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Opinión | Crónica de una España que no decepciona: prostitutas, discos duros y ministros caídos

Opinión | Crónica de una España que no decepciona: prostitutas, discos duros y ministros caídos
Así aparece Anaís D.G., Leticia Hilton de nombre artisitico, en su página de X. A la joven le incautaron un disco duro portátil del ministro José Luis Ábalos cuando salía a pasear al perro.
18/6/2025 18:22
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Actualizado: 18/6/2025 18:43
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En esta España acostumbrada a enterrar la dignidad con fanfarria y fotocol, los escándalos no sorprenden: se esperan, se aceptan, y hasta se celebran con palillos en la comisura y cerveza caliente.

El pasado 10 de junio, en pleno despiece del conocido caso Koldo, los agentes de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil —esos últimos románticos del deber— irrumpieron en el domicilio valenciano de José Luis Ábalos, exministro de Transportes, a las ocho de la mañana con orden judicial en una mano y el escepticismo habitual en la otra.

Allí, entre muebles de gusto discutible y algún retrato de mejores tiempos políticos, se encontraron con una escena más digna de una comedia bufa que de un informe judicial: el exministro en batín, mirada de perdedor de lotería, y una mujer joven, 33 años, de escaso vestir y modales que ni intentaban disimular lo que era evidente. No era ni prima, ni asistente, ni asesora de transparencia institucional.

Durante el registro, los agentes de la Guardia Civil incautaron 34 dispositivos electrónicos, entre memorias USB, teléfonos móviles, tarjetas SIM y discos duros.

Y como en toda buena farsa nacional, la cosa se complicó en cuanto la mujer intentó escabullirse con un disco duro oculto en sus pantalones. “Voy a sacar al perro y comprar pan”, murmuró con esa inocencia impostada que, más que tranquilizar, activa todas las alarmas de quien ya ha olido más mentiras de las que puede contar.

Uno de los agentes, que no se ha chupado el desde que vio su primer cadáver sin nombre en la cuneta de una investigación, se percató de que llevaba algo oculto en el pantalón, junto al ombligo. Camuflado.

El cacheo consiguiente produjo un disco duro externo portátil azul, marca WD My Passport, que fue incautado de inmediato.

La mujer en cuestión: Anaís D. G., valenciana, actriz porno con nombre artístico de noble caída en desgracia: Letizia Hilton, es de las que se ganan la vida por el filo de la navaja, en un mundo donde la carne se alquila, pero la dignidad —si queda— no siempre se cobra.

ACTRIZ EN OCHO PRODUCCIONES DE CINE PORNO

No era una improvisada. Ni amateur, ni ocasional. Había trabajado en al menos ocho producciones con el célebre Jordi ENP, prócer del erotismo industrial patrio, y su perfil en hotescorts, página especializada en el intercambio de dinero por compañía con final opcional, no dejaba lugar a dudas:

“Hola, soy Letizia, una joven encantadora y simpática de Valencia. Estoy aquí para hacer que tus momentos sean inolvidables. ¡Contáctame por WhatsApp y descubramos juntos lo que podemos disfrutar!”.

Y disfrutaron, al parecer. Aunque el tipo de placer que compartieron parece menos carnal que delictivo.

En su presentación de hotescorts, descubierta por ese sabueso nacional, el detective valenciano Juan de Dios Vargas, que se conoce su tierra como si la hubiera parido él mismo, Anaís-Leticia, con una mezcla de ternura y marketing emociona que haría llorar a un publicista, se ofrece con una sonrisa: “Si estás buscando compañía para fiestas privadas llenas de diversión o simplemente quieres disfrutar de un buen baile swing, estoy a tu disposición… ¿Te apetece disfrutar de una buena castaña mientras charlamos?”.

La castaña, uno imagina, no era precisamente de horno de leña. Pero ahí estaba: la promesa de conversación amena, en tres idiomas (español, inglés y francés), y un tour por Valencia con final happy ending.

Una mujer de mundo. De ese otro mundo. El que no sale en las campañas del Ministerio, pero mueve más dinero que muchos planes estratégicos. Educada, políglota y con instinto de supervivencia.

Si la vida te hace nacer mujer en un país donde la moral se compra a plazos, aprender a sonreír mientras ocultas un disco duro entre el pantalón en la zona del estómago es casi un máster universitario.

La presencia de Letizia no fue solo un elemento decorativo. Su intento de esconder pruebas la convierte en un eslabón más de la cadena de favores, silencios y miserias que rodean al exministro.

Porque aquí nadie cae solo: caen en grupo, como en los toros malos, arrastrando al de al lado por la arena. Y mientras la justicia intenta poner orden en el lodazal, desde el Congreso Pedro Sánchez juega a la equilibrista sin red, lamentando “el espectáculo político” como si él estuviera de visita, como si no fuera el jefe del circo.

Tras esta última operación a la UCO le resta la transcripción de 11.000 folios y la elaboración de dos nuevos informes, cuyo contenidos prometen dos nuevos giros inesperados -o esperados- en esta historia de la que estamos siendo protagonistas, una serie en tiempo real, mezcla de Netflix y «Torrente, el brazo tonto de la ley».

Y así seguimos. Con los jueces haciendo de detectives, los escoltas haciendo de porteros de puticlub, y los ministros caídos buscando consuelo en mujeres que no preguntan demasiado pero que, llegado el caso, pueden esconderte un disco duro en el pantalón con la misma naturalidad que piden un café con hielo.

España, esa nación que un día quiso ser seria y acabó pareciéndose a una parodia de sí misma. Aunque eso sí: siempre con estilo. Hasta para el escándalo.

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