Firmas

Mi amiga Fátima

15/7/2016 18:35
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Actualizado: 15/7/2016 18:35
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Jamás he visto a mi amiga Fátima en persona. Hablo con ella, interactuamos y compartimos muchas más cosas de lo que a primera vista hubiera pensado. Por eso no me corto un pelo en llamarla amiga aunque aún no haya tenido el gusto de poder darle un abrazo. En compensación por todo lo que me ha enseñado a través de su presencia en redes y, por tanto, en el mundo.

Y me gustaría compartirlo. Fátima me ha enseñado, en primer término, que nunca somos tan abiertos de mente ni exentos de prejuicios como proclamamos. Porque, en un ejercicio de sinceridad, confesaré que me chocó descubrirla moviéndose con soltura y libertad en redes sociales, al ver lo qué decía, cómo lo hacía, y percatarme de su avatar, con su contagiosa sonrisa y su hiyab.

Fátima es abogada, luchadora por los derechos humanos y defensora de la igualdad a sangre. De las que llevan el feminismo por bandera, ese feminismo que no es otra cosa que la pelea diaria por conseguir ese bien tan preciado: la igualdad de hombres y mujeres. Y reconozco que su inequívoco mensaje, exento de fisuras, me chocaba con la imagen. Prejuicios y clichés aprendidos que nada tienen que ver con la realidad y que llevamos más pegados a la piel de lo que somos capaces de ver. Ni sombra de esa mujer sumisa y anulada que tendemos a identificar con el Islam. Desde su propia cultura, en buena parte compartida, se puede luchar por los derechos. Es más, he aprendido de Fátima que se debe.

Fátima es española, ceutí para más señas. A pesar de que sé que recibe mensajes que le dicen que se marche a su tierra, como si ésta no lo fuera. Más clichés aprendidos. Por eso, Fátima, abogada de profesión, lucha desde el consistorio de su ciudad autónoma por la igualdad de todos y de todas, por la de hombre y mujeres y por la de todas las culturas y religiones. Y más, teniendo en cuenta que la suya está tan presente en esa parte de España donde vive. Por solo pretender una celebración acorde a esas raíces, ha recibido insultos, incomprensión y humillaciones. Pero de eso no se hacen eco los medios. El discurso de odio o no parece serlo tanto en determinados casos. Por desgracia.

Y, desde que conozco a Fátima, he desterrado para siempre un vocablo de mi vocabulario. Ya nunca más hablaré de terrorismo islámico. Porque el terrorismo no se puede apellidar con una religión a la que pertenecen miles de personas como Fátima. ¿Aceptaríamos que el terrorismo del IRA se llamara “terrorismo irlandés” o el de ETA “terrorismo vasco”? ¿O denominar a la Inquisición “terrorismo católico”? ¿No estaríamos hiriendo sensibilidades y faltando a la verdad? Pues de eso se trata. De no insultar a Fátima y a tantas Fátimas como hay por el mundo.

Sé que la han llamado “mora de mierda” y cosas peores. Que no comprenden que se plante con su hiyab defendiendo derechos. Pero abramos los ojos y la mente.

Estoy orgullosa de poder hablar abiertamente de mi amiga Fátima. Y espero que estas líneas sirvan para dejar de identificar Islam con tantas cosas como se está haciendo. Porque hay muchas Fátimas esperando a que las conozcamos. Y otras muchas que necesitan de gente como ella para alcanzar esa igualdad a la que todas las personas de bien aspiramos.

Gracias Fátima.

Y ahora, doy entrada a la propia Fátima Hamed Hossain, abogada y Diputada de la Asamblea de Ceuta.

Soy una idealista. No lo puedo remediar. Ni quiero. Sueño despierta con una sociedad en la que no me miren diferente por mis apellidos o por mi aspecto. Realmente siempre lo he hecho. Siempre he sido una persona idealista, soñadora y optimista y eso es un plus para superar muchas barreras. De estas, de las barreras, sin duda alguna, las peores son las mentales. Y la verdad es que, con todo, me considero una persona afortunada en mis experiencias y en mis relaciones sociales.

En mi profesión, la abogacía solo puedo tener buenas palabras hacia mis compañeros y compañeras, algunas de las cuales forman parte de mi círculo de amigas. Incluso en el plano político, que es un escenario parecido a veces a una selva, puedo decir que he tenido y tengo oportunidad de conocer y tratar con buenas personas de diferentes ideologías. No me parece algo para destacar. Al revés. Creo que debería ser lo habitual. Lo razonable. Lo deseable. Que nos relacionásemos por afinidad de caracteres y no por similitud de aspectos y apellidos.

Sin embargo, cuando la realidad te da el tortazo en forma de insulto o burla por ejercer tu libertad, lo valoras especialmente, pero lo valoras para ti, interiormente, tal vez para no caer en un aparente victimismo porque no quieres que nadie te mire con pena o tal vez, porque no quieres pensar ni por un instante que haya quienes, sin conocerte de nada, te prejuzguen negativamente y peor aún, se burlen o te insulten. Los prejuicios suponen tanta comodidad para quienes los tienen, como perjuicios para quienes los sufren, y a fin de cuentas, sale toda la sociedad perjudicada.

Y si en algún sitio campan a sus anchas los insultos, burlas y demás faltas de respeto es sin duda en las redes sociales. Un espacio donde algunas personas dan rienda suelta a su alter ego más irrespetuoso para desahogarse de la manera más primitiva. Aunque afortunadamente, es en esas mismas redes sociales, donde también observas como hay personas que comparten contigo la causa de luchar por hacer del lugar del mundo en el que vivimos, un sitio más igualitario y justo, aunando esfuerzos y haciendo gala de empatía, solidaridad y luchando codo a codo, por derribar muros y prejuicios.

Soy una idealista. No lo puedo remediar. Y afortunadamente, no soy la única.

NOTA: Este artículo fue escrito horas antes del terrible atentado de Niza. Pero este hecho espantoso nos reafirma lo necesario que es el mensaje de paz, tolerancia e igualdad que quisimos transmitir.

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