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Opinión | CDL: “Clerks”, los que manejan el cotarro en las «chambers» de Inglaterra y Gales (I)
Josep Gálvez, "barrister" en las Chambers de 4-5 Gray’s Inn Square en Londres y abogado español, explica en esta nueva serie de dos entregas la verdadera naturaleza de los "clerks" en el sistema legal inglés. Foto: JG.
06/5/2025 05:40
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Actualizado: 05/5/2025 20:40
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Hace ya algunos años y siendo un novato, tuve el honor de ser invitado a una de las famosas cenas en el Middle Temple, una de esas veladas de etiqueta en las que los cubiertos brillan más que algunas carreras ministeriales, y donde uno se siente como el Conde de Montecristo en versión inglesa.
Recuerdo que, tras una sopa de apio incomible y un vino blanco que sólo podía justificarse por el Brexit, me tocó la suerte de sentarme junto a un venerable anciano de mirada astuta, manos nudosas y una corbata con manchas, seguramente de whisky… y dignidad.
—¿Clerk? —le pregunté, al ver su nombre en la tarjetita de mesa.
—No, hijo, EL «clerk».
Y así, tras innumerables anécdotas y chascarrillos, durante aquella noche aprendí más sobre el funcionamiento íntimo de la abogacía inglesa que en todos mis largos años de formación jurídica continental.
Porque, como los gatos, los «barristers» británicos parecen moverse por voluntad propia, pero en realidad dependen de una mano invisible que desde arriba gestiona, organiza, planifica y, a veces, hasta en ocasiones los salva del desastre.
Esa mano, como se imaginarán, es la del «clerk».
Y como en España ni siquiera sabemos que existe esta figura, permítanme hoy, y en una segunda entrega la semana próxima, desentrañar uno de los misterios más esotéricos del Derecho de Inglaterra y Gales:
El «barristers’ clerk».
O dicho de otra manera, el que realmente manda en las «chambers».
¿PERO QUÉ DIABLOS ES UN «CLERK»?
Para empezar, pongamos los puntos sobre las íes, porque, como pasa con los «solicitors» y con los «trusts», nuestro cerebro tratará de llevarlo siempre a alguna figura patria, y aquí es donde la fastidiamos.
Porque ni los unos son procuradores ni los otros son fideicomisos.
Pues aquí pasa lo mismo, porque el «clerk» ni es un secretario ni un recadero, ni siquiera un administrativo.
En efecto, el «clerk» es el auténtico director de orquesta en una «chambers».
Y de la misma manera que no hay un jardín si no hay flores, no hay «chambers» inglesa sin «clerks».
Según la célebre descripción de Sir Desmond Ackner, quien llegó a la más alta instancia judicial en la Cámara de los Lores, el «‘clerk’ es una mezcla entre agente teatral, gestor empresarial, contable, enfermera, padre confesor, recaudador de impuestos y conserje emocional”.
Sí, todo eso junto y mucho más.
Y es que, en la práctica, los «clerks» manejan el cotarro.
Son ellos quienes distribuyen los casos, negocian los honorarios con los «solicitors», planifican la agenda de los «barristers», gestionan nuestros señalamientos en los tribunales y hacen posible que las «chambers» funcionen mejor que un reloj suizo.
De hecho, como recordaba con retranca aquel viejo «clerk» londinense: “El ‘barrister’ joven cree que es jefe del ‘clerk’, hasta que se le pasa la tontería”.
En realidad, la relación entre un «clerk» y su «barrister» es tan importante como la de un tenista con su particular Toni Nadal.
Ellos cuidan de la reputación de las «chambers», aconsejan cuándo y cómo presentarse a la ansiada distinción del King’s Counsel y, en la gran mayoría de ocasiones, son el rostro visible ante los «solicitors».
El clerk es, pues, el intermediario sagrado del sistema.
UN INVENTO PERO QUE MUY INGLÉS
Como ya se imaginan, esta figura no tiene parangón en el sistema jurídico continental.
En España o Latinoamérica, cuando un abogado recibe un encargo, lo gestiona por sí mismo o con su equipo y, con suerte, con una secretaria.
En cambio, en el modelo inglés, el «clerk» se encarga de todos los aspectos no jurídicos de la práctica.
Y esto, pues como todo por aquí, viene de muy lejos.
Viajemos ahora a la Inglaterra previctoriana, en pleno siglo XVIII, cuando los «barristers», que apenas eran un puñado, decidieron unirse y alquilar unos despachos en un mismo edificio.
Esto daría lugar a las famosas «chambers», que no son otra cosa que eso: unas habitaciones arrendadas.
Por eso, tradicionalmente las «chambers» toman el nombre del lugar donde se encuentran ubicadas y, en el caso de quien les escribe, en los números 4-5 de la plaza del Gray’s Inn, en pleno Londres.
Como es lógico, tras empezar a trabajar, los «barristers» vieron pronto la necesidad de tener a alguien que organizara la entrada de casos, tuviera paciencia con los «solicitors».
Pero, sobre todo, que gestionara los cobros con puño de hierro en guante de seda, el eslabón más frágil de esta noble profesión.
Cierto es que los primeros «clerks» que asistían a esos «barristers» eran poco más que recaderos, pero rápidamente su poder fue creciendo a medida que determinadas «chambers» iban cobrando importancia.
Así, para el siglo XX, el sénior «clerk» de unas «chambers» podía tener tanto poder como el «head of chambers».
Y en muchas ocasiones, bastante más.
Años después, los «clerks» se convirtieron en figuras fundamentales en el sistema británico.
Este fue el caso del famoso A. E. Bowker, el mítico «clerk» del gran Norman Birkett QC, quien fue incluso objeto de exitosas biografías y distinguidos homenajes públicos.
LA RELACIÓN ENTRE CLERKS Y BARRISTERS: UNA TENSIÓN SUTIL
La dinámica entre «barrister» y «clerk» tiene algo de matrimonio de conveniencia y respetuosa amistad a distancia.
Por un lado, el «clerk» controla la práctica profesional del «barrister», ya que todo lo que tenga que ver con la agenda de señalamientos y de eventos, los asuntos en marcha y, sobre todo, la negociación de honorarios, pasa por sus manos.
Y por el otro, el «barrister» necesita de total independencia y libertad para gestionar su carrera.
Esa tensión se nota incluso en divertidas anécdotas que durante siglos ha traído este particular binomio, como la de aquel «clerk» que organizó la intervención de su «barrister» en un arbitraje en Singapur y acabó aprovechando el viaje para montarse unas vacaciones a todo trapo, mientras el otro sudaba la toga.
Pero ojo, también las hay del otro lado.
Como el caso de aquel «Queen’s Counsel» con excentricidades tan curiosas como llamar a todos los «clerks» de la «chamber» como “Charles”, independientemente de su nombre real.
Y cuando le preguntaban al respecto, el QC contestaba sin darle mayor importancia:
“Ah, porque Charles suena mucho más distinguido”
Pero más allá de las rarezas, el «clerk» es quien muchas veces ayuda a tomar las decisiones más complejas: qué casos aceptar, cuándo decir no a un «solicitor» pesado, o sencillamente cómo posicionar al «barrister» en el mercado.
Son decisiones tácticas, estratégicas y profundamente comerciales.
Y aquí viene el golpe final y sobre un tema que ya se estarán preguntando con toda seguridad.
Pues efectivamente, el «clerk» cobra una comisión directa por el trabajo que el «barrister» lleva a cabo.
Sí, como el mánager de un artista de cuplé y cuyo porcentaje dependerá de las «chambers» en cuestión.
Por tanto, cuanto más gana el «barrister», más gana el «clerk».
Intereses perfectamente alineados, no me lo negarán.
Por eso, se dice que detrás de un gran «barrister» siempre hay un mucho mejor «clerk».
¿A que en España esto suena a ciencia ficción?
En fin, para los que venimos del mundo continental, entender la figura del «clerk» es asomarnos a un universo paralelo sin equivalencia al nuestro.
No sólo porque no existe en nuestros sistemas jurídicos, sino porque implica otra visión del ejercicio profesional: la del «barrister» como torero y el «clerk» como su apoderado, su estratega y su confidente.
La próxima semana veremos cómo se accede a esta curiosa profesión, qué formación se exige y cómo se estructura la jerarquía interna entre «clerks», desde los aprendices hasta el temido senior «clerk».
También conoceremos sus conflictos éticos, rivalidades internas y los codiciados ascensos en el mundo jurídico inglés, como en aquella añorada serie llamada «Upstairs, Downstairs» que tantas tardes me tuvo al frente del televisor.
Porque en Inglaterra, como en las novelas de Agatha Christie, los que parecen mayordomos suelen ser los verdaderos protagonistas.
Hasta la semana que viene, mis queridos anglófilos.
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