Firmas

De una tranquila prisión a un extraño convento

De una tranquila prisión a un extraño convento
El autor de esta columna es socio director de Luis Romero Abogados y doctor en Derecho Penal.
07/8/2023 06:31
|
Actualizado: 08/8/2023 10:42
|

El taxi paró ante una barrera y me bajé dirigiéndome a una caseta de control con una ventanilla semiabierta. Esperé mostrándome seguro de que aparecería alguien para atenderme. Así fue, me identifiqué con el volante del colegio de abogados, mi DNI y mi carnet colegial escaneado.

Tras efectuar una breve llamada, el guardia nos permitió pasar ahorrándome el largo paseo a pie hasta mi destino.

Tras más de un kilómetro, el automóvil aparcó frente a un cuartel de la Guardia Civil sito junto al edificio principal de la prisión de alta seguridad. Allí pregunté a través de una ventana con una mosquitera a una señora que apareció de la nada y me dijo:

– Por la siguiente escalerilla que usted vea, a la derecha –con una voz cavernosa.

Al bajar del taxi había olvidado dejar mi móvil en el vehículo, como hacía habitualmente en mis visitas penitenciarias; pensé que tendría que volver al coche.

Eso sí, mi «trolley» de trabajo con mi ordenador Apple hube de ubicarlo en el portamaletas.

Un amable funcionario me dijo tras identificarme que podría entregarle mi iPhone a él y lo guardaría en su oficina, pero debía ponerlo en silencio. Yo hice algo más que eso y lo dejé apagado por seguridad.

En todo el recinto reinaba el silencio más absoluto, era una prisión fantasmal, allí no había nadie, estaba nublado y sólo se oían los pájaros. Además de las personas mencionadas, no vi a casi nadie más durante las casi dos horas que permanecí en el recinto penitenciario.

Aunque haya realizado muchas visitas a diversas prisiones españolas en la península e ínsulas, ésta me llamó la atención entre otras cosas porque la puerta de acceso a los locutorios estaba justo frente a la puerta al lado del funcionario que había comprobado mi identidad.

Sólo había poco más de veinte metros de un muro a otro.

Yo me veía desposeído de una buena parte de mis pertenencias, pues además de colocar mi maleta en el taxi, había dejado allí mi material de trabajo, llaves, cables, etc.

ESTÁ PROHIBIDO QUE LOS ABOGADOS LLEVEMOS TELÉFONOS MÓVILES CUANDO VISITAMOS A NUESTROS CLIENTES, EN PRISIÓN

Sin embargo, lo que más me molestaba eran las cortapisas para poder asesorar adecuadamente a mi cliente con la prohibición absurda de acceder a la cárcel con mi teléfono, que hace de ordenador para tomar notas, buscar datos, consultar la ley, etc.

Todavía pensarán que los abogados vamos a cometer algún delito con esas “armas”, vulnerándose además nuestro derecho a la presunción de inocencia.

Abrí la puerta de metal blanco y cristal de acceso a las cabinas de comunicación y de frente tenía dos locutorios con un cartel donde se leía: ”Abogados y autoridades” 1 y 2.

A la izquierda del número uno había un puesto de vigilancia con pantallas de ordenador, una televisión, etc., de mayor dimensión que las angostas dependencias destinadas a los abogados.

Tras esperar algo más de diez minutos, apareció mi cliente con un aspecto más joven del que aparecía en las fotos y me saludó al mismo tiempo que me levantaba yo de mi asiento, cruzando las primeras palabras con él de pie.

Me sentí incómodo pues parecíamos estar espiados.

Me sorprendió que los dos funcionarios que lo habían conducido hasta ese lugar permaneciesen en esa cabina de control que sólo estaba separada de la nuestra por un vidrio no demasiado grueso.

LOS FUNCIONARIOS PODÍAN OÍR LO QUE HABLABA CON MI CLIENTE

Ese cristal de esa mampara no insonorizada permitía que se filtrara parte de la conversación de la pareja de servidores públicos.

Por lo que ambos podían oír nuestros diálogos, era fácil deducirlo. Ese día, de todos modos sólo íbamos a tratar de cuestiones generales, por lo que no me preocupaba demasiado esa falta de intimidad.

No obstante, no recordaba yo ninguna visita a alguna de las muchas prisiones nacionales e incluso extranjeras en las que hubiera existido esa férrea inspección.

Mi cliente me confió que la comida no estaba mal y podía incluso repetir. Estaba solo en su celda y podía disponer de libros para leer. El trato de los guardias hacia él era bueno y le habían dado un trabajo que le gustaba.

Al salir y serme devuelto mi móvil, salí fuera del edificio escuchando de nuevo a los pájaros trinar.

¿Dónde estaba el taxi? Fui a preguntar a la ventana de la mosquitera y de la oscuridad emergió de nuevo una figura casi espectral semi oculta en las penumbras que exclamó:

– ¡Su chófer está allí enfrente un poco más a la derecha! –a la vez que señalaba con su dedo índice hacia unos aparcamientos techados. Dándome la sensación de que estaba esperando mi llegada.

Parecía como si el taxista nos hubiese oído pues comenzó a dar marcha atrás aproximándose hacia mi.

Me acomodé, activé mi IPhone y vi cómo comenzaron a aparecer nuevos mensajes de «Whatsapps», llamadas perdidas, correos, etc.

¡Pues no comprobaría todas esas comunicaciones! Por una vez veía algo bueno en esas restricciones a los abogados en las prisiones.

¡Dos horas sin mirar una pantalla! ¡Seguiría así un buen rato!

¿No trabajábamos así los abogados hace treinta años cuando no había móviles ni ordenadores portátiles? Eso sí, me llamó la atención un mensaje que decía:

– ¡Buen provecho! –el emisor no se identificaba.

Una conversación con el conductor era en ese momento más relajante que  introducirme de nuevo en el ritmo frenético del bufete. Al menos hasta después de comer.

Gracias al consejo del chófer, decidí parar en un pequeño pueblo con un parador para comer pues en la ciudad donde habría de tomar el tren de vuelta no existía un lugar adecuado para almorzar junto a una maleta y un «trolley».

PARADOR NACIONAL

Así que dejé en la recepción del parador nacional, un antiguo y gran convento del siglo XVII, mi equipaje y fui tranquilamente caminando a través de grandes pasillos hacia el restaurante pasando junto a ventanales que daban a bonitos patios ajardinados, paredes y escaleras de piedra, salones con chimenea, observando una arquitectura de estilos renacentista y barroco.

En el luminoso comedor ubicado en el antiguo refectorio del monasterio me esperaba una señora muy amable y elegí una mesa con vistas al jardín. A veces, como ese día, me gusta comer sólo, pues piensa uno en sus cosas, incluso en nada.

Y en esa tranquila y casi vacía estancia regida sólo por mujeres, como si fuesen aquellas novicias del viejo convento, éstas conversaron agradablemente conmigo, especialmente una de ellas cuya cara me resultaba familiar.

Las migas del lugar acompañadas de rodajitas de chorizo asado y torreznos, los duelos y quebrantos, junto a una buena carne asada servida con un buen rioja fresco, hicieron que mi estancia en esa posada me llevara después a un salón con chimenea para entregarme a un profundo sueño.

Era una habitación con paredes de piedra, muebles antiguos de varios siglos, elegantes y descoloridos tapices, un sofá y dos cómodos sillones en uno de los cuales me acomodé.

Abrí los ojos unos segundos al percibir cómo se abría lentamente una puerta  a mi izquierda produciendo un leve chirrido, pero sería alguien que habría desistido de interrumpir mi descanso.

UNA MONJA

Cuando trataba de volver a mis sueños, de pronto vi ante mi a una señora vestida de monja.

¡Era la mujer que estaba en penumbras tras aquella ventana de la cárcel! Y exclamó:

– ¡Disfrute usted de su libertad así como su cliente seguirá aquí por muchos años!”

De repente desapareció y apareció en su lugar el funcionario que había custodiado mi móvil mientras yo me reunía con mi cliente y exclamó riéndose:

– ¡Aquí nunca alcahueteamos en los teléfonos de los abogados! –soltando una gran carcajada que resonaba con gran eco a la vez que sus ojos se hacían más grandes.

A su lado se mostró de nuevo la joven monja riéndose a grandes carcajadas con un sonido sobrenatural.

Entonces relacioné la sugerencia del taxista para traerme al parador con su trato familiar con aquellos empleados en la cárcel y pensé:

– ¿Por qué no había nadie más en la prisión, sólo ellos?

Algo me decía que debía salir de aquella sala casi a oscuras. Saqué fuerzas de donde pude y en el momento en que intentaba incorporarme del sillón advertí que ya no había nadie ante mi, solo una ventana al fondo que daba a un jardín.

¿Había sido sólo un sueño fruto del profundo cansancio?

¿Pues qué si no?

¿O es que ya no sé distinguir entre la realidad y la ficción?

¿Es que quizás estoy tan sumergido en mi trabajo que solo sueño con él?

Otras Columnas por Luis Romero Santos:
Últimas Firmas
  • Opinión | ¿Qué ocurriría si el presidente, Pedro Sánchez, anuncia su dimisión el lunes?
    Opinión | ¿Qué ocurriría si el presidente, Pedro Sánchez, anuncia su dimisión el lunes?
  • Opinión | Sostenibilidad: un suma y sigue para las empresas
    Opinión | Sostenibilidad: un suma y sigue para las empresas
  • Opinión | Mocro Maffia y micro justicia
    Opinión | Mocro Maffia y micro justicia
  • Opinión | CDL: El pleito de M&A más complejo y largo de la Historia: La compra de Autonomy por Hewlett-Packard (V)
    Opinión | CDL: El pleito de M&A más complejo y largo de la Historia: La compra de Autonomy por Hewlett-Packard (V)
  • Opinión | Entidades especializadas en las ejecuciones civiles: la eficiencia de exportar un modelo de éxito
    Opinión | Entidades especializadas en las ejecuciones civiles: la eficiencia de exportar un modelo de éxito