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Los agresores sexuales de menores no son enfermos mentales

Los agresores sexuales de menores no son enfermos mentales
Los doctores Ricardo Rodríguez y María José Garrido, explican en qué consiste el delito de abuso sexual a menores.
17/1/2022 06:47
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Actualizado: 17/1/2022 01:24
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Recuerdo un caso que, cada vez que pienso en él, me sigue estremeciendo a pesar del tiempo transcurrido. Fue hace tiempo, en mis años en la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional.

Un ciudadano del medio oeste americano, a través de la web oscura contactó con un español, maño para más señas; con cara aniñada, aparentaba poco más de 20 años (creo recordar que tenía 25); le pago el viaje a su domicilio en Estados Unidos para que, mientras su mujer estaba trabajando, abusase sexualmente, violase a su hijo de poco más de dos años mientras él, el padre, lo estaba grabando.

El vídeo, las imágenes, no las puedo describir…, imposible.

¡Qué atrocidad!, ¡qué perversión!, ¡qué mentes tan depravadas!

Dentro de los delitos contra la libertad sexual se encuadran las agresiones sexuales a menores y el abuso sexual infantil de los crímenes más crueles, por la indefensión que supone en las personas quizá más vulnerables, cuáles son los niños.

Especialmente cuando media el engaño, las dádivas o el engatusamiento, el abusador se está apropiando del ingrediente más genuino que define la infancia, la inocencia y que, una vez erosionada ésta, no vuelve nunca.

El artículo 183.3 del Código Penal contempla un tipo agravado de los delitos de agresión sexual y de abusos sexuales a menores de 16 años.

Así, se aplicarán las penas de prisión de 8 a 12 años si fuere abuso sexual y de 12 a 15 cuando el ataque consista en acceso carnal por vía vaginal, anal o bucal o en la introducción de miembros corporales u objetos por vía vaginal o anal.

Contempla el Código Penal también un tipo hiperagravado, cual es si la víctima fuere menor de 4 años, la pena en su mitad superior; esto es, de 10 a 12 años, si fueran abusos sexuales y 13 años, 6 meses y 1 día a 15 años si fuese agresión sexual.

Los Estados Unidos pedían la extradición del maño para juzgarle por estos hechos; la pena prevista en el Estado donde sucedieron los hechos podía legar a la pena de muerte.

No concedimos la extradición hasta que las autoridades judiciales norteamericanas nos dieron la garantía de que, en caso de sr condenado, no se le aplicaría la pena de muerte por cuanto en España fue abolida por la Constitución (artículo 15).

ABUSO SEXUAL

Nos detendremos en el abuso sexual. El abuso sexual es una manipulación de niños, niñas y adolescentes, sus sentimientos, debilidades o necesidades, basada en una desigualdad de poder.

Tiene como objeto una parte íntima y altamente sensible de las personas, su sexualidad, en un momento en el que está en desarrollo y en el que aún no se tienen las capacidades necesarias para entender las implicaciones de lo que está pasando.

Si no hay violencia de por medio, la clave que hace que un niño o una niña no se resista o no grite, o que, incluso, colabore o participe activamente, es la desigualdad de poder existente entre ese menor de edad y el perpetrador, alguien con mayores habilidades para manipular la situación, con más conocimiento sobre lo que está pasando o del que, incluso, el menor de edad puede depender ya sea emocionalmente (ad exemplum, un familiar) o para lograr algo que necesita o quiere (atención y aprobación, regalos, el aprobado de un profesor y similares).

El 72,7 % de la población considera que si algún niño o niña de su entorno sufriera abusos lo sabría.

¿Tú crees, amable lector, que lo identificarías?

Los abusos sexuales son una de las peores formas de violencia que existe contra la infancia. El simple hecho de que un adulto engañe a un niño para acercarse a él con un objetivo sexual es algo terrible.

Pensar que un niño o niña es víctima de un abuso sexual es algo que nos estremece. Nos hace cerrar los ojos, mirar a otro lado, intentar que ninguna imagen se cuele en nuestro cerebro.

Es algo que, sin duda alguna, nadie queremos que lo experimente ningún pequeño que esté cerca nuestra y, en definitiva, que ningún niño o niña tenga que vivirlo. Pero sucede, y más de lo que podemos imaginar.

En efecto, según la sección española de Save the Children, entre un 10 y un 20 % de la población reconoce que fue víctima de abusos sexuales en la infancia.

Lo peor no es la cifra de niños que han sido víctimas de abusos sexuales sino que esa cifra solo es la punta del iceberg.

Se estima que solo el 15 % de los casos de abusos son denunciados.

Debemos recordar que no todos los abusos o agresiones a menores dejan huella, lo que conviene destacarlo. Muchas veces se piensa que cuando un niño ha participado en tocamientos sexuales (de manera Indirecta y como figura pasiva) automáticamente va a tener consecuencias psicológicas y conductuales terribles y, consecuentemente, los progenitores al ver estas alteraciones conductuales en su hijo/a solicitan ayuda profesional por parte de especialistas en salud mental (¿qué le pasa a nuestro hijo doctor?).

Pero conviene advertir que cuando el abuso, que no agresión, a menores de aproximadamente 7 u 8 años (que aún no han desarrollado la conciencia sexual) consiste en un tocamiento de la zona genital –por ejemplo, por encima de la ropa– formando parte de un juego (típico modus operandi de abusadores sexuales quienes reciben placer sexual con esta conducta), el niño o niña con mucha probabilidad no lo va a interpretar con esas connotaciones de adulto.

LOS AGRESORES SON PERSONAS DEL ENTORNO DEL MENOR

No. Todo lo contrario. Va a formar parte del repertorio de conductas lúdicas del agresor. Recordemos que normalmente son personas conocidas del entorno familiar o relacionadas con el menor o profesionales con desempeños relacionadas con los menores (educadores, monitores, profesores, etcétera), una vez que se han ganado la confianza de estos, a través de juegos (como “el juego de las cosquillas”), acceden a ellos, abusan de su confianza llegando a obtener placer «tocando» zonas genitales (sin desarrollo), sin que estos se den cuenta de que forma parte de su ritual parafílico.

Prevenir los abusos sexuales debería ser siempre la solución. Pero una vez que se produce el abuso sexual encontramos algunas situaciones que hacen que la situación de abuso sea todavía peor: los abusos son ignorados (un 70 % de las personas que sufrieron abusos aseguran que se lo contaron a alguien y nada pasó), el miedo a contar un abuso (de media un niño o niña sufre abusos sexuales durante 4 años), el sistema falla a las víctimas (solo un 30 % de los casos que son denunciados llegan a juicio oral y las sentencias condenatorias -nos lo podemos imaginar- son un porcentaje mucho menor), los delitos prescriben (generalmente cuando el niño o niña decide denunciar, el delito ha prescrito).

La legislación española es una de las más avanzadas del mundo en la protección de las agresiones y abusos sexuales de menores.

Así, por la Ley Orgánica 8/2021, de 4 de junio, de protección integral a la infancia y la adolescencia frente a la violencia, en los delitos contra menores, los plazos de prescripción se computarán desde que la víctima cumpla los 35 años.

Esta era una demanda de las asociaciones en defensa de la infancia que argumentaban que el delito de abuso sexual prescribía antes de que la víctima tuviera madurez y estabilidad emocional suficiente para poder denunciar por cuanto el plazo de prescripción de los abusos sexuales a menores, antes de esta ley, empezaba a contar cuando la víctima cumplía la mayoría de edad y los delitos prescribían entre 5 y 15 años después, dependiendo de su gravedad.

LOS AUTORES NO SON ENFERMOS MENTALES

Ahora no. Este cambio legislativo implica que estos delitos no prescriban hasta que la víctima cumpla 40 años frente a los 23 actuales. Y, en los casos más graves, el tiempo se ampliará hasta los 50 años (artículo 132.1 del Código Penal).

Es urgente proteger a los niños de todos los tipos de violencia a través de la prevención y la sensibilización de los agentes sociales encargados de la persecución de estos execrables delitos (agentes policiales, médicos, profesores), de los progenitores, de la ciudadanía en general y poner al servicio de estos menores, violados en su intimidad e inocencia, mecanismos de denuncia y reparación de los daños ocasionados.

Solo de esta forma conseguiremos que la situación de miles de niños cambie.

Los autores no son enfermos mentales, no son inimputables (saben y quieren lo que hacen). Son depredadores sexuales que hacen perder lo más bonito que tienen los niños, nuestros niños, la ilusión, la inocencia y, a veces, con lesiones –físicas, psíquicas, emocionales– de las que quizás nunca se recuperen.

Solo merecen que los encerremos y perdamos la llave.

Para siempre, porque esa inocencia ya no volverá.

La historia acaba –hasta lo que sabemos– en que el padre del niño fue condenado a pena de muerte, sustituible por cadena perpetua, y el maño a 30 años de prisión.

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