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Una mañana en los Juzgados de Plaza de Castilla, en Madrid: ¡Buenos días, Señoría!

Una mañana en los Juzgados de Plaza de Castilla, en Madrid: ¡Buenos días, Señoría!
El autor de esta columna es socio director de Luis Romero Abogados y doctor en Derecho Penal.
09/7/2023 06:35
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Actualizado: 09/7/2023 11:05
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No hace mucho tiempo, me afectó la sensación de desconcierto, desasosiego e indignación de una profesional a la que defendía.

Los abogados a veces acabamos acostumbrándonos a cierta clase de situaciones insólitas e intentamos aparentar que no nos inquietan e incluso tratamos de convencer a nuestros clientes de que son sucesos habituales.

Es como si viésemos en la calle a una joven pareja y observamos que él la está insultando, empujando, incluso que la conduce a la fuerza y ella llora, y nosotros pensáramos que es cosa de ellos, de una joven pareja que está discutiendo.

Y seguimos nuestro camino.

Lo cual me hizo pensar otra vez en esos compañeros que dicen que no merece la pena escribir sobre este problema en los juzgados porque todo seguirá igual.

También recordé a esos abogados que me preguntan si tratar sobre estas cuestiones no me perjudicará en mi trabajo.

Es decir, que todo lo que haga un abogado debe ser a su conveniencia y ha de recular cuando sus acciones puedan afectarle.

Esta mañana, a la que me refiero, me encontraba en Plaza de Castilla, en la sexta planta. En la puerta de entrada de un juzgado de instrucción acompañado de la cliente que debía defender minutos después en su declaración ante el juez instructor.

No tiene antecedentes penales y el delito imputado no es de mucha relevancia.

VIAJÉ A MADRID DESDE SEVILLA

Estaba el juez, que no dio los buenos días, y la funcionaria, muy amable pero portadora de malas noticias: la declaración no iba a celebrarse debido a la huelga de funcionarios.

Le dije que iba a denunciar esa suspensión y el haberme hecho perder 24 horas viajando el día anterior desde Sevilla, abonando todos los gastos mi cliente. Acto seguido, le solicite un justificante de nuestra comparecencia y le advertí de los daños y perjuicios producidos.

Deberían habernos informado con antelación.

La señora funcionaria, muy educada y respetuosa, me preguntó por qué no había llamado y le había dicho que venía desde Sevilla.

Yo le respondí que cada vez que llamábamos a un juzgado para preguntar, nos decían que no podían advertirnos de la suspensión con antelación; antes al contrario, en el mismo acto irremisiblemente decaído.

Mi cliente le preguntó lo mismo:

— ¿Por qué no avisáis? He faltado al trabajo y he tenido que abonar todos los gastos del viaje a mi abogado.

Ella le aclaró que una vez comparecen los justiciables con sus abogados, ellos les informan de la suspensión y se marchan acto seguido, porque…

— ¡En eso consiste la huelga! ¡Si avisáramos, entonces…!

Cuando parecía que había transcurrido una media hora de espera en el pasillo, a donde nos había “mandado” la servidora pública, ésta salió y pensando nosotros que nos iba a entregar nuestro comprobante, nos ilustró de que en base a nuestras circunstancias, se iba a llevar a cabo la diligencia.

Ya decía mi cliente que si cumplían “servicios mínimos” y el pasillo estaba vacío, ¿por qué no aprovechaban para practicar la declaración?

Sin embargo, al llegar Su Señoría a la mesa de la oficial, otra vez sin dar los buenos días, y tener que saludar nosotros por educación –nada de grabar en la sala de vistas o en su despacho– las cosas cambiaron.

El juez, de pie, al igual que este letrado y la investigada, con el cartapacio abierto, comenzó a referirse a unos supuestos hechos algo distintos a los que constaban en autos.

Mi defendida me miraba con estupor como diciendo:

— ¿Qué me está preguntando?

«¡AQUÍ EL QUE HAGO LA IMPUTACIÓN SOY YO!»

Le advertimos sobre el error mi cliente y yo. Pero claro, el señor juez no podía equivocarse y aún menos admitirlo.

— ¡Aquí el que hago la imputación soy yo! ¡Usted debería haber llamado y decir que venía de Sevilla, porque ha puesto en una situación “muy comprometida” a la señora funcionaria!

— Disculpe, Señoría, este acto debería haberse suspendido con antelación pues su señalamiento estaba vigente y no se nos ha advertido de su suspensión.

— ¡No! ¡Debería usted haber llamado!

— ¡Es que llamamos a otros juzgados y nos dicen que no pueden avisarnos con anticipación!

— ¡Hombre, claro! ¡Es que es una huelga! (sic)

Después, siguió preguntando sin ninguna asertividad ni compasión por la persona que comparecía allí: era su primera vez en un juzgado penal, de pie, nerviosa, jugándose mucho, confusa por la huelga y el giro inesperado: ¡Se suspende! ¡Se celebra!

Ella estaba cada vez más estupefacta viendo que el juez no contemplaba su derecho a la presunción de inocencia, afirmando presuntos hechos como hechos ciertos. Llegó a comentarme después. ¡Es que nos tratan como a seres inferiores! ¿Siempre es así?

Cuando terminó la escueta declaración, el juez se fue a su despacho, volvió y cuando iba a marcharse raudo y veloz para no volver más, le advirtió la escribiente que estábamos revisando el acta; de hecho,  ésta advirtió un error y lo corrigió.

Y el juez dijo:

— ¡Pues venga, que tengo prisa!

Acto seguido, viendo que seguíamos ”entreteniéndolo”, espetó:

— ¡Me marcho! ¡Mañana firmaré el acta!

Eran las 12.45 horas.

¿Jornada de cuatro horas?

¿Aprovechamiento de la huelga ajena?

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