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La fatídica edad de los 12 años en los procesos de familia

La fatídica edad de los 12 años en los procesos de familia
José Luis Sariego Morillo, experto en derecho de familia aborda la situación en la que el menor tiene que declarar ante el juez.
16/7/2023 06:30
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Actualizado: 16/7/2023 01:53
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En este pequeño artículo pretendo exponer algunas reflexiones e ideas que nos hagan pensar y comprender cómo siente un niño cuando se enfrenta al dilema judicial de la exploración de menores. En definitiva, cuando se le dice “que el juez quiere hablar contigo”.

Como sabemos todos, las leyes establecen desde hace tiempo esa idea: el derecho del menor a ser oído.

El artículo 92.6 del Código Civil, los artículos 770.1.4ª  y 777,5 de la Ley de Enjuiciamiento Civil y el artículo 9 de la Ley de Protección Jurídica del Menor lo establecen así, aunque con un criterio no unitario.

El Tribunal Constitucional ya lo dijo en su sentencia de 163/2009.

Pero veamos qué está pasando en los últimos años sobre este derecho del menor a ser oído.

Estamos viendo a niños decir que su padre o su madre les pega, o abusa de ellos, o que tienen miedo a su padre o a su madre.

Niños a los que se les convence para decir determinadas cosas inciertas contra un progenitor.

Niños que dicen: “es que no me quiero ir con mi padre/madre” en los regímenes de visitas o custodias.

Se les enseña a los niños de que no hay que obedecer ni respetar a su padre o a su madre, ni las visitas con él o ella y que tiene que decir que le tiene miedo a su padre o a su madre.

El progenitor que apoya la idea de dar el poder de decisión al niño, de no ver a su padre o a su madre, es un progenitor que está enseñando al niño a no cumplir con sus obligaciones como hijo, que vienen dadas por imperativo legal ex artículo 155 del Código Civil (CC).

Así, el niño aprende a no respetar a su padre o a su madre, al o a la que no quiere ver, sembrando así la idea en la mente del niño, de que no hay que respetar las decisiones de los mayores.  

EL NIÑO CRECE CREYENDO QUE ES LEGÍTIMO NO RESPETAR A LA AUTORIDAD

No es extraño que el niño crezca creyendo que, si no hay que respetar la decisión judicial de cumplir la “visitas” con el otro progenitor, acabe creyendo que es legítimo no respetar a la autoridad de cualquier tipo, sea maestro, profesora, juez, policía, etc.

Estamos viendo de forma frecuente que, en situaciones donde existe una voluntad de ruptura de los vínculos paternales y maternales de un niño por parte de uno de sus dos progenitores, que tras un periodo de cierta calma y tras una ruptura de pareja conflictiva, cuando el menor se acerca a la edad de 12 años, es cuando surgen actitudes e iniciativas desvinculadoras por parte del padre/madre perturbador, con la manifestación de un repentino rechazo del niño a mantener su relación con el otro progenitor.

Y todo esto está pasando porque existe la errónea creencia de que: “con 12 años, los niños pueden decidir con qué padre estar y verlo o no verlo si así lo quieren”

El terrible mensaje que están recibiendo estos niños de forma directa o indirecta por el progenitor obstruccionista y controlador es: “hasta ahora te has ido con él/ella porque eras pequeño/a y estabas obligado/a, pero ahora ya puedes decidir tú. Si te vas es porque tú quieres y porque en el fondo es una forma de decirme que no me quieres a mí. Ahora tienes que elegir…” (Bronchal, J 2020).

El menor suele ceder a este conflicto emocional (conflicto de lealtades), posicionándose al lado del progenitor que emplea esta forma de educar (rechazo al otro) y usando el mecanismo de defensa psicológica de “identificación con el agresor” que tanto vemos en mujeres maltratadas, las cuales no sólo llegan a justificar las actitudes de su maltratador, sino que se sienten “responsables” de las agresiones que sufren (algo habré hecho mal).

Al final el menor termina cediendo y concluirá pensando que mi “otro padre (el alejado) siempre me va a querer, porque no me exige que elija entre uno y otro, pero este progenitor no (el que exige que elija), si no hago lo que me pide”.

Suele ocurrir lo que la psicóloga británica Karen Woodall, experta en estos temas, llama división psicológica del niño.

SIMIENTE PARA TRASTORNOS PSICOLÓGICOS DE MAYOR

Esto es, que el niño recibe amor de sus dos figuras parentales, porque el niño siente que es parte de cada uno de sus progenitores y se le obliga a que una parte de él mismo luche contra la otra y decida.

Esta situación es una simiente psicológica que dará lugar a que ése menor desarrolle algún tipo de trastorno o desajuste psicológico en su adultez.

En mi opinión, es poner al niño en la tesitura de decidir sobre dos opciones:

 1ª.- Siento que mi padre (o madre) me ofrece un amor incondicional.

2ª.- Siento que el otro progenitor me ofrece un amor condicional.

¿Qué opción elijo?

Los niños necesitan sentirse queridos y amados por sus padres, y un niño sometido a dicho dilema elegirá ir y ponerse del lado del progenitor que condiciona su cariño al que se lo ofrece de forma incondicional. Porque cuando un niño elije al progenitor que lo condiciona, lo que quiere es ser amado por ese progenitor y hará lo que sea para ser amado. Incluso mentir.

Esto es así.

Lo vemos a diario en los Juzgados de familia y en los de instrucción.

Los estudios del «Children and Family Court Advisory and Support Service» (CAFCASS) británico –Servicio de asesoramiento y apoyo de los tribunales de menores y de familia– nos recuerdan que los nuevos ciudadanos que han crecido bajo esta creencia de que ellos, de niños, podían decidir qué hacer en estos casos, se desarrollan con una personalidad más cercana a los “antisistema” y tengan graves problemas de absentismo escolar, aislamiento social y problemas médicos por somatización.

No es extraño que los que fueron un día hijos del divorcio, bajo estas condiciones medioambientales (falta de respeto a las resoluciones judiciales y decisiones parentales) sean hoy personas difícilmente respetuosas con el resto de la sociedad.

Por ello, siempre alego que el juzgador debe tener en cuenta a la hora de decidir sobre estos temas, que se tenga en cuenta qué progenitor respeta resoluciones judiciales y transmite al hijo el respeto a las decisiones de los adultos que la rodean (sean su padres , profesores o jueces), y cuál no.

NIÑO EMPERADOR

Recuerdo siempre en mis alegaciones que aceptar que un niño no obedezca una decisión judicial contraviene la Ley Orgánica de Protección Jurídica del Menor (LOPJM) de 1996 (reformada en 2015) recoge en su artículo 9 bis los deberes de los menores.

O el artículo 9.ter y unos cuantos más.

A pesar de todo ello, vemos muchas veces que es el menor quien toma el control de la situación, convirtiéndolo en un niño emperador o empoderado.

El niño es quien decide cómo y con quien vivir. Adolescentes o preadolescentes que deciden no ver a un progenitor porque éste le pone normas de convivencia y límites. Adolescentes que prefieren vivir con el progenitor que les permite todo o casi todo.

Así estamos presenciando multitud de casos de fracaso escolar o de adolescentes que sufren disonancia cognitiva y con comportamientos que son inaceptables, a los que les hemos dado aquella opción que reflejan muchos equipos psicosociales o algunos informes de fiscalías y algunas resoluciones judiciales que llegan a afirmar aquello de que:  “no podemos obligar a un niño de 14 años a hacer lo que no quiere (no ir con su padre o con su madre)”.

Precisamente en estos casos, es cuando hay que suplir y restaurar la autoridad parental y que el menor sepa que hay que cumplir con unas normas y que deben respetar a ambos progenitores.

Creo que los operadores jurídicos debemos rechazar cualquier petición de un progenitor que pide suspender las visitas o custodia del otro, que no tengan una base sólida que demuestre que el menor se encuentra en una situación de riesgo cierto.

Hacer lo contrario es tanto como quitar la autoridad parental a ambos progenitores, ya que el menor sentirá que su opinión va a misa, por encima de lo que opinen no solo el progenitor rechazado, sino también el progenitor alienado.

Pero como en la práctica judicial, muchas veces se adoptan medidas al margen de los “deseos” del niño, es frecuente que pasemos al siguiente nivel de maltrato.

Y es obligar al niño a acusar al otro progenitor de un delito grave.

Pero eso será tema para otro artículo.

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