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Una modernidad líquida y una Justicia desafiada

Una modernidad líquida y una Justicia desafiada
El columnista, Juan Perán, letrado y delegado del Sindicato de Abogados Venia. reflexiona en este artículo sobre los nuevos fenómenos sociales a partir de la ideología política predominante y la respuesta que la justicia está dando en algunas situaciones.
30/6/2023 06:30
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Actualizado: 30/6/2023 11:33
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“El prejuicio es hijo de la ignorancia»

(William Hazlitt)

Abordaba en la primera parte de mi artículo Ideología social y sesgos en la Justicia, la asfixia que sufrimos la gente “normal” por los defensores de la “diversidad”. Los que se autodenominan tolerantes combativos por la libertad como fin y contra los que ellos consideran intolerantes, o sea, el resto.

Combate que libran mediante la acusación de practicar justo aquello de lo que acusan, el «odio», con el empleo de calificativos como «machista», «xenófobo», «racista», «fascista», «enemigo de los animales», «hetero-cromañón» y otras lindezas.

Vivimos en una sociedad liderada por ofendiditos niños de cristal, intolerantes con todo lo que no se lleve bien con su modernidad, aún a costa de la libertad que paradójicamente dicen defender. La misma que con sangre, sudor y lágrimas conquistaron, durante décadas de sufrimiento, sus padres y abuelos.

Hablo de los «niñes ofendidites» y en general de los «progres» que se ofenden con todo y por todo. Porque sí, porque no, por nada y por si acaso. Casi siempre con todo aquello que no sea lo que ellos piensan y defienden, cuestionando por sistema, la autoridad.

El resultado de este panorama social provoca, a mi entender, un triple efecto grave y muy pernicioso:

  1. La falta de respeto hacia el disidente. Todo aquél que se atreve a ir contracorriente de lo políticamente establecido como “correcto” es censurado.
  1. El aniquilamiento de la libertad. La sana libertad de disentir ha sido extinguida. Somos cada día menos libres.
  1. Cuestionamiento de la ley y de la autoridad. Las leyes pueden ser consideradas injustas y entonces la obligación de cumplirlas, se relaja.

Hablo de todo el entramado ideológico impuesto en los últimos años desde el poder político instaurador de la conciencia del bien y del mal que dicta la ideología “progre”; de la descalificación y la criminalización por parte de los adalides de la “libertad como fin”; de la condena a “muerte civil“ de todos los que no comulgan con esa ideología.

En concreto, por citar solo alguna de sus manifestaciones, me refiero al empoderamiento femenino a costa de la humillación del hombre y la extinción del macho; la exaltación de la cultura de la muerte con políticas extremas de aborto libre y eutanasia asistida; la ideología del multigénero (52 según la ONU); la abolición de facultades del derecho de propiedad en lo relativo a la vivienda; la imposición de la obligada reverencia y protección a los animales hasta el absurdo de no poder librarnos de una rata; del derecho de los niños a tener una sexualidad propia, etc.

Todas, situaciones que están llegando a los tribunales para ser juzgadas por jueces también muchos de ellos impregnados de esa forma de pensar.

Porque no solo se ha promulgado en los últimos años una ingente normativa con base en esa ideología (ley violencia de género, ley de eutanasia, ley de protección animal, ley trans ley de vivienda, ley de restauración, etc.), sino que, además, el resto de normas y principios se interpretan y aplican en relación con ese contexto y realidad. La del tiempo en que son aplicadas.

Y ya vemos que los tiempos, son los que son… los de una «modernidad líquida» cuya arquitectura ha prescindido de los principios y valores vigentes desde hace siglos.

Solo por poner un ejemplo de esa reinterpretación perversa, citaré de pasada el «principio de presunción» de inocencia, el cual, ha sido en la práctica diluido o laminado en el enjuiciamiento de muchas causas y que daría para un artículo completo.

Vivimos en una sociedad donde el pulso ideológico actúa de continuo mediante una manipulación social construida sobre la base de absurdos como, por ejemplo, que un hombre puede declararse mujer e inscribirse así con una simple declaración ante el Registro Civil, sin documento médico o psicológico que lo sustente. Quizá pronto también podrá declararse árbol, mueble, nube o montaña, solo por ser ese su «sentimiento personal».

¿Dónde puede llevarnos todo este contexto político, social, legislativo y judicial?

Pongo un ejemplo absurdo, pero que puede servir para entenderlo. Yo, que tengo 59 años, y me siento física, emocional y mentalmente como si tuviera 25, me pregunto si siendo esa la edad que «yo siento» que tengo, podría esto habilitarme para solicitar el carnet joven y el bono juvenil de los 400 euros para video juegos y, por qué no, la ayuda para el alquiler de una vivienda.

O mi vecino que, con 50 dice sentirse muy ajado, añoso y castigado por la vida, quizá podría alegar que al sentir como si tuviera ya los 66 años, podría solicitar su pensión de jubilación.

Porque lo importante hoy parece ser que es el «sentimiento» y la «opinión personal».

Y todo este absurdo, con base en la libertad de cómo se «percibe» cada cuál, cómo se define a sí mismo y por el obligado respeto a la individualidad, la opinión y, sobre todo, los sentimientos de ellos, ellas y “elles”.

Los sentimientos son lo primero. Si son importantes los de gallinas, vacas y peces, ¿cómo no considerar los de los humanos?

Pero ojo, nuestros sentimientos se protegerán, siempre que concuerden con las opiniones de la ideología social imperante. Si no es así, tus sentimientos no valen.

Si yo me siento y declaro orgullosamente «heterosexual», soy un defensor del patriarcado y un fascista.

Pero, por ejemplo, si yo digo que me siento un árbol, es que soy un ser más evolucionado. Si practico el «poliamor» soy más amoroso y menos egoísta que si pido fidelidad a mi pareja de por vida.

¿Quién es nadie para decirme a mí que yo no puedo ser lo que yo quiera, cuando el poder político sostiene que poder «sentirme como yo quiera» es mi derecho? Quien lo discuta y quiera defender valores y principios tradicionales es un carca retrógrado.

¿Qué inconveniente hay en poder ser lo que uno quiera, si ya se reconoce y se obliga a respetar que una persona pueda sentirse y definirse, por ejemplo, como de «género no binario», «transmasculino», «intergénero», «berdache»; la ministra de Igualdad habla de «mujeres sáficas», «bolleras», «omnisexuales», etc. Solo por mencionar algunos de las más de 50 condiciones sexuales reconocidas por la ONU.

El que ose discutirlo podrá ser considerado incurso en conductas de odio.

O sea, estamos en lo que yo denomino la doctrina de la cosmética L´Oreal que proclama en su anuncio: yo soy lo que soy “porque yo lo valgo” y “porque yo lo digo”, que añado yo.

Porque lo dice una ideología empeñada en decirnos lo que tenemos que «pensar» , «decir» y «hacer». Una ideología que ha enfrentado a mujeres contra hombres, humanos contra humanos; animales contra humanos y creado conflictos de derechos e intereses donde nunca antes los hubieron.

Y claro, todo esto ha llegado y afecta también como no, a nuestra justicia, la cual tiene que entrar a valorar y decidir situaciones que hace menos de quince años eran impensables.

Ideología que afecta a los individuos y a sus relaciones sociales de convivencia.

Voy a citar algunos ejemplos recientes de lo que hablo y un asunto propio.

De ellos, para intentar ser ecuánime, refiero un par que se han resuelto en favor de la libertad y la justicia y otros que no lo han sido, o no tanto, o siguen martirizando a sus desgraciados protagonistas.

LOS ASUNTOS DE DENUNCIAS FALSAS POR MALOS TRATOS

Pongo como ejemplo el reciente y desgarrador relato de un policía nacional acusado por su exmujer de maltrato y abuso sexual a sus propios hijos, a los que lleva más de 2 años sin ver.

«O te callas o les violo delante de ti y tú miras», aseguró ante los agentes la mujer, quien acusaba al padre de haberle dicho eso delante de los hijos comunes.

«¿Te imaginas lo que es tener una vida completamente normal y que, de un día para otro, tu pareja te acuse de algo tan grave? Han destrozado mi vida y la de mis hijos», relata Juan, de profesión policía y protagonista de esta tristísima historia.

Basta la palabra de una mujer para cargarse miles de tratados de doctrina y jurisprudencia sobre la «presunción de inocencia». Es lo que está ocurriendo a diario en muchos juzgados de violencia de género. La inversión de la carga de la prueba: yo te acuso de un delito y tú debes ser quien prueba su inocencia.

Mujeres con presunción de veracidad y hombres con presunción de culpabilidad. Basta una acusación para que la pesada maquinaria de la justicia comience a funcionar y aplaste al que pille por medio.

La consecuencia de ese proceder de algunas mujeres es el calvario y la denigración más absoluta de los hombres destrozados por ese actuar y de muchos hijos, víctimas inocentes. La mujer acusa y la ley y el sistema hacen el resto, en muchas ocasiones con consecuencias graves e irreparables.

En el caso citado y con la aplicación de la Ley de Violencia de Género, Juan no ha vuelto a ver a sus hijos desde hace más de dos años.

Después de una tortuosa investigación, el juez ha decretado el sobreseimiento de la causa y a la mujer, pese a quedar acreditada la absoluta falsedad de sus acusaciones, no le ha pasado nada.

Ahora, sin embargo, al existir denuncia previa, el padre debe pasar una prueba psicosocial para la que tendrá que esperar un año más, tiempo en el que no podrá todavía ver a sus hijos.

Además de la horrible situación sufrida, este padre vive con el temor de que sus hijos siendo tan pequeños puedan llegar a olvidarse de él, miedo que se le acrecienta porque ha conocido que su expareja ha decidido trasladarse a una nueva ciudad, perdiendo así Juan toda posibilidad de acceder, cuando menos, a una custodia compartida.

LA CONDENA DE PALABRA Y LA ESTIGMATIZACIÓN SOCIAL DE INOCENTES

Hablo ahora de la todavía ministra de “Igual-Da” y sus ataques a un padre inocente.

Recientemente, el Tribunal Supremo ha condenado a Irene Montero, la defensora de mujeres, niñas, niños, «niñes» y «ñiquiñaques», a pagar 18.000 euros a un padre calumniado.

La ministra y «miembra» del Gobierno de España acusó públicamente a un padre de ser un maltratador. Un crimen que, por supuesto no ha existido, pero acusación que serviría en su momento para justificar el indulto parcial de la madre del hijo, María Sevilla, quien había sido condenada por un delito de sustracción de menores.

Para ello, la titular de Igualdad, Irene Montero, presentó a la indultada como una de las madres protectoras que habían sufrido «la criminalización y la sospecha de la sociedad por defenderse a sí misma y a sus hijos, hijas e ‘hijes’, frente a la violencia machista de un maltratador».

Para construir su relato político que permitiese presentar a la indultada como una víctima ante la opinión pública, no dudó en pisotear la dignidad y la reputación de un buen padre, una persona honesta y trabajadora. El padre fue “condenado” socialmente y casi muerto civilmente, sin necesidad de juicio, ni de sentencia. Todo por una mera cuestión de conveniencia e interés político.

Afortunadamente el Tribunal Supremo ha puesto las cosas en su sitio y su Sala Primera ha hecho pública la sentencia que estima parcialmente la demanda de Rafael Marcos y condena a la ministra de Igualdad a abonarle 18.000 euros, borrar el vídeo difamatorio de su cuenta en Twitter y publicar el encabezamiento y fallo de la sentencia tanto en esa red social, como en un periódico de ámbito nacional. 

En la sentencia, se desmontan los argumentos de quienes pretendían descargar de responsabilidad a Irene Montero presentándola como la víctima de una persecución política y sostenían que no hubo intromisión alguna ilegítima en el honor de Rafael porque no se pronunció su nombre.

Menos mal que aquí Sus Señorías hacen hincapié en la especial trascendencia de la dimensión social de la presunción de inocencia, principio que durante ya demasiado tiempo está siendo relegado y obviado por no ir contracorriente de majaderías tales como el «hermana, yo sí te creo», que desde el ministerio de Igualdad se han afanado, con inquina, en institucionalizar.

Dos asuntos en los que la igualdad de la mujer parece ser que pasa por denigrar, someter y criminalizar al hombre.

Siempre que veo asuntos así me pregunta qué les debe pasar por la cabeza a esas mujeres. ¿No han tenido un padre? ¿Un hermano? ¿No son conscientes de que un día pueden tener un hijo varón y puede verse en una situación injusta?

La violencia machista que existe y es una lacra social repugnante que hay que combatir con todas las armas de la ley, no puede servir de sostén de una ideología que criminaliza por sistema al hombre, hasta el punto de considerarle culpable por su naturaleza.

Los hombres no son violentos y machistas “per se”. Hay hombres machistas y asesinos y deben ser castigados y en la medida de lo posible, reeducados.

Continuará…

Juan Perán tiene una web llamada Artículos Disruptivos. Puede acceder a ella pinchando aquí.

Otras columnas de Juan Perán:

Criterios de honorarios, tasación de costas, jura de cuentas y libre competencia

La colegiación de los abogados no es obligatoria en algunos de los países más importantes del mundo

Ideología social y sesgos en la Justicia (I)

Ideología social y sesgos en la Justicia (II)

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