabin.

Hasta la semana que viene, mis queridos anglófilos.

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