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CDL: Algunos problemas de Derecho Internacional Privado sobre el polémico caso de los herederos del Sultán de Sulú contra Malasia (III)

CDL: Algunos problemas de Derecho Internacional Privado sobre el polémico caso de los herederos del Sultán de Sulú contra Malasia (III)
Sobre estas líneas Kabir Bedi, que interpretó a Sandokan, el "Tigre de Malasia", personaje de Emilio Salgari, quien surcaba las aguas del sultanato de Sulú; los descendientes protagonizan el conflicto que derivó en un arbitraje internacional que relata Josep Gálvez en esta tercera entrega.
04/7/2023 06:31
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Actualizado: 03/7/2023 23:20
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Los que peinan canas seguro que recordarán con cierta nostalgia a Sandokán, una entrañable serie italiana de televisión de 1976 que, con ciertas licencias, recreaba las famosas novelas de Emilio Salgari.

En sus aventuran, el barbudo Sandokán, interpretado por el inolvidable Kabir Bedi, era un príncipe malayo que bajo el apodo de “El Tigre de Malasia”, luchaba contra el “Rajá blanco de Sarawak,

El Rajá blanco era un malvado inglés llamado James Brooke, representante del Imperio Británico (encarnado en la serie por el gran Adolfo Celi) interesado en los recursos naturales del país, ofreciendo a cambio protección frente a los piratas.

De momento quédense con este nombre, James Brooke, que luego volverá salir.

Curiosamente, y como me recuerda acertadamente mi amigo Paco, para sus novelas Salgari se basó en la sorprendente vida de Carlos Cuarteroni.

A pesar de su apellido, Cuarteroni fue un marinero gaditano del siglo XIX eso sí, hijo de italiano y española quien, tras innumerables peripecias en Asia, un día decidió coger los hábitos y estableció las primeras misiones católicas en el Norte de Borneo.

Pero lo cierto es que los españoles ya estuvimos mucho antes por ahí.

O al menos lo intentamos.

LA DIFÍCIL RELACIÓN DE ESPAÑA CON LOS SULTANATOS DE BRUNEI Y SULÚ

Si viajamos con una máquina del tiempo al Borneo del siglo XVI, lo que veremos es que el Islam se extendido en el norte de la isla, erigiéndose el Sultán de Brunei como el poder indiscutible y a la mayor gloria de Alá.

De hecho, el Sultán de Brunei es tanto el soberano absoluto del norte de Borneo como además, del archipiélago de Súlu e incluso parte de Filipinas.

¿Y quienes andaban entonces por Filipinas?

Pues efectivamente, los muy cristianos, católicos, apostólicos y romanos españoles.

Será tal el cariño que surgirá entre el Sultán y España que, a mediados del siglo XVI, los habitantes de Brunei y Sulú atacarán con furia los distintos asentamientos españoles en Filipinas, arrasándolo todo a su paso.

A su vez, los españoles, sedientos de venganza, saquearán e incendiarán el mismo Brunei en 1645, llevando a un gradual declive del exuberante Sultanato que antaño fue admirado por nada menos que Antonio Pigafetta, el famoso cronista en las expediciones de Magallanes.

Y esta es más o menos la misma situación con la que llegamos al siglo XIX.

Lo interesante es que la decadencia del Sultanato de Brunei lleva a que Sulú alcance un estatus de región independiente y con otro sultán a la cabeza, algo que en Madrid no gusta ni un pelo.

De hecho, durante todos estos años los intereses españoles pasarán por tratar de conquistar las islas de Sulú desde Filipinas ya que son la puerta de entrada a Borneo.

No lo conseguirán.

A pesar de las numerosas expediciones militares, lo único que alcanzarán será establecer una guarnición permanente en Zamboanga, frente a las islas Sulú, desde donde ansían acceder a Borneo.

SULÚ, LA FAVORITA DEL SULTÁN, DE LOS BRITÁNICOS Y DE LOS ESPAÑOLES

Pero las cosas tampoco estaban muy finas al otro lado.

Como en la canción de Medina Azahara, Sulú se convertirá en la favorita del sultán y será disputada entre los distintos herederos del sultanato de Brunei, enzarzándose en sucesivas guerra locales por apoderarse de la zona.

Finalmente se alzará victorioso un tal Muaddin, quien establecerá su poder gracias a los soldados de Sulú, quienes al parecer tenían bastante mala leche y repartían tortas con gran habilidad.

Y con esto que llega a Borneo un viejo amigo nuestro, Mr Alexander Dalrymple, el representante de la muy británica East India Company.

Como recordarán de la semana pasada, desde finales del siglo XVIII las empresas británicas habían llegado desde China para establecer numerosos pactos comerciales con los gobernantes, como el Sultán de Sulú.

Y si no, siempre cabía la alternativa de los cañones de Su Graciosa Majestad Británica para ayudar a decidirse, claro está.

Entre los que acuden a Borneo, es interesante lo relatará el capitán Savage Trotter, también de la East India Company a su vuelta a Londres.

Como parte de su rendición de cuentas ante los accionistas de la compañía, el 24 de diciembre de 1769 Trotter explica a los inversores que los negocios en la zona iban viento en popa dado que este Sultán era “extremadamente solícito a que se efectuase un asentamiento de ingleses en alguna parte de su dominio como equilibrio contra el poder de los españoles.”

SALA DE JUNTAS DE LA EAST INDIA COMPANY
“The Court Room”, la sala de juntas de los administradores de la East India Company donde los responsables como Trotter daban cuenta de sus actuaciones.

Y es que, a diferencia de los intereses privados ingleses a quienes la cuestión religiosa se la traía al pairo mientras les aseguraran la explotación económica, las pretensiones públicas españolas pasaban por la eliminación del sultanato «manu militari».

Lógicamente esto llevó al enfrentamiento.

ESPAÑOLES E INGLESES ENFRENTADOS A PROPÓSITO DE SULÚ

Nos lo explica con todo lujo de detalles el profesor Leigh Wright de la Universidad de Hawaii-Manoa, entre otros, en un fantástico artículo llamado ‘Historical Notes on the North Borneo Dispute’ publicado en ‘The Journal of Asian Studies’, en una edición de mayo de 1966.

Según cuenta, las primeras escaramuzas entre el Gobierno español en Filipinas con los Británicos vinieron a consecuencia de James Brooke.

En efecto, es el mismo James Brooke que Salgari había inmortalizado en sus novelas de Sandokán y que realmente existió y fue el Rajá representante de Gran Bretaña en los acuerdos alcanzados con el Sultanato de Sulú.

Según cuenta Wright, cuando en España se enteraron de que el Sultán había establecido acuerdos con James Brooke, decidieron mandar a toda prisa unos buques de guerra para someter y castigar al díscolo gobernante.

Así, a finales de 1850 aparecieron por Sulú unos barcos a vapor armados con cañones al mando del Marqués de la Solana, quien consiguió destruir la capital, obteniendo así la capitulación.

Es entonces cuando el Sultán, muy cuco él, se las pira a Filipinas para pedir clemencia al gobierno español aceptando someterse a la soberanía de España.

La cuestión es que, a pesar de firmar un nuevo tratado con España, en cuanto se sintió a salvo del puño de hierro español, el sultán se fue a buscar a los casacas rojas para decirles que seguía siendo independiente, solicitando su protección.

No obstante, mientras los ingleses esperaban en Londres a las correspondientes ratificaciones del tratado del Sultán con Brooke, el ‘Foreign Office’ no vio el asunto muy claro y decidió ponerse en contacto directamente con Madrid.

Me imagino que debió ser una comunicación al mejor estilo de Miguel Gila.

El problema era que, mientras Gran Bretaña se negaba a reconocer la soberanía española sobre Sulú, desde España se seguía insistiendo en lo contrario.

Así que, haciendo uso de la famosa flema británica, por cierto muy próxima a la parsimonia gallega, los diplomáticos ingleses decidieron “dejar dormir” el asunto.

Según afirmó Lord Howden, el entonces responsable de la Embajada británica en Madrid, este asunto “tocaba las sensibilidades del gabinete español” (‘[It] touched the sensibilities of the Spanish cabinet’).

Se pueden imaginar a qué sensibilidades se refería Lord Howden.

Pero por si todo esto no fuera suficiente, fue entonces cuando en España se les ocurrió una idea absolutamente brillante:

¿Por qué no aprovechamos los barcos de guerra que ya tenemos en esas aguas y cerramos el archipiélago de Sulú al comercio exterior mediante un bloqueo naval?

Y vaya si lo hicieron.

El problema es que el cerco de España fastidió también a los alemanes, quienes vieron gravemente interrumpidos sus negocios en el archipiélago.

Total que Alemania se unió a Gran Bretaña para tratar el asunto ante España y de ello resultó un protocolo, de fecha 11 de marzo de 1877, reconociendo ambos países “una esfera de influencia española en el archipiélago de Sulú”.

Pero no de soberanía, nada.

En fin, tenemos que dejarlo ya aquí pero recuerden que sólo un año después, en 1878 el Sultán de Sulu concederá mediante el dichoso acuerdo los derechos de explotación en Borneo del Norte a von Overbeck y Dent y que años después dará lugar al polémico arbitraje.

La semana que viene seguiremos este fascinante caso.

Hasta entonces, mis queridos anglófilos.

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