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Opinión | Trump-Zelenski, diálogo bajo la Basílica de San Pedro, silencio en las concesiones

Opinión | Trump-Zelenski, diálogo bajo la Basílica de San Pedro, silencio en las concesiones
El encuentro entre el presidente estadounidense, Donald Trump, y Volodímir Zelenski, bajo la cúpula de la Catedral de San Pedro, duró 15 minutos. Jorge Carrera, abogado, exmagistrado, exjuez de enlace de España en Washington y consultor internacional, analiza las consecuencias de dicha conversación. Foto: Ukranian Presidencial Press Service.
27/4/2025 05:34
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Actualizado: 26/4/2025 19:18
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Bajo la cúpula de San Pedro, mientras el mundo despedía a un Pontífice, la diplomacia tejía sus hilos más tensos.

Quince minutos.

Ese fue el tiempo que Donald Trump y Volodímir Zelenski se concedieron en Roma, su primer cara a cara desde aquella agria confrontación en el Despacho Oval que heló las relaciones entre Washington y Kyiv.

Un encuentro «muy productivo» según la Casa Blanca, «simbólico» y con «potencial histórico» en palabras de Zelenski, pero cuya brevedad y escenario –apenas un aparte antes de un funeral de estado– invitan a una lectura más profunda y menos optimista.

¿Fue un reinicio o simplemente una pausa en la tormenta?

La solemnidad vaticana ofrecía un marco inusual, casi teatral, para un diálogo lastrado por la enorme presión estadounidense.

Washington urgía a Kyiv a aceptar un acuerdo rápido, uno que pasaba por la dolorosa píldora de concesiones territoriales, con Crimea como la «línea roja» que Zelenski no podía cruzar.

Sobre la mesa oficial, palabras nobles: «protección de vidas», «alto el fuego incondicional», «paz duradera». Pero bajo la superficie, la sombra de Crimea y las exigencias de Trump planeaban inevitablemente.

Quince minutos son insuficientes para cerrar heridas tan profundas o resolver dilemas existenciales.

«Ucrania sigue atrapada en un complejo acto de equilibrio: necesita desesperadamente el apoyo estadounidense, pero no puede aceptar una paz dictada a costa de su integridad territorial».

La cancelación de una segunda reunión prevista para más tarde ese mismo día añade más leña al fuego del escepticismo. Las «apretadas agendas» suenan a excusa diplomática cuando lo que estaba en juego era, supuestamente, poner fin a una guerra que desangra a Ucrania y desestabiliza al mundo.

Si la conversación inicial fue tan fructífera, ¿por qué no priorizar su continuación? La partida inmediata de Trump tras la misa sugiere que, o bien no había nada más sustancial que discutir, o las diferencias seguían siendo insalvables.

Mientras tanto, Zelenski desplegaba una intensa coreografía diplomática paralela, buscando refugio y refuerzo en sus aliados europeos.

Sus encuentros con el presidente francés, Enmanuel Macron, y el primer ministro británico, Keir Rodney Starmer, no fueron mera cortesía; buscaban alinear posturas, coordinar una respuesta a la presión estadounidense y fortalecer la «coalición de los dispuestos».

Europa parecía cerrar filas en torno a la necesidad de un alto el fuego incondicional y el respeto a la soberanía ucraniana, marcando un contraste, a veces sutil, a veces evidente, con la impaciencia de Washington.

Y entonces llegó el giro inesperado. Apenas unas horas después, desde el Air Force One, Trump lanzaba dudas sobre la voluntad de Putin para detener la guerra, citando ataques rusos y preguntándose si Moscú le estaba «dando largas».

Incluso mencionó la posibilidad de más sanciones. ¿Un cambio real de perspectiva influenciado por Zelenski? ¿Una táctica de presión sobre el Kremlin? ¿O simple imprevisibilidad trumpiana?

Este vaivén, tras días proclamando que un acuerdo estaba «muy cerca», solo profundiza la ambigüedad que rodea la estrategia estadounidense.

El encuentro de Roma, más allá de las fotos y los comunicados edulcorados, parece haber sido más un acto de gestión de daños y apariencias que un verdadero paso hacia la paz.

Sirvió para proyectar una imagen de diálogo tras la ruptura, pero dejó intactos los obstáculos fundamentales.

Ucrania sigue atrapada en un complejo acto de equilibrio: necesita desesperadamente el apoyo estadounidense, pero no puede aceptar una paz dictada a costa de su integridad territorial.

Roma no ha despejado las nubes de la guerra. Quizás, simplemente, nos ha recordado la fragilidad de la diplomacia cuando las «líneas rojas» se dibujan sobre mapas y la confianza se mide en minutos contados bajo la mirada de la historia.

La paz duradera que ambos líderes invocaron en la Basílica sigue siendo un horizonte lejano, y el camino hacia ella, más incierto que nunca.

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